Literatura

China

Mo Yan Premio Nobel para la rebeldía del silencio

Ha sido galardonado por «su realismo alucinatorio» que une el cuento, la historia y lo contemporáneo». China celebra públicamente el reconocimiento y los medios dicen que es el primer Nobel de su país

Muchos coinciden en la calidad literaria de Mo Yan y dicen que este es un Premio Nobel merecido
Muchos coinciden en la calidad literaria de Mo Yan y dicen que este es un Premio Nobel merecidolarazon

Mo Yan no es un nombre, sino el seudónimo que escogió un joven escritor llamado Guan Moye tras redactar su primera novela, «Lluvia en una noche de primavera». Su familia le pidió que rebajase la voz, demasiado franca para los tiempos que corrían. En respuesta, él decidió que se llamaría Mo Yan, que en mandarín culto se traduce como «no hables». Según reconoció después, era una forma de tener siempre presente que morderse la lengua y actuar con prudencia son virtudes importantes en China. Casi siempre fiel a esa premisa, Mo Yan ha construido uno de los universos literarios más inquietantes de la narrativa contemporánea, picoteando en las fronteras de la censura y retratando la sociedad china de los últimos 100 años en 23 libros (la mayoría novelas) llenos de amargura, humor y sarcasmo, que, sin embargo, no señalan con el dedo a nadie, ni se enfangan en los temas que más molestan al régimen. Por todo ello, por su «realismo alucinatorio, que une el cuento, la historia y lo contemporáneo», se ha convertido en el primer chino que recibe un Nobel sin estar en la cárcel o en el exilio.

Un escritor limpio de culpas
Él es el primer Nobel por el que se podrá brindar en China. No fue así en 2000, cuando la Academia galardonó al escritor exiliado Gao Xingjian. Ni en 1989, cuando el Dalai Lama recibió el Nobel de la Paz por denunciar la situación en el Tíbet cuando aún estaban calientes los cadáveres de Tiananmen. Y menos en 2008, cuando este premio recayó en un intelectual encarcelado por escribir un manifiesto democrático, Liu Xiaobo, que continúa en su celda. La propaganda reaccionó a las afrentas con rabia, creando sus propios galardones (los Confucio) y preguntándose cuándo Occidente reconocerá a un chino que no estuviese enfrentado con el Gobierno. Mo Yan colma ese anhelo y su galardón fue celebrado por todos los medios de comunicación, algunos de los cuales lo describieron como el «primer Nobel chino». «China tenía complejos por no tenerlo, por eso el premio a Mo es un símbolo y un reconocimiento para nuestra literatura. De todos modos, es un galardón basado en valores occidentales y sólo valora las obras que se pueden reconocer en dichos valores», dijo a LA RAZÓN Zhang Hongsheng, director de Instituto Literario de Pekín. La decisión de premiar al autor de «Sorgo Rojo» –Seix Barral publicará ahora «Change», su novela más personal– recibió ayer sus primeras críticas. Desde el extranjero y los círculos de la disidencia se considera su figura «complaciente» y «colaboracionista». De hecho, muchos de los temas elegidos los enmarca en el realismo social de la corriente oficial. Algunos consideran imperdonable su participación en la vida institucional, empezando por su cargo de vicepresidente de la Asociación de Escritores Chinos, organismo que ha evitado pronunciarse siempre sobre la persecución de intelectuales. Se le recuerda que participó en el 70 aniversario del discurso de Mao Zedong sobre Arte y Literatura. Desde China se hace otra lectura. En sus libros, Mo Yan no habla de derechos humanos pero plasma las tragedias del pueblo, como el hambre, la corrupción o la sordidez de la vida en el campo, basadas a veces en experiencias autobiográficas. Siendo niño, en plena Revolución Cultural, fue sacado de la escuela y enviado a trabajar como pastor, viéndose obligado a mascar cortezas de árboles para mitigar el hambre. «El sufrimiento contribuye a hacer obras de arte. Antiguamente los poetas eran gente que había sufrido y eso era la riqueza para la creación humana. Sólo cuando sufres estás con la gente, con lo humano, y es cuando puedes conocer el lado bueno y malo de las personas», ha dicho el autor.

Un hombre tranquilo
A sus 57 años, ha vivido siempre en China, viendo sus principales dramas, incluida la persecución y la censura. Algunos libros fueron sacados de circulación (como «Pechos grandes y caderas amplias»), aunque con el tiempo fuesen indultados. Sus relatos retratan el país desde dentro. «Él ha escrito desde China y es leído y admirado en China, con todos los matices que eso supone, viviendo en el sitio en el que vive. En ese sentido, rompe con los novelistas chinos premiados y traducidos», explica Inmaculada González Puy, directora del Instituto Cervantes de Pekín. Mo Yan, un hombre tranquilo que prefiere recluirse en su condado natal, en un pueblecito donde ambienta parte de sus novelas, se ha mostrado abrumado en sus primeras declaraciones públicas. Tras agradecer el premio y admitir que es una gran «motivación», ha dicho que se esforzará por «alejarse de la excitación y el ruido cuanto antes» y que hará lo que «debe» hacer: «volver a la vida normal en lugar de concentrarme en la gloria».

Interesado por los toros gracias a Hemingway
Mo Yan llegó a los toros por Ernest Hemingway, ese novelista que venía a España para estar de «Fiesta». El norteamericano quedó fascinado por el pintoresquismo hispano y el resto del mundo también gracias a sus libros. Mo Yan no fue la excepción. El ya Nobel de Literatura escribió, precisamente, sobre el toro y la cultura del toreo desde su perspectiva. Un escrito en el que comentaba qué representaba el mundo taurino para un novelista asiático. En unos escasos folios admite la deuda contraída con el autor de «El viejo y el mar», pero reconoce, también, cuánto le debe en este punto a un pintor como Francisco de Goya. El arte ha sido determinante para que Mo Yan comprendiera la estética y la importancia de los toros. A las pinturas de este artista hay que sumar la impresión que le causaron los trabajos de Pablo Picasso, que dedicó muchas horas a ir a las plazas y otras tantas a plasmar su afición en la pintura. Junto a él, otro artista fundamental para acercarse a esta fista fue Salvador Dalí, según reconoció el novelista.