Londres

Una historia de amor y un pacto de silencio

En agosto de 1997, a los príncipes Guillermo y Enrique les despertaba su padre a altas horas de la madrugada. Su madre, Diana, había muerto. Guillermo fue el que insistió en seguir el coche fúnebre por las calles de Londres. Donde quiera que estuviera en ese momento, Kate, una niña que había nacido tan sólo cinco meses antes que el príncipe, tuvo que verle en televisión, como el resto del planeta.

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Él era de la realeza y ella, la hija de un matrimonio emprendedor que empezaba a despuntar con su negocio «on line». Sus vidas hasta ese momento tampoco se diferenciaban mucho. Buenos niños, buenos estudiantes... Antes de empezar la universidad los dos se tomaron un año sabático. Decidieron ir a Chile, aunque no coincidieron. Sus caminos se cruzaron tan sólo unos meses después en la Universidad de St. Andrews, donde se matricularon en Historia del Arte. Se hicieron íntimos y ella fue la culpable de que el heredero no abandonara sus estudios convenciéndole de que cambiara de carrera.

En marzo de 2002, Kate participó en un desfile benéfico. Guillermo por aquella época salía con otra chica, pero algo raro sintió esa noche por su amiga. La vio de otra manera. Kate era tímida y aplicada, pero también sexy. En septiembre comenzaron a compartir casa con otros estudiantes. Ella le preparaba la cena todos los días y él le dejaba notas. Se habían enamorado. Su romance era un secreto a voces. Pero en verano de 2004, Guillermo se fue con sus amigos a Grecia alegando que necesitaba espacio. Ella se enfadó, pero su madre le aconsejó que le diera a Guillermo la distancia que necesitaba. Y funcionó. A las pocas semanas, el heredero volvía a llamar a su puerta.

«Katie a la espera»
Cuando terminó la universidad, Guillermo emprendió su carrera militar y Kate empezó a trabajar en la empresa familia. Supieron lidiar con la distancia y las obligaciones que imponía la corona. Eran felices y los fotógrafos comenzaron a inundar la prensa sensacionalista con sus imágenes. El pueblo bautizó entonces a la joven como «Katie a la espera». Todo el mundo ansiaba el anuncio de un compromiso. Y el heredero comenzó a agobiarse. La quería, pero no estaba preparado para una boda.

Guillermo empezó a salir por los clubs más exclusivos de Londres con sus amigos. Las fotos dejándose querer por camareras y rubias cazafortunas avergonzaron a la joven que aguantó estoicamente a los papparazzi. Guillermo decidió dar un tiempo a la relación y la pareja rompió por segunda vez. Kate supo estar a la altura. Salía por la noche con sus amigas, pero jamás la pillaron en una actitud comprometedora. Su silencio y su saber estar hicieron que se ganara aún más el respeto de la Prensa.

Pasó el tiempo y Guillermo volvió a por otra oportunidad. Era más maduro y tenía las cosas más claras. En 2008, se unió a la Fuerza Aérea Real. Kate, le dio su apoyo y volvió a esperarle. Ya no eran unos críos, aquello iba en serio y el tiempo ponía las cosas en su sitio. Comenzaron a vivir juntos en Anglesey, cerca de la base militar y durante unas vacaciones en Kenia, la espera finalmente dio sus frutos. El anillo ya estaba en su mano.

Fue a partir de entonces cuando los medios «tomaron» Bucklebury, la pequeña aldea plagada de robles donde vive la familia Middleton. Allí impera la ley del silencio. Lo poco que revelan los habitantes son detalles que no hacen otra cosa que halagar a la novia y a los suyos. Es cierto que la aldea, dominada por casas de familias pudientes, no da para mucha convivencia. Cada uno hace su vida de puertas para dentro. Las fiestas las dejan para los grandes eventos de la capital británica. Pero, ¿realmente no hay nada que contar o es que hay un pacto para preservar su privacidad? Si fuera así, ¿qué ganan los vecinos a cambio?

Los tabloides sensacionalistas pagan suculentas exclusivas por cualquier interioridad de los Middleton, cifras que a cualquiera podrían hacer caer en la tentación, pero los vecinos son fieles. O no abren la boca o sólo cuentan bondades. La clave podría estar en un sobre. El carnicero, el dueño del pub, el responsable de la tienda de ultramarinos y hasta el cartero han recibido una invitación para el enlace. El hecho de que vayan a vivir un día histórico y compartan mesa con la Reina y muchos de sus ídolos es un anzuelo lo suficientemente sabroso para convertirse en cómplice. Muchos aseguran que ha sido la táctica perfecta de la familia para mantener su buena reputación.

Pero la teoría no explicaría el porqué antes de recibir la invitación –o si quiera intuir que podrían ser invitados– guardaban la misma fidelidad. El día que se anunció el compromiso, lo único que dijo un hombre que quiso mantener su anonimato fue lo siguiente: «Realmente son buena gente. Si escuchas críticas es porque hay envidias. Era una familia normal que se ha hecho rica con su negocio. Se lo han trabajado, pero en la clasista sociedad inglesa muchos detestan a los nuevos ricos».

Lo curioso es que la actitud de los vecinos de Bucklebury se ha copiado en Anglesey, la remota isla al norte de Gales donde se irá a vivir la pareja tras su luna de miel. Allí las casas están aún más esparcidas. Sólo hay campo y ovejas y buscar algún detalle del heredero y su prometida es como buscar un fantasma. Nadie sabe, nadie contesta. Los habitantes de Anglesey no han recibido invitación, pero el hecho de que el matrimonio se mude hasta allí ha situado la aldea en el mapa. Y eso es algo que no tiene precio. La fidelidad y la discreción están por tanto aseguradas. Seguramente están representados todos en las palabras de agradecimiento que la pareja quiso expresar con un mensaje oficial conjunto: «Estamos muy contentos de que podáis uniros a nosotros para celebrar lo que esperamos que sea uno de los días más felices de nuestras vidas».

Una ex con demasiadas similitudes
El príncipe tenía definido su canon de mujer ideal. Guapas, altas, delgadas y atléticas. Cuatro ex del heredero acudirán a la boda y cuando se las analiza llama la atención el parecido con Kate. Llamativo es el caso de Jecca Craig (en la imagen). Comparando fotos se podría decir que la novia y la ex son hermanas. Pero las similitudes no son sólo físicas. Jecca también trabaja para una empresa que organiza fiestas y puede decir a sus nietos que le pidió la mano el heredero. Fue un compromiso sin ningún valor oficial, por supuesto, que los dos protagonizaron en la casa de los padres de ella, en Kenia donde Guillermo pasó un año sabático antes de empezar la universidad. Fue allí donde luego llevó a Kate para ponerla esta vez sí un anillo muy real.