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No sin mi iPad por Ángela Vallvey

La Razón
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Yo tengo un iPad. Es monísimo, me gusta y me encanta y me costó una pasta que costeé de mi bolsillo porque me daban facilidades de pago: módicas cuotas de 15 euros al mes durante los próximos cincuenta años, y la increíble posibilidad, que no pude dejar pasar, de legarles la deuda a mis hijos, nietos y bisnietos. Yo a mi iPad lo defiendo con mi vida, si hace falta. Para robarme a mí el iPad se necesita a Alejandro Magno y a Epaminondas al mando del Ejército Rojo. Y, así y todo, ya veríamos si podían quitarme a mí el iPad. Sin embargo, me he enterado de que, en el Congreso, los Diputados tienen iPad gratis –que también pago yo con mis impuestos–, pero que los pierden con mucha facilidad. Dicen sus señorías que los pierden, que se los roban, y tal. Y yo creo que el diputado Fulánez, la diputada Mengánez y casi un centenar más (tengo derecho a conocer sus nombres y filiación, pero no se hacen públicos y no entiendo por qué), políticos que han hecho carrera en las filas de sus partidos y aspiran a mirar el mundo con los ojos de una estatua ecuestre, estas hábiles señorías muy señoreadas, creo digo, que tienen un morro que se lo pisan. Están dejando de ser señorías para convertirse en señoritos, a secas. Y luego se quejan de la mala imagen que tiene la clase política –una clase que ya es toda una «clase social»– entre la escamada ciudadanía que, por cierto, está hasta las gónadas de ver cómo sus familiares y amigos, cuando no ellos mismos, se van de cabeza al paro mientras quienes deberían velar por el bien común pierden, no sólo los papeles, sino también la vergüenza (junto con el iPad).