Asturias

Mágico

La Razón
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La risa en soledad puede ser peligrosa. Si alguien te sorprende en plena carcajada puede pensar que eres tonto o estás zumbado. Con la instalación del teléfono de manos libres en los coches han aumentado de manera considerable los locos aparentes. Pocos días atrás me reí con ganas, y me hallaba solo. Cosas del «zapeo». Caía sobre La Montaña de Cantabria un empecinado calabobos. Esa lluvia fina y constante del norte, que en Galicia, Asturias y parte de la provincia de Santander se conoce como «orbayo» u «orbayú» y en las tierras vascongadas «shirimiri». Se le dice también «calabobos» porque parece que no moja, y al cabo de pocos minutos el receptor de la lluvia está calado hasta los huesos. La televisión es un buen remedio contra el «calabobos», y en el «zapeo» me topé con un director de cine español que hablaba de su nueva película. Muy cejero, como algunos de sus actores. Y la risa me vino de golpe y desgarrada cuando descubrí la voz que usan estos cursis para expresar la sublimación de sus obras. Todo es «mágico».

Se veían escenas del rodaje. «Encontramos en Tenerife un pequeño pueblo mágico». La actriz principal lo corroboró: «Con una plaza mágica, especial». La historia trata de dos hermanas que se enamoran del mismo hombre. Muy original. El director insistía: «Fulana y Mengana actúan con magia». Y el actor protagonista no se despegó de la bellísima figura literaria: «No sé explicarlo, pero aquel rincón era mágico». Cuando la entrevistadora se atrevió a preguntar al cejero realizador cuál era, en su opinión, la mayor virtud de su nueva superproducción –superproducida gracias a los impuestos de los españoles–, el director respondió tajantemente: «Es divertida y emocionante. Hace reír y llorar. Pero sobre todo, es supermágica».

Un año en el que Juan Echanove se dedicó a componer canciones, se lo advirtió a la humanidad. «Son canciones de amor, pero de izquierdas, nada cursis». Monumental cursilería. Ignoran estos profesionales de la retroprogresía que no hay mayor cursilería que la presunción de no ser cursi. Y se han inventado unos latiguillos, como el de la magia, lo mágico y lo supermágico que los coloca en altísimos peldaños de la escalera de lo cursi más empijado, no lejanos a los comentarios acerca de las fiestas benéficas y humanitarias del verano marbellí: «De ambiente y gente bien, pero se comió fatal en la cena contra el hambre en Etiopía». El director cejero habría dicho: «La cena en beneficio de Aminatu Haidar fue supermágica». Más o menos igual.

Hubo un tiempo en el que todo era «maravilloso» en el mundo del cine. «Además de una maravillosa actriz, Menganita es una persona maravillosa. Trabajar con ella ha sido, para mí, una experiencia maravillosa». Entonces la actriz cejera, con las lágrimas a punto de cauce por la emoción, se quitaba importancia. «Es muy fácil trabajar con Zutano. Es maravilloso como profesional y como persona, y además, trata a los actores de maravilla». Lo que siempre se ha llamado la «Cultura».

Pero lo de «mágico» supera cualquier tramo de cualquier etapa de los lugares comunes de los cejeros. Después se ve la película y no se advierte la magia por ninguna parte, porque es malísima. No me reía tanto desde que vi una película «de culto progre», titulada «Martín Hache», con Lupi o Lipi y Diego Botto, que supera todas las expectativas. La proyectan con frecuencia en las cadenas de televisión cercanas a la ceja. El diálogo parece de la Sinde. Es mágico. Con cinco millones de parados lo que resulta mágico es que no mandemos a freír gárgaras a todos estos de la magia, tan mágicos, tan cursis y tan gorrones.