Hollywood

Mateo Gil «western» en Bolivia

El guionista favorito de Amenábar da un salto al vacío con «Blackthorn», su segunda película como director (tras «Nadie conoce a nadie»), una revisión contemporánea del género del Oeste filmada en inglés y con Sam Shepard y Eduardo Noriega como protagonistas

No sólo Hollywood. El carismático actor y escritor Sam Shepard y Eduardo Noriega, en una escena de este atípico «western»
No sólo Hollywood. El carismático actor y escritor Sam Shepard y Eduardo Noriega, en una escena de este atípico «western»larazon

El miedo a pinchar en el estreno no le deja aún a Mateo Gil ver el bosque del éxito. Independientemente de la taquilla, al autor de «Nadie conoce a nadie» y compañero de clase y guionista favorito de Amenábar, nadie le podrá arrebatar la prodigiosa actuación que Sam Shepard realiza en «Blackthorn» y tampoco haber cumplido el sueño infantil de todo director que se precie: rodar un «western» .

-Acostumbrado a que manoseen sus guiones, ¿cómo se ha sentido con el de otro entre las manos que, además, supone una idea ni convencional ni fácil?
-No hay nada que dé más gusto que sea Miguel Barros quien manipule un guión, porque es un grande. No he sentido ninguna diferencia en este proceso porque el texto sea de otro. Quizá porque hubo varias reescrituras en las que estuve sentado con él revisándolo todo, pero lo sentí como si fuera mío.

-¿A quién se le ocurrió que las arrugas de Sam Shepard podían servir para rescatar a un Butch Cassidy ya anciano?
-Era obvio que podía encajar, el único miedo es que resultara demasiado estilizado o sofisticado para encarnar a Butch, que era un tipo muy rudo; pero también es cierto que le encantan los caballos, y además hay una serie de temas ideológicos que, teniendo en cuenta la literatura que escribe, creíamos que podían atraerle, y no nos equivocamos.

-La trama, además de contener un giro bestial, dibuja al personaje, incluidos sus orígenes, para hacerlo familiar entre aquellos que no vieron a Paul Newman en «Dos hombres y un destino»
-De hecho, nuestra película tiene más que ver con el personaje real que con esa película, que es un «western» estupendo, pero se trata de una comedia y obvia un montón de aspectos que aquí están presentes. El filme retoma su aspecto legendario, aunque había otra cara, más ideológica, referida a su forma de ver la vida, de asumir el papel que tenía en su tiempo, no aparecía en aquella película y era lo que más nos interesaba.

-También se observa un esfuerzo por humanizar a los personajes del western, aunque el género siempre se imponga y esquiven ciertos peligros en circunstancias inverosímiles. Además, el papel de la mujer es más relevantes que en títulos más antiguos...
-Albergábamos dudas de si el papel de las mujeres en el filme iba a ser creíble, pero era justo para darle el peso que lo femenino tiene en estas sociedades indígenas. Dentro de los códigos del «western», uno lo que quiere es que todo sea lo más verosímil posible, sobre todo, porque es un género ya muy trillado. Intentamos que el espectador siga al personaje en todo momento, lo que resulta delicado en cualquier película. Aquí el trabajo de los actores ha sido clave, hacen una labor que no me la creo ni yo.

- ¿Cómo reaccionó Eduardo Noriega cuando le planteó que iba a tener un duelo, y en inglés, con Shepard?
-Era un reto complicado, no sólo porque Shepard sea una figura mítica y un actor con un carisma tremendo, sino porque Eduardo jugaba con otras cosas más en contra: actuar en una lengua que no era la suya, y, además, que su papel esté tan supeditado al del protagonista. Siempre va a remolque. Frente a esto, yo intuía, y así se lo dije a Noriega, que la clave podría estar en no construir un personaje con unas claves muy sólidas y psicológicas. Le pedí ver al Eduardo que yo conozco tan bien y que es una mezcla entre inocente y hombre mayor. «Relájate y déjate llevar» fue mi consigna.

-Otro de los puntos arriesgados es trasladar al altiplano la estética del «western». ¿Cómo fue rodar en un sitio tan inhóspito?
-Por un lado,hemos visto tantos paisajes imponentes en el cine que estamos un poco inmunizados, así que hacer un género en el que los paisajes son tan importantes y variarlos es un plus. Tuve como referencia «Los vividores», de Robert Altman, que transcurre en un entorno nevado, lo que le daba una potencia visual increíble. Por otro, hubo que pagar un precio muy alto, las localizaciones estaban tan lejos que tardábamos horas en llegar, con lo tuvimos que rodar muy rápido.

-¿Cuánto cree que influirá en el recorrido comercial de la cinta haberla rodado en inglés?
-En la primera versión del guión había muchas más páginas en castellano, pero resultó muy difícil encontrar a un actor de estas características y que hablara español. Lo cambiamos desde la segunda versión. Esto facilitó la inversión y que se estrene en bastantes países.


El futuro de unos balas perdidas
- «Dos hombres y un destino» (1969). Cuatro fueron las estatuillas que consiguió el filme (mejor guión original, fotografía, banda sonora y película, aunque aspiraba a siete), que recreaba las aventuras de un grupo de asaltadores de bancos del estado de Wyoming liderado por Butch Cassidy y Sundance Kid a los que se unía una mujer, una maestra de Denver que cerraba el trío. Ellos eran Paul Newman, Robert Redford (ambos en la plenitud física, a qué negarlo, y laboral) y Katherine Ross. Algunas escenas de la estupenda cinta de George Roy Hill han quedado en la memoria colectiva (como el paseo de ella sentada en el manillar de la bicicleta mientras suena «Raindroops keep falling on my head» o la confesión de Redford a Newman, ambos a punto de tirarse al vacío desde lo alto de un risco, de que no sabe nadar).
- «Los primeros golpes de Butch Cassidy y Sundance Kid» (1979).  Dirigida por Richard Lester como secuela de «Dos hombres y un destino», la cinta narra la juventud y primeras andanzas fuera de la ley del casi adolescente Butch, papel que fue a parar a manos de Tom Berenger, que se calzó botas y chaleco de listas, siempre pistola en mano y dispuesto a dar un golpe. Su compañero de fatigas fue el rubio y televisivo William Katt (a quien la serie de los ochenta «El gran héroe americano» le dio una cierta notoriedad) en uno de sus papeles más destacados en la gran pantalla. Un Oeste que va perdiendo sus tradiciones para dejar paso al progreso.


El detalle
ALMERÍA, AL FONDO

Los años 60 y 70 fueron los del esplendor de la capital andaluza, epicentro de los «spaguetti-western» (como el de la imagen), que en nada se parecen a superproducciones como la de Mateo Gil.