Nueva York

Frank Lloyd Wright

La Razón
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Nunca fue conocido en España fuera de la erudición de la arquitectura y es tan interesante como necesario el homenaje de LA RAZÓN a los 75 años de la casa Kauffman encastrada en una cascada, hoy propiedad de la Western Pennsylvania Conservancy, cuyo primer y único dueño dijo a su arquitecto antes de morir: «He gastado mucho dinero en mi vida, pero nunca he conseguido algo tan valioso con él como esta casa. Gracias». «Frank Lloyd Wright» es el título de una de las canciones del dúo Simon y Garfunkel que conformaron la banda sonora de «El graduado», de Mike Nichols, y por tantos extraviados caminos llegué al conocimiento de uno de los pilares de la arquitectura universal junto a sus compañeros de exploración, todos ellos más o menos contemporáneos, como el suizo-francés Le Corbusier, el alemán Walter Gropius –embrujado por la mantis religiosa de Alma Mahler–, y el centenario brasileño comunista Oscar Niemeyer. El director de un diario español comentaba que la arquitectura de Calatrava y otros gurús en activo es contraria a los derechos del hombre y provoca infartos en sus paseantes.
Wright desconfiaba de los rascacielos y empotraba sus casas en el paisaje. Le Corbusier, cuya única obra en Suramérica pude visitar, ideó el «Modulor» de 175 centímetros para acondicionar sus volúmenes a la estatura humana media de su tiempo. Wright fue incomprendido y el crac del 29 lo dejó pidiendo ropa y comida a los amigos. Murió antes de acabar el Guggenheim de Nueva York. El de Bilbao parece un accidente aéreo. Hoy sus casas, las fábricas para vivir, son museos, templos para el tamaño de la vida.