Historia

Escritores

El conde-duque

La Razón
La RazónLa Razón

Felipe IV, aparentemente débil, fue el Rey de nuestro Siglo de Oro en la Poesía y la Pintura. Velázquez inventó el azul Guadarrama en sus retratos, del que Torrente Ballester escribió que era un pasmado, cuando en realidad era un salido que dejó más de treinta hijos naturales paseando por las plazuelas del Madrid de los Austrias. Su Valido, el conde-duque de Olivares, sí era un cabrón con pintas, intrigante, pretencioso y mal consejero. El difunto Jesús Aguirre, anterior Duque de Alba, intentó en un principio usar el título de Conde-Duque de Olivares, pero le pesó la Historia, y prefirió echar mano del condado de Aranda. La trayectoria política de Olivares tiene más sombras que luces, pero su gran error no fue el que apunta con su habitual inoportunidad Gregorio Peces-Barba. Olivares encerró en la helada prisión de San Marcos de León a don Francisco de Quevedo, adelantándole una muerte aterida y solitaria que le llegó, ya en libertad, en la Torre de Juan Abad. Encarcelar por sus críticas –el «Padrenuestro Glosado» dedicado al Rey–, a uno de los más grandes poetas de la Historia, fue su verdadero crimen. Quevedo se vengó a su manera cuando el Conde-Duque la palmó: «Mandad, regid al infierno;/ gobernad en sus cavernas,/ que bien merece este puesto/ el que me obligó en la tierra./ Y prepárenle a su hijo/ don Julián, estancia regia,/ que no tardará en llegar/ en busca de Su Excelencia./ Con esto –dijo Luzbel/Cada diablo a su tarea/ y el conde-duque entró luego/ en las llamas, de cabeza». Olivares quiso asesinar el talento del más grande, someterlo, dorarlo con prebendas de la Corte, pero no pudo con él.Y Quevedo se vengó hasta de su hijo, que nada le había hecho, hijo nacido del amor, conocido como «Julianillo el Jacarero», y que más tarde, ya legitimado, pasaría a llamarse don Julián de Guzmán, marqués de Mairena y conde de
Loeches, lo que a Quevedo le ponía cachondo de risa.

Ese, y no otro, fue el gran pecado de Olivares, aunque Gregorio Peces-Barba le atribuya un mayúsculo y descortés error, cuyo recuerdo ha caído muy mal, y con sobrada razón, en Cataluña.

En una conferencia, Peces-Barba, que tiene sus virtudes y sus defectos como todo hijo de vecino, pero entre las primeras no ha destacado nunca el sentido del humor, ha afirmado «que si en vez de Cataluña nos hubiéramos quedado con Portugal, igual nos iba mejor». Atribuye el error político a Olivares, y ofende por igual a nuestros catalanes y a los portugueses. Alarmado por las reacciones negativas, Peces-Barba no ha sabido disculparse, porque su soberbia es superior, incluso, que la del susodicho Conde-Duque, y la rectificación también le ha salido fea: «Hagánselo mirar. Me parece que no deberían ser tan susceptibles a las bromas». Las bromas o las ironías hay que saber adaptarlas a cada situación y cada momento. Y para ello, hay que conocer los secretos de la oportunidad, que Peces-Barba ignora por completo. Don Gregorio es la tristeza en movimiento. A su lado, hasta el Lago Ness se antoja alegre y luminoso. Y no es recomendable usar del sentido del humor, cuando éste, por caprichos de la naturaleza, no ha anidado jamás en la sectaria cabezota del inoportuno prócer.

Mucho me temo que su gracia, sustentada además en la falta de rigor histórico, no ha divertido en demasía a sus colegas catalanes. A ver qué dicen ahora Rubalcaba y el nene del vídeo.