Lorca

OPINIÓN: Bodas de sangre

La Razón
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García Lorca recuperó, en memorables obras y bajo el manto sombrío y rural de una España negra, el espíritu de la tragedia griega. Antonio Gades, uno de los grandes genios de la danza española, llevó a los escenarios algunas tragedias españolas, desde «Fuenteovejuna» (para mi su obra maestra, pues en ella resumió toda su sabiduría, que era mucha, y todos sus años de trabajo) a «Carmen», y por supuesto, una de García Lorca: «Bodas de sangre».
Tras la desaparición del bailarín y coreógrafo, los miembros de su compañía, junto a los herederos, impulsaron, a partir de la Fundación que dejó creada el propio Gades antes de morir, la continuidad de esa formación, con la que fue durante años su partenaire, la última Carmen que bailó junto a Gades, Stella Araujo, al frente.
El grupo presentó hace unos días en el Auditorio Víctor Villegas de la Región, dentro del excelente apartado flamenco del ciclo de Danza, la obra «Bodas de sangre», seguida de «Suite flamenca», ambas dentro del repertorio gadista que conserva y divulga por todo el mundo la compañía, intentando ser fiel a los principios del bailarín alicantino.
Es una obra que en absoluto ha envejecido, aunque la negrura de los tiempos haya cambiado afortunadamente. Una de las grandes aportaciones a la danza del maestro desaparecido es la ocupación del espacio, rompiendo la simetría habitual de la danza española: con Gades todo el escenario era el lugar del baile.
 «Suite flamenca» es una serie de palos flamencos bailados en solitario, a dos o en grupo, donde destaca la propia directora, Stella Araujo, que aunque ha dejado ya el papel de Carmen demostró que conserva intacto todo su gran braceo y su sentido estético. Y no podía faltar el final festero, en una despedida lenta y estudiada en cada detalle, como le gustaba al gran Gades.