Europa

Berlín

De vuelta a Alemania

Las fotos en blanco y negro, los pantalones cortos, la cara de trabajador del padre, que se gana la vida con tanta dignidad como esfuerzo. El pasado de España está en esas imágenes de los emigrantes que se marcharon con su familia a Alemania, que era lo desconocido: a un país lejano, a un idioma extraño, para buscar una vida mejor.

Familia española en alemania: Francisco, con su hermano y sus padres en el centro español
Familia española en alemania: Francisco, con su hermano y sus padres en el centro españollarazon

La madre de Francisco Villaescusa estaba embarazada de él cuando su marido abandonó el levante español por el frío de Darmstadt, una ciudad con demasiadas consonantes. Era 1959 y a un maestro fresador le pagaban mejor, mucho mejor allí. Cuando nació, Francisco y su madre, con sus hermanos, se fueron a Alemania.

 Hace mucho tiempo de eso, otra España, cuando las fotos eran en blanco y negro y tenían que revelarse después. En febrero o en marzo, como muy tarde, Francisco, casado y con hijos, que vive en Valencia, de 51 años, director comercial en paro, se vuelve a Alemania. A lo que fue su infancia, a buscarse una vida que no puede encontrar en España.

Mientras aquí falta trabajo y la cola del paro no da tregua, Alemania, el motor económico de Europa, pide españoles para puestos cualificados. Con un sector industrial muy potente, ha sabido aprovechar las exportaciones y el reparto de empleo: se cobra menos y se trabajan menos horas (a lo mejor cuatro o cinco), pero así una empresa puede emplear a dos profesionales. Según los últimos datos, el país de Merkel necesita unos 800.000 trabajadores.

Cuando los emigrantes españoles se marcharon a Alemania hace 30 años dejaron tan buen recuerdo que ahora, necesitado de mano de obra, vuelve a llamarnos. Eran trabajadores nada conflictivos, que echaban horas y que siempre pensaron en regresar a su casa.

«El milagro español»

Aunque algunos se quedaron, ése no era el objetivo. Como explica Alban d'Entremont, profesor de Geografía Económica y de la Población de la Universidad de Navarra, «se fueron con la idea muy fija de retornar al país de origen a la primera oportunidad. También eran una gran mayoría de hombres solteros, que a pesar de no tener la intención de asimilar excesivamente los modos (idioma, hábitos y costumbres) del lugar de destino, sí aprendieron mucho, volvieron con algo de dinero y ayudaron a hacer realidad el famoso "milagro español"de los años sesenta y setenta. Les debemos mucho en este sentido».

«Mi padre –cuenta Francisco–, tenía cáncer y quería venir a morir a España. Siempre lo dijo, por eso volvimos». Con esa morriña de los españoles, Alemania se evita pagar los subsidios cuando el trabajo escasee, si es que lo hace. Casi todo son ventajas para el país receptor de inmigrantes.

Alemania llama, pero no todos pueden contestar: «El balance real del paro juvenil en España es que el 50% se produce por culpa del fracaso escolar. Habría que cambiar la educación en este país para evitar eso –explica Javier Morillas, profesor de Economía Aplicada en el CEU–. Alemania lo que busca es gente cualificada: médicos, enfermeras, informáticos, profesionales en el mantenimiento tecnológico. Durante 15 años, el país germano se ha estado alimentado de la inmigración de países del Este de Europa, bálticos o turcos: gente con otro perfil, de trabajador de la construcción. Para este tipo de profesional español va a ser más complicado encontrar trabajo en Alemania».

Los que finalmente se marchan son los que están más preparados académicamente o los que han viajado antes con becas Erasmus. Son jóvenes entre 25 y 35 años, gente que todavía no tiene ataduras o que tiene pareja alemana y que están dispuestos a sacrificarse durante algún tiempo para, se supone, lograr luego un beneficio mayor a largo plazo. Aunque al principio sea complicado, el nivel de vida es más asequible en Alemania. Principalmente porque los alquileres son más baratos, poco más de 500 euros, y el mercado es muy flexible. Si falla un trabajo, aparece otro.

