Murcia

Una vida entre lonas y plástico

Antes del verano del 89, los Meño eran una familia «normal». Regentaban una frutería en Móstoles, en la calle Estocolmo, en la misma donde residían. «Era caerte de la cama y estabas trabajando», recuerda Juana. Entonces, también dormía en una cama de matrimonio con su marido y hacía todo ese tipo de cosas «normales». Ahora, todo es bien distinto.

UN CAMPING GAS Y UN VENTILADOR. En apenas 15 metros cuadrados, Juana pasa de la cocina al salón y al dormitorio. A pesar de la precariedad de lo que la rodea, intenta crear un ambiente de hogar para su marido y su hijo.
UN CAMPING GAS Y UN VENTILADOR. En apenas 15 metros cuadrados, Juana pasa de la cocina al salón y al dormitorio. A pesar de la precariedad de lo que la rodea, intenta crear un ambiente de hogar para su marido y su hijo.larazon

Descansa en un camastro a los pies de su hijo y su marido lo hace en otro al lado de la «cocina» de la chabola que «inauguraron» hace casi un año y medio. Los veranos en San Pedro del Pinatar (Murcia) cambiaron por los de Madrid y los paseos «a ver escaparates», dejaron paso a hojear revistas sentada frente al televisor. «Aunque quisiera, ya no puedo ir a ningún lado sin él y no sentirme mal». Juana lleva consigo una penitencia que no le corresponde, pero «así de fea es la vida», dice. «Bueno, no siempre, bonita», intenta corregir ante la juventud de la periodista.

El día a día es duro, pero tienen el apoyo de los suyos. Encarna, hermana de Juana, entra en la caseta con una bolsa llena de ropa limpia y planchada. «Ponte este jersey rosa, que sales más guapa», le dice ante la presencia de los fotógrafos. «No me saques la cocina, que hoy no me ha dado tiempo ni a fregar», bromea Juana, mientras explica la rutina de asear a su hijo de 42 años postrado en una cama. Ellos se duchan en casa de un vecino del barrio. Quitando una mesilla con un ventilador – «el calor lo más duro»–, el hogar de los Meño se reduce a un rincón con un camping gas, pequeñas cacerolas apiladas, «tuppers» y una pequeña nevera. Cocina poco porque sus hermanas suelen llevarles comida y Antonio sólo puede comer papillas.

A pesar de la falta de espacio, la pasada Nochebuena cenaron allí dentro doce personas. «Pero no me gusta que mis nietos vengan mucho por aquí... es muy triste». Juana habla de lo que han sufrido sus otros tres hijos y le entran remordimientos. «A lo mejor nos hemos centrado tanto en Antonio que nos hemos olvidado del resto...».

Trata de no emocionarse cuando recuerda cómo era el segundo de sus hijos antes de aquel fatídico verano. Por las mañanas, ayudaba en la frutería; por las tardes iba al instituto y más tarde a la universidad, aunque sólo llegó a hacer primero de Derecho en la Complutense. No era un chaval de muchas juergas. Tenía su grupo de amigos, su novieta y los típicos complejos que se arrastran desde la adolescencia, muchas veces infundados. En cualquier caso, era mayor de edad y decidió operarse de la nariz. No le gustaba. Lo tenía decidido desde antes Navidades pero Juana le dijo que hasta que no acabara el curso, nada. Entró en quirófano el 3 de julio de 1989. Lo que ocurrió allí dentro esta siendo investigado ahora por en el Tribunal Supremo.