China

Llega el Circo: pasen y lean

Luminoso y sombrío, es el mayor espectáculo del mundo. El profesor Raúl Eguizábal analiza al detalle su historia desde la China milenaria al Circo del Sol«El gran salto...»Raúl EguizábalPenínsula405 páginas. 22,90 euros

HOMENAJE DE SEURAT El artista dejó dejó inacabado este grabado en 1891, que rinde tributo al mundo del circo
HOMENAJE DE SEURAT El artista dejó dejó inacabado este grabado en 1891, que rinde tributo al mundo del circolarazon

¡Equilibristas, bufones, malabaristas, animales, domadores, acróbatas, payasos y trapecistas…! El mayor espectáculo del mundo va a comenzar. Con ustedes… ¡El circo! Así suelen presentarlo de ciudad en ciudad cada «troupe» de artistas que, montados en sus carromatos, han llevado la magia y la ilusión por todo el mundo desde tiempos inmemoriales. Generaciones enteras han ido pasando sus conocimientos de padres a hijos y han hecho de ésta su forma de vida. Ellos forman la gran familia del circo. El profesor de Teoría e Historia de la Facultad de Ciencias de la Información de Madrid, Raúl Eguizábal, publica el libro «El gran salto. La asombrosa historia del circo» (ed. Península), un recorrido desde sus antiquísimos orígenes hasta la actualidad y una relación de hazañas posibles e imposibles, vidas aventureras y trashumantes, amores trágicos, triunfos devastadores y heroicos fracasos.

El Emperador Amarillo
Buffalo Bill y su espectáculo del Salvaje Oeste, Charlie Rivel, el elefante «Jumbo», Pinito del Oro y un largo etcétera de números y personajes hasta llegar al Circo del Sol y otros posteriores. El circo es un espectáculo ancestral. Las más antiguas manifestaciones se dan unos tres mil años antes de Cristo en Egipto y en China. De allí pasó a Grecia, emparentado con el teatro porque éste nació en fiestas campestres y religiosas y lo que se hacía en realidad era representar pantomimas circenses. Sin embargo, el circo romano –del que toma el nombre– tiene poco que ver con el actual. Había fieras y exhibiciones, pero era sanguinario y no participaba de la habilidad o la inventiva. En el circo chino clásico no había fieras. Había acróbatas, lanzadores de cuchillos o platos voladores. Eran exhibiciones de agilidad y fuerza, de destreza con las armas, ejercicio con caballos, carros e imitación de animales. Los chinos atribuyen su tradición a Huang, el emperador amarillo que supuestamente vivió hace 5.000 años. Gracias a él, las artes circenses llegaron al pueblo. Este origen legendario envuelto en un halo de fábula y convertido en mito demuestra hasta qué punto el circo ha estado enraizado en su antigua cultura. De él viene la tradición del circo de Occidente. Crearon escuelas de acróbatas subvencionadas por los emperadores de las que salían artistas que actuaban en la corte. Todavía las escuelas chinas surten de artistas, no sólo al circo nacional, sino a todos los del mundo. Entre ellos, el prestigioso Circo del Sol.

La Edad Media trajo a bufones de corte y juglares, hombres dispuestos a hacer reír a los demás y que se convirtieron en parte indispensable de las cortes europeas junto a bailarines y titiriteros. En castellano, bufón tiene la doble acepción de «gracioso» y «grotesco». El término «juglar» se remonta al siglo XI y definía a un artista variopinto que deambulaba por villas y castillos recitando y mostrando habilidades. Los saltimbanquis eran saltadores de bancos, mesas y sillas sobre las cuales hacían difíciles equilibrios.

Esplendor en el siglo XIX
Después se les denominó artistas ambulantes con cierta connotación peyorativa, porque se asociaron a charlatanes, buhoneros o farsantes de toda índole. Pero la historia de lo que podíamos llamar «circo clásico» surgió en Inglaterra a finales del XVIII. La mayoría de sus actividades eran callejeras. Con la Revolución Industrial encontraron acomodo en recintos cerrados. Comienza así su periodo de esplendor. El siglo por excelencia del circo es el XIX.
Proliferaban tanto los ambulantes como los escenarios estables. El actual es el heredero de aquellos que recorrían Europa con sus espectáculos de equilibrio, fuerza, magia, juegos malabares, del «gracioso» del teatro español, del «clown» inglés y de la Comedia del Arte. Ésta surgió en Italia con un esquema básico sobre el que los actores tenían libertad para improvisar y personajes fijos –«Pierrot», Polichinela o el «El Tartaja»–. Se apoyaba en la mímica y en las maneras de la pantomima y, aunque estuvo de moda del XVI al XVIII, su herencia la recogió el circo.

En los años 60 entraron en declive las formas tradicionales. El Circo del Sol –1984–, es lo más importante que ha ocurrido en el género en muchos años, tanto por lo grandioso, como por la respuesta del público. La gran renovación que ha llevado al siglo XXI. El circo clásico con animales ha dado paso a nuevas tendencias creativas que mezclan teatro, técnicas circenses y medios audiovisuales, orientado a un público más culto que infantil.

Para el profesor Raúl Eguizábal, «el arte del circo está construido de dos ingredientes básicos: la belleza y la emoción». Belleza por la armonía de las acrobacias, por la ligereza de las amazonas, la gracia de las pantomimas, la precisión de los volatineros, la vistosidad del atuendo, la música... Emoción, porque en el circo hay riesgo real. Equilibristas, trapecistas y domadores juegan con la muerte. La emoción del «más difícil todavía». Pero, esta belleza y emoción –explica el autor–, están llenas de contrastes. El circo puede ser a la vez luminoso y sombrío, risueño y fatídico, bello y siniestro. Domina el riesgo, la exactitud, el ritmo y la exigencia, pero también la espontaneidad y la innovación. Ni el trapecista ni el domador ni el lanzador de cuchillos pueden equivocarse siquiera unos centímetros. La historia está llena de momentos trágicos sobre la pista, a veces rozando el romanticismo o el melodrama de «vaudeville». No sólo conviven la risa y el drama, sino que son un ingrediente de fascinación. El traspié de un equilibrista, el trapecista que no llega a tiempo, la puntería del lanzador de cuchillos que falla… Se dice que el circo es redondo para que la muerte no pueda ocultarse en ninguna esquina. Incluso los carteles están llenos de alusiones a ella: «El salto de la muerte», «El puente de la muerte». Para Eguizábal, no hay otro espectáculo como el circo, porque todo está a la vista del público: se montan jaulas, se izan trapecios y, a veces, es tanta la tensión –alimentada con un redoble de tambor–, que no queda más remedio que cerrar los ojos.

Y si hay algo en el circo que cautive es la magia. La magia no es parte del circo, es la esencia del mismo. Por ella, el circo forma parte de nuestras vidas y recuerdos infantiles. Magia, encantamiento, fascinación, maravilla tienen que estar presentes en cada número. Todo ha de ser «cosa de magia», «asombroso», «lo nunca visto» y, si no es así, será una decepción. En el espectáculo circense no hay término medio. Puede ser sublime o patético, pero nunca mediocre.

 

El detalle
EL GRAN BUFFALO BILL

Era un explorador especializado, como su nombre indica, en búfalos. Tras décadas de batallar, decidió explotar sus hazañas en un espectáculo circense. Acompañado por una copiosa plantilla de extras y una manada de búfalos narcotizados, representaba sus conquistas y aventuras en el Salvaje Oeste. Formó pareja de espectáculo con Toro Sentado. No tenía rival.