La tecnología, además, ha cambiado el viaje. En 1956 se creó el Instituto Español de Emigración (duraría hasta mediados los años 80) y en 1960 se promulgó la Ley de Ordenación de la Emigración, que buscaba, como su título indica, organizar el fenómeno protegiendo a los españoles y garantizando que su salida se correspondiera con necesidades económicas del país receptor. Ahora, a través de las redes sociales, por contactos o mandando currículums, se accede al mercado alemán. Hay más libertad y menos inconvenientes. Mediante internet se comparten experiencias y en páginas como spaniards.com, los españoles que vayan a Alemania pueden encontrar mensajes de gente que ya está allí, sitios donde quedar y verse. Saben quién les espera.

Volver o no volver

El padre de Francisco se reunía con sus amigos españoles en el centro español. Allí era el único contacto con su lengua. «Saber el idioma es importante, pero no fundamental. En mi empresa trabajamos con otras empresas extranjeras y el idioma es el inglés», dice Alberto, un informático español, a punto de marcharse a Alemania, con una oferta que mejora lo que gana en España.

Los costes efectivos y los costes de relación familiar se han reducido a su mínima expresión por el Skype, Facebook o los vuelos «low cost». Cuando los españoles, en los sesenta, se marchaban de una España a la que le costaba avanzar, su comunicación con sus familiares se reducía a cartas que pensaban que iban a llegar, aunque nada era seguro. Y solamente se podía regresar muy de vez en cuando, porque los viajes se contabilizaban en largas horas y tampoco se quería gastar en una visita el dinero que se estaba ganando. En el mundo globalizado actual, Alemania parece estar mucho más cerca. Aunque la partida sigue doliendo lo mismo. Francisco ha estado esperando, ha jugado sus cartas, pero no ha sido suficiente.

Están marcadas: cuando enseña su currículum, su experiencia, sus viajes, su bilingüismo alemán, sus ganas de trabajar, su necesidad, se desgasta y se deja el ánimo en un intento baldío. Lo que escuchan los que están enfrente es otra cosa, es una cifra: 51 años, 51 años. «He ido a entrevistas de trabajo, donde sólo quedaban dos finalistas, otro y yo y luego me he enterado que mi competidor, a quien le dieron el trabajo, sólo tenía 40 años».

Ha aguantado seis meses desde que cerró su empresa, ha llamado a todas las puertas y ha descubierto cómo los que antes le requerían y le daban la mano, ahora le dan la espalda y mucha indiferencia. Ya no puede más. Deja aquí a sus hijos, a su mujer. Vuelve, como si fuese un joven tecnológico sin nada que perder: «Me instalaré en un hostal los primeros días, en Fráncfort o en Berlín, donde supongo que hay más oportunidades para encontrar trabajo.

He hablado con mis contactos, pero no sé si van a poder conseguirme algo». Francisco rompe la imagen que manejan las estadísticas. Él va a lo que salga; si es camarero, camarero, no está para elegir. Su padre se fue mejor, con una casa para que se instalara con su familia, con un sueldo que triplicaba lo que ganaba en España. Allí se encontró con otros emigrantes españoles, se juntó con ellos y su hijo pudo lograr una educación y aprender alemán.

Más preparados

Los emigrantes de los sesenta llegaban en total desventaja. Volvían sobradamente preparados. Hoy sucede lo contrario. Ya se van con conocimientos, pero eso puede ser peor: «La persona que se ha formado y que se entiende que forma parte de un nivel económico y social no ocupará otro sin una gran frustración, con todo lo que eso lleva consigo», explica la profesora Caridad Valverde. A Francisco Villaescusa le cuesta sonreír en las fotos. Se va a marchar, frustrado. Sin la boina, la bufanda y la maleta atada con cuerdas, como hizo Alfredo Landa en «Vente a Alemania, Pepe», sin el miedo y la ignorancia de su padre y sí con el teléfono móvil y el portátil o el iPad.

Pero se va, porque aquí no hay sitio y en Alemania sí. Que eso, 40 años después, no ha cambiado.