Literatura

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Cuentos por un tubo por Francisco NIEVA

Retrato de Lovecraft
Retrato de Lovecraftlarazon

El hombre, cuando es niño y adolescente, se incorpora al conocimiento del mundo por medio del cuento. Primitivamente fueron historia verbal, fragmentada en hechos antiguos o creencias míticas. Historias cortas para jóvenes mentes que no pueden asumir todo de una vez. Ese cuento verbal es base de la historia y la literatura. Con el tiempo, el cuento ha evolucionado hasta convertirse en una de las ramas más importantes de la narrativa, y no precisamente dedicado a los niños. Cuando, en gran medida, se pudo disponer de periódicos, el cuento ya ocupaba algunas columnas del impreso. El cuento era imprescindible para ocupar el espacio y darle más cuerpo a la publicación. Y el siglo XIX fue el emporio del cuento periodístico, del que nacieron grandes escritores, maestros del cuento. No tenemos más que citar a Edgard Allan Poe, a Guy de Maupassant, a Chèjov… Pero en el siglo XX, el cuento se tomó muy en serio y fue la prueba máxima para los buenos narradores. Si no eran capaces de escribir un buen cuento, se ponía en duda su correcta capacidad literaria. Fue como una superstición.


Medicación en grageas
El público popular se volvió exigente, y el cuento se especializó en varias ramas: el costumbrista, el fantástico, el policíaco... Las grandes compilaciones de cuentos son historia de la literatura en grageas, en pequeñas dosis de una medicación completa.
«¿No tiene usted tiempo ni ganas de leer novelas? A falta de pan, buenas son tortas. Aficiónese al cuento, léalo a salto de mata, en los tiempos perdidos que, para usted, pueden ser muy cortos. Búsquelos, haga de ellos su lectura habitual, pero esporádica. Yo le aseguro que va a pasarlo bien y se va a hacer ducho en la mejor literatura». Mi propia experiencia con el cuento ha sido algo maravilloso. Hubo un tiempo en mi vida en que el trabajo me obligaba a ir de un lado para otro ocupándome de espectáculos. Pero me gustaba leer para evadirme de preocupaciones profesionales. Había que tratar de desentenderse, «cerrar la tienda» durante unas horas, dedicadas al descanso y a la lectura. La lectura de cuentos es un tranquilizante. Se puede dormir muy bien después de leer un cuento. Uno comienza a tener sueño, pero el interés lo mantiene despierto: «No me duermo hasta que termine este cuento, a ver cómo acaba». Luego, se duerme como un tronco y hasta se le recuerda por la mañana: «Estaba bien el cuento de anoche, tendré que releerlo».

Recuerdo que en los aviones siempre había una revista, en las lenguas que entiendo, en la que venían los cuentos policíacos o de misterio seleccionados por el inefable Hitchcock. Puedo jurar que me topé con obras maestras. Y esto le puede pasar a cualquiera. Nada digo de los que – picados por el dichoso cuento – se internan en Catherine Mansfield o en Lovecraft.

En la primera, se van a encontrar con lo más selecto de un espíritu femenino, aunque de lo más «progresista» que cabe darse. Una «chica moderna» pero con muchísima recámara. Cuenta cosas mínimas que se agigantan, como miradas por un microscopio. Entonces, causan aprensión. Así pues, ¿mirada de cerca esta situación era tan conmovedora? La Mansfield es una tuberculosa exquisita. El fruto literario de la tuberculosis fue de lo más fecundo en su época. Pero dejémosla aparte para ver cómo «se cuenta» esa chica, tan sutil y tan refinada.

El vuelco resulta tremendo si leemos a Lovecraft. Nos traslada a barrios enteros invadidos por el falso gótico americano, pero en decadencia. Lovecraft nos hace pasar, con medrosa cautela, por esos barrios semi inventados, como los escenarios de una película de terror. Nos hace inspeccionar los rincones oscuros, incluso el alto de los campanarios, en donde parece que se esconde la sombra del demonio. Mejor dicho, «la mala sombra», la angustiosa amenaza, el monstruo humano se disimula en los lugares más apartados y, para colmo, los más envejecidos, ruinosos y pasados de moda, desafectados por el vecindario. Lugares malditos que huelen a pescado podrido. Y termino, porque no sé cómo ponderar más la magia del cuento.