Werner Herzog / director: «El 3D sólo vale para el porno»

Ver lo que tan pocos han visto, caminar sobre la tierra que tan pocos han pisado, presenciar, en definitiva, un tesoro escondido, un retazo de la historia antigua de la humanidad es el privilegio que le han otorgado a Herzog y su equipo. El director no desaprovechó la oportunidad. Rodado en la cueva francesa de Chauvet, una galería de arte natural con más de 400 pinturas rupestres de 32 mil años de antigüedad, el documental en 3D «La caverna de los sueños» nos hace testigos de uno de los patrimonios más enigmáticos de la historia.

-¿Por qué cree que fue usted el elegido?
-Todos en Francia querían hacer esta película. ¿Por qué me dejaron a mí? Creo que es porque en mí este proyecto ardía más que en ningún otro. Otros 20 podrían haberlo hecho, pero creo que yo soy el adecuado. Es una convicción muy profunda que no puedo argumentar.

-Las pinturas rupestres constituyen una fuente de información esencial para el estudio de la Antigüedad. ¿Qué conclusiones han extraído?
-Sabemos muy poco de la gente que estuvo aquí. De hecho, la cueva nunca estuvo habitada. Sólo entraban a pintar, lo que resulta muy interesante porque la zona en que lo hacían está completamente a oscuras. Lo único que sabemos con certeza es que eran seres humanos modernos.

-Las dificultades de rodar allí, sobre todo en 3D, han tenido que ser muchas.
-Todas las películas las tienen. Fue imperativo en este filme porque los artistas que pintaron la cueva utilizaron los relieves de la piedra para crear un drama pictórico. Yo debía llevar algo a la audiencia que le permitiera percibir la tridimensionalidad del espacio. Era la única manera de hacerlo.

-Tras esta experiencia, ¿piensa utilizar el 3D en más proyectos?
-No. He hecho seis películas después sin utilizarlo. Aunque tuviera mucho dinero y tiempo no lo haría. El cine es nuestra propia fantasía, no efectos. Puedes hacer porno en 3D porque lo único que importa es el espectáculo de los actos, pero no una comedia romántica.

Ni luz ni espacio
El proyecto le apasionaba, pero debió de tratarse de uno de sus rodajes más difíciles: «La presencia humana puede tener un impacto sobre las pinturas. Una vez dentro, no podíamos andar entrando y saliendo. Sólo teníamos seis días y tres personas de mi equipo. Además, había muy poca luz y el espacio era muy pequeño. Pero creo que las dificultades se volvieron invisibles. El silencio era otro de los grandes componentes: estaba tan silencioso que podías oír el latido de tu corazón».