Literatura

Granada

Antonio Carvajal el poeta de los afectos de la Generación de los 70

Antonio Carvajal, el poeta de los afectos de la Generación de los 70
Antonio Carvajal, el poeta de los afectos de la Generación de los 70larazon

El combustible de su vida y de su obra es el mismo: los afectos, la amistad, el amor. La materia inflamable que en sus versos se vuelve clásica, pura, ya sea en su forma culta o popular. Antonio Carvajal (Albolote, Granada, 1942) fue galardonado ayer con el Premio nacional de Poesía, que entrega el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte por su obra «Un girasol flotante» (KRK, 2011). Encuadrado en la llamada Generación del 70, Carvajal hizo gala especialmente de un estilo barroco y una enorme capacidad técnica, pero en los últimos años ha tomado el camino de la exploración de la lírica en sus formas populares. «El libro por el que recibo el premio es un canto a la amistad y a los valores en los que creo, como son la honestidad, la generosidad, la entrega o el amor, incluso el conyugal, en los tiempos que corren», bromeaba el autor en declaraciones a Ep. Como siempre ha defendido Carvajal, las palabras afectuosas son «el alimento del alma». En cuanto al alimento literario, Carvajal partió de una metáfora prestada para dar título y forma al libro: unas palabras de Emilio Lledó, que describió su poesía como «un inmenso girasol flotante».

A la octava va la vencida
Carvajal asegura que descubrió que el termino tenía también un significado marino, concretamente a una vela para barcos. «Al saber esto, me di cuenta que la metáfora se ampliaba y se enriquecía adquiriendo esa noción de trayecto gozoso sobre el mar que me encanta», reconoce el autor, que es doctor en Filología Románica y miembro de la Academia de Buenas Letras de Granada. El nombre de Carvajal ya había sonado antes para este premio en unas «seis o siete ocasiones», como reconoce el poeta, que también ha obtenido el de la Crítica de Poesía en castellano, el Villa de Madrid, el Francisco de Quevedo o el Andalucía de la Crítica. Con humildad, admitía ayer que en esta ocasión su nombre no sonaba junto al de otros grandes maestros contemporáneos, por lo que su obra se ha llevado el premio al encontrarse «en un escalafón natural. Ahora me ha llegado el turno».

La obra de Carvajal se separó de la tradición dominante durante los setenta en España, la de los «novísimos» de la famosa antología de Castellet. Su anhelo, en cambio, era el de recuperar la tradición clásica y el verso barroco, la emoción del romanticismo y, al mismo tiempo, la exploración de algunos recursos técnicos de la tradición española ya puestos en práctica por Góngora o Quevedo. El metro clásico que los «novísimos» despreciaban era, en cambio un dogma de fe en la poesía de Carvajal. «Tigres en el jardín» (1968) se publicó precisamente el mismo año que la antología anteriormente citada, y a ese poemario le siguieron otros veinte en 24 años. La suya es una de las obras más extensas de los poetas de su generación, hecho que el jurado del Premio (dotado con 20.000 euros) ha reconocido en el fallo. «Me he planteado cuál es el momento para callarse», decía ayer tras conocer la noticia. «Porque la poesía de viejo termina maleando una trayectoria literaria», añadía con la esperanza de «seguir encontrando las palabras para hablar de la gente nueva, que disfruta, y que tiene esperanza y alegría para proseguir».

Los poemarios de Carvajal han sido musicados en multitud de ocasiones –por Antón García Abril, José García Román o Rosa León– gracias a que, si bien se ha mantenido fiel a las estructuras clásicas, también ha explorado desde los años ochenta por medio de la poesía popular. «En este libro hay mucho de herencia tradicional, aunque contenga experimentos hacia un tipo de versificación poco usual». En cuanto al papel que ocupa la poesía, aunque admite que «es cierto que tiene problemas de venta y que necesita del amparo de las instituciones, es un manantial que fluye continuamente y con mucha generosidad». En este sentido, a pesar de ser muy crítico con la situación actual, confía en el ser humano: «En España, desgraciadamente, asistimos a una progresiva banalización del delito y, lo que es más escandaloso, es que queda impune. Una degradación que va en aumento, pero el ser humano en general es bueno y generoso». En el terreno de la poesía hay, según admite, como en otros aspectos de la vida, «bandas de salteadores», pero también «seres excepcionales» y «poetas jóvenes llenos de valores». Entre su extensa obra por número de poemarios y extensión de los mismos, están títulos como la citada «Tigres en el jardín», «Serenata y navaja», «Siesta en el mirador», «Después que me miraste», «Testimonio de invierno», «Los pasos evocados», «Diapasón de Epicuro», «Una canción más clara», «Cartas a los amigos» y «Pequeña Patria Huida». Lo que le queda por escribir, ha dicho, no es «un canto a la vejez elegíaca, sino una exaltación de la vejez que disfruta de la vida».

El secreto, «sólo palabras»
Tiene el poeta una obsesión: encontrar las palabras justas. A pesar de que obtiene del calor de los afectos el material para la poesía, «para mí los poemas son palabras. No se hacen con sentimientos, sino sólo palabras», asegura. «Pero hay que conseguir que las palabras se junten y signifiquen de golpe lo que uno lleva dentro», dice Carvajal de su secreto.