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Soy una mujer mutilada

Mariama nació en Gambia y ahora vive en Barcelona. Fue mutilada de pequeña y ha aprendido a sufrir y a vivir de ese modo. La Audiencia de Teruel condenó a prisión a dos padres que habían sometido a una ablación a su hija de ocho meses 

Las niñas sufren ablación cuando son pequeñas. Es un símbolo de dominación masculina
Las niñas sufren ablación cuando son pequeñas. Es un símbolo de dominación masculinalarazon

«Mi noche de bodas debería haber sido el momento más feliz de mi vida... Pero por culpa de la mutilación genital fue un auténtico infierno», argumenta, con la sensatez que confiere el tiempo, Mariama, de 37 años, natural de Gambia.

«Hay etnias del África subsahariana que esperan a que las niñas cumplan 12 o 13 años –como los «yolas» o los «mandingas»– pero yo soy «srahule", por lo que se me realizó a los dos meses de vida. Mi familia –al igual que mi madre, mi abuela o hermanas mayores– me llevaron a la mujer del pueblo que practicaba las mutilaciones. La familia debe aportar una gillette limpia y la extirpación se realiza sin anestesia ni analgesia posterior... Lo que comporta que muchísimas niñas mueran desangradas en los días posteriores a la intervención». El dolor que destilan sus palabras es auténtico, impotente, pero excluye todo sentimiento de venganza.

Pese a que se ejecuta en nombre de la religión, no hay un solo versículo del Corán en el que se explicite esta obligación de agresión física. «Mi padre es Imán de nuestro pueblo y un día, ya casada, le pregunté si era obligatorio para ser una buena musulmana estar mutilada. Me contestó que en absoluto... Pero que, como padre, si quería que su hija fuera una mujer pura, decente y que aspirara a un marido, lo mejor era someterme a ello».

No todo es ablación

No en vano, tal práctica ya se realizaba antes del Islam y, en tanto que Mahoma no explicitó nada al respecto, se siguió efectuando. La cuestión de género se postula como una de las causas principales: el clítoris, para ciertas culturas, es considerado como un pequeño pene y debe ser eliminado por la supremacía masculina –cuentan desde la Asociación de Mujeres Anti-mutilación de España (AMAM)–.

«¿Qué siento cuando veo a una mujer, desnuda, que no es como yo? Impotencia –refiere Mariama con serenidad–. Cuando se puso en marcha el programa de reconstrucción de clítoris para mujeres mutiladas nos lo planteamos, pero él me dijo: olvídate. Te quiero tal y como eres. Además, no conozco otra cosa. Lo que no obsta para que a veces me dé por pensar que podría irse con otra mujer, por el morbo de que no estuviera mutilada».
En ciertas sociedades se considera que sólo el hombre debe satisfacerse sexualmente, por ende, mutilando, se elimina el riesgo de promiscuidad femenina, asegurándose también de que la mujer llega virgen al matrimonio. De hecho, quienes no han sido sometidas a tal práctica, difícilmente logran casarse.

Las amputaciones femeninas más frecuentes son las que eliminan el prepucio del clítoris y las que lo cortan total o parcialmente. A veces se hace extensivo a los labios menores. La mutilación más radical, y de más graves consecuencias, es la ablación clitoriana de labios menores, mayores y además, conlleva sutura de la vulva... «Después de la intervención –continúa explicándome Mariama con mucha paciencia–, hay un cosido de ambos lados hasta que queda todo cerrado, dejando únicamente una abertura para la sangre menstrual y la orina. ¿Te imaginas? Algunas "comadronas"dicen que se nos "tapa"aplicándole polvos de cierto árbol (sonríe con ironía). Ante este panorama, la noche de bodas, bien las madres, las tías o la "Nagsimba"–mujer encomendada a tal misión– tienen que "reglarte". Es decir, de nuevo, mediante una hoja de afeitar, vuelven a abrirte aquello que había sido cosido, o un trombo había provocado que los tejidos se refractaran. En plena hemorragia, debes tener tu primera relación sexual, porque de lo contrario, vuelve a cerrarse. Yo, con mucha paciencia por parte de mi marido, logré consumar, pero muchas amigas tienen que esperar dos o tres días por el insoportable dolor o las hemorragias».

