Historia

Grecia

Un tartamudeo histórico por César Vidal

Tener un defecto de pronunciación y convertirse en un orador capaz de galvanizar las masas no es un fenómeno tan reciente como podría desprenderse de la película «El discurso del rey». Por el contrario, los casos abundan en la Historia más de lo que podría parecer a primera vista.

Colin Firth hace de rey Jorge VI en la película «El discurso del rey»
Colin Firth hace de rey Jorge VI en la película «El discurso del rey»larazon

Uno de los primeros fue el de Alcibíades, auténtico playboy bisexual contemporáneo de Sócrates –al que intentó seducir infructuosamente– que no dudó en cambiar de bando durante la guerra del Peloponeso y que, a pesar de sus traiciones, no dejó de provocar por doquier la admiración. Lo que resulta menos conocido es que Alcibíades, gran orador, era también tartamudo. A pesar de todo, logró convertir su dificultad para articular bien las frases en una señal de distinción.

Siguiendo su ejemplo, los jóvenes atenienses convirtieron en muestra de elegancia –más bien prueba de esnobismo– el tartamudear ligeramente mientras pronunciaban una pieza oratoria o departían sobre temas serios. Aún más celebrado durante siglos fue el caso de Demóstenes. De pecho pequeño, voz débil y lengua torpe, nadie hubiera podido pensar que aquel muchacho iba a convertirse en el mayor orador de la Historia. Lo consiguió gracias a la articulación de una metodología de creación propia. Para ampliar su capacidad torácica escalaba montañas a la vez que pronunciaba arengas, daba órdenes a las olas del mar logrando superponer su voz al fragor de las aguas y, finalmente, se introducía guijarros en la boca para que su lengua pudiera dominar cualquier dificultad. Su esfuerzo se vio coronado por el éxito y, de hecho, si Filipo de Macedonia, el padre de Alejandro Magno, no logró hacerse antes con el control de toda Grecia se debió precisamente a la capacidad oratoria de Demóstenes.

Los ejemplos de disciplina y abnegación para vencer los defectos del habla no se limitan a la Antigüedad como muchos han podido descubrir en el relato cinematográfico sobre el rey Jorge y la manera en que supo encarnar el espíritu de resistencia británico frente a Hitler. El propio Winston Churchill también sufrió esas limitaciones en su infancia. Nunca ha quedado del todo claro qué pudo causar las dificultades de dicción del joven Winnie, pero lo que resulta innegable es que las venció en toda regla. Para ello recurrió a dos armas. La primera fue convertir –como antaño Alcibíades– su pronunciación en un signo de distinción.

La segunda consistió en profundizar en el conocimiento del inglés hasta dominarlo como muy pocos. John Gunther, que lo entrevistó en los años treinta, señalaría la manera en que lo había impresionado pronunciando la «r» como una «u» –una forma muy inteligente de disimular su dificultad para usar una letra que se atraganta a no pocos– y, sobre todo, el hecho de que hubiera utilizado varias palabras que él, una persona notablemente culta, desconocía.

Al final, todos los ejemplos citados dejan de manifiesto que pocas dificultades se resisten a la disciplina, el sacrificio y la perseverancia, algo que los que se ríen del prójimo no siempre son capaces de comprender.