Murcia

OPINIÓN: Rencor

La Razón
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Siempre me han despertado una suerte de asombro triste los resentidos, los rencorosos, esas personas que se obstinan en sacar a diario una caja negra que esconden con los agravios del pasado, y los manosean rabiosos, secretamente, como si fueran migas de pan mohosas, viejos recuerdos que, muchas veces, no son más que deformaciones de sus mentes. Resentimiento, re-sentimiento, re-sentirse, volver a sentir... Eso hace una y otra vez el rencoroso, evocar, forzar la evocación para no olvidar, porque no quiere olvidar, porque atesora largas listas con los errores ajenos, pero rara vez asume los propios. El psicólogo Robert Enright, de la Universidad de Wisconsin-Madison, afirma que cuando el rencor nos domina puede aumentar la presión sanguínea y las pulsaciones. Mientras que, «cuando perdonamos puede haber una disminución de la presión sanguínea». El estrés producido por el rencor puede generar dolores de espalda y cabeza, úlceras, arrugas, debilita el sistema inmunológico. «Aferrarse a resentimientos y pensamientos de venganza puede hacernos envejecer», advierte el Dr. Gerald Jampolsky, del Centro de Curación Actitudinal de California. El rencor se define como «un enojo profundo y persistente, un resentimiento arraigado que desequilibra y enferma el cuerpo y la mente». El rencor aparece cuando el rencoroso siente agredida su autoestima, se siente ridículo o rebajado. El revanchismo que se generó tras la I Guerra Mundial en Alemania, y sus consecuencias, son el más claro ejemplo de los peligros del rencor, sin duda el más pernicioso de los sentimientos. Perdónenme, pues, que me ponga cursi al final, para pedirles que sean fuertes y valientes, y que perdonen, que perdonen más.