Amén de todos los motivos argumentados, desde distintas organizaciones –como World Vision– señalan que las personas que practican la ablación genital femenina son comadronas tradicionales o parteras profesionales. Al ser un servicio muy valorado, es fácil comprender el prestigio que adquieren en la comunidad por no hablar de los luengos beneficios que les reporta. De ahí que se recuerde que la entrega de microcréditos para que puedan optar a otras formas de vida podría ayudar a erradicar esta ancestral violación de los derechos femeninos.

Parirás con dolor

Como se ha dicho, las consecuencias físicas, emocionales, sexuales y mentales son devastadoras. Pero las secuelas se expanden a más áreas de la vida femenina, como el momento del parto: «Yo tuve –me explica esta mediadora intercultural gambiana, radicada en Barcelona– cuatro varones, viviendo ya en España. Tres, de modo natural y uno, por cesárea. Es, sencillamente, horrible. Ante la imposibilidad de una dilatación, terminas con fisuras y desgarros vaginales».

Compatriotas de Mariama son también Mamadou D. y Nyuma S., los padres de la niña de ocho meses que fue sometida a ablación en su país de origen. Por primera vez en nuestro país, la Audiencia de Teruel ha condenado a seis años de prisión al padre y a dos a la madre, por entender que era desconocedora de que semejante práctica no era lícita en nuestra legislación.

El peso de esta tradición –como pretendía argumentar la defensa– dicta que más de 130 millones de niñas la sufran en más de 29 países. Según datos de UNICEF: el 60% vive en el África Subsahariana y el 40%, en Oriente Medio y África del Norte. Cada año, se sumará la trágica cifra de dos millones de menores que sufrirán la extirpación parcial o total de sus genitales. Unas cantidades que están aumentando de forma exponencial en Europa, Australia, Canadá y EE UU. En nuestro país ha aumentado en un 43%, según un estudio del departamento de Antropología Social y Cultural de la Autònoma, hasta sumar un total de 10.000 casos, de los cuales, 6.000 se producen en Cataluña,

La caporal Montserrat Escudé, del «Grupo de Atención a la Víctima» de la Comisaría de los Mossos d´Esquadra, nos aclara que en los tres primeros trimestres del año han intervenido en 22 casos que afectaban a 31 niñas. De las cuales siete están ya judicializadas. Los Mossos impiden unas 40 mutilaciones cada año gracias a un protocolo pionero que les permite hacer un seguimiento personalizado para impedir que las familias se lleven a sus hijas a su país de origen. «En cualquier caso, la mejor vía para evitar esta práctica –dice Montserrat Escudé– sólo puede llegar por la vía del conocimiento y la concienciación de los padres».

Una broma del destino

El viernes 25 se conmemoraba el Día Internacional contra la Violencia Machista, y, acaso la MGF sea la modalidad más aberrante de atentar contra la integridad de una mujer. «Yo fui consciente de que era deleznable cuando llegué a España en el 96 –concluye Marima, con un enorme caudal de dignidad–. Acudí a la Asociación de Mujeres Anti-mutilación de España (AMAM) y le dije a su presidenta, Mama Samateh, ¿por qué luchas contra algo que es normal en nuestro país y por lo que hemos pasado todas? Necesité tiempo para darme cuenta del horror que me habían provocado. Como una broma del destino, cuando vuelvo a mi pueblo aún veo a la mujer que me mutiló. Ahora está ciega, y suelo decirle, con amargura, que se ha quedado sin ojos por practicar durante tantos años lo que no debía». Quizá Malraux tuviera razón: «Si de veras llegásemos a poder comprender, ya no podríamos juzgar... Sólo debiéramos actuar».
 
Daños irreparables
La ablación genital femenina –según Unicef– causa daños irreparables. Puede acarrear la muerte de la niña por colapso hemorrágico o por colapso neurogénico debido al intenso dolor y el traumatismo, así como infecciones agudas y septicemia. Muchas pequeñas entran en un estado de colapso inducido por el intenso dolor, el trauma psicológico y el agotamiento a causa de los gritos. Otros efectos pueden ser una mala cicatrización; la formación de abscesos y quistes; un crecimiento excesivo del tejido cicatrizante; infecciones del tracto urinario; coitos dolorosos o el aumento de la susceptibilidad al contagio del VIH/Sida.