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La Razón
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La semana pasada tuvo lugar en Madrid el II Congreso de Mentes Brillantes, modestia aparte. Durante los días en los que se ha celebrado he podido pasearme (suelta, sin bozal y sin correa) por algunas de las exposiciones de los científicos que se han dado cita en esta edición. Y Vds. se preguntarán qué hacía esta indigente intelectual en el Congreso de Mentes Brillantes: compensar. Imaginen que cae un meteorito en el Palacio de los Deportes de la ciudad y se lleva por delante a todo ese ramillete de eminencias y no la palma ningún idiota. No es buena tanta densidad de cerebritos juntos, así que ahí estaba yo, cumpliendo, en lo que puedo y alcanzo, con el equilibrio del planeta. He de decirles que ha sido una experiencia alucinante y divertida, porque los científicos actuales (esa extraña raza de seres humanos) no encajan por ningún lado en el cliché establecido de coñazos andantes, sino todo lo contrario. Los científicos actuales entienden de comunicación, de mercadotecnia, de redes sociales, de conexiones emocionales, de receptores, mensajes, silencios, entonaciones, saben que también el futuro de sus investigaciones necesita el empuje que pueda dar la curiosidad del resto. Me encantó escuchar a García Verdugo hablar de la actividad intelectual de los agricultores y a Mark Woerde aconsejar una publicidad que ayude a los demás. Me flipó el pintón de Aubrey de Grey: traje príncipe de Gales, corbata granate, melena pelirroja larguísima cogida en una coleta y barba tapándole el pecho. Cualquier cosa menos lo que uno imagina de un gerontólogo. De Grey explicó su teoría (repleta de dudas morales, pero extremadamente seductora) sobre la posibilidad de actuar en el metabolismo de un ser humano cuando aún es joven y conseguir retrasar su envejecimiento durante una cantidad de años inimaginable.

Me mantuvo sin pestañear la exposición de Piers Corbyn, un astrofísico y meteorólogo muy particular, que asegura que el cambio climático no está provocado por el hombre, sino por el sol y sus campos magnéticos y que la puñeta que nos hace es menos puñeta de lo que nos han contado. «Disfruten de la vida. Tenemos que dejar de sentirnos culpables por conducir nuestro automóvil. ¡El CO2 les encanta a las plantas!» Tan impactante como la respuesta que obtuvo de Mario Molina, Premio Nobel de Química y descubridor del agujero de la capa de ozono de la Antártida. Tan estimulante como la visión de los negocios con futuro de David Konzevik o el maravilloso canto al optimismo basado en la educación del talento que ofreció Mario Alonso Puig. Y todos ellos sólo tenían veintiún minutos para exponer, el tiempo máximo que se supone que nuestro cerebro puede prestar máxima atención. Con ellos, la atención bien podría hacer un exceso. Como dijo Konzevik «no estoy del todo de acuerdo. Yo conocí a unos enamorados que estuvieron cuarenta y ocho horas absolutamente concentrados». Gracias por la fiesta.