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La violencia en el punto de mira

Pinker se pregunta, en este soberbio y polémico ensayo, por qué vivimos en una época de relativa paz, tras demostrar que la conducta del hombre se ha caracterizado por lo contrario«Los ángeles que llevamos dentro»Steven PinkerPaidós1.103 páginas, 42 euros.

Prácticas de tiro en Bagdad durante una ceremonia de graduación
Prácticas de tiro en Bagdad durante una ceremonia de graduaciónlarazon

Estamos en el mundo más pacífico de todos los tiempos. ¿Alguien lo duda? Incluso el siglo XX no fue especialmente violento en comparación con otros periodos. ¿Alguna objeción al respecto? Bien, se supone que todas –acompañadas de ademanes de sorpresa y cuasi indignación–, pues cómo decir tal cosa después de que haya aún personas que recuerdan el Holocausto, el Gulag, la Segunda Guerra Mundial, las innúmeras guerras civiles africanas, etc. Pero así lo afirma el psicólogo Steven Pinker, que ya supo cuál es «El instinto del lenguaje» (1994) y «Cómo funciona la mente» (1997), por decirlo con dos de sus títulos más ambiciosos, y que ahora sabe y comparte lo que nos diferencia de nuestros antepasados: un afán por alcanzar la paz de modo duradero y democrático como nunca se ha visto.
Una propuesta arriesgada
El científico se cuestiona por qué no nos recreamos «en atroces tormentos aplicados a otros seres vivos», como en aquellos casos que irá exponiendo a lo largo de este impresionante mosaico de depravaciones humanas en los cuatro confines del planeta desde la era prehistórica. La violencia más extrema ha caracterizado a la raza humana, así que «en vez de preguntar»: «¿Por qué están en guerra?», deberíamos preguntarnos: «¿Por qué hay paz?». Hacia la resolución de esa propuesta nos dirigiremos de la mano de un Pinker que consigue convertir un montón de estadísticas y datos históricos en un ensayo escrito de forma sobresaliente, incluso con gotas de humor pese a la escabrosidad de los asuntos que trata, que se lee con interés constante pese a su tremenda extensión y que, sobre todo, rompe esquemas prefijados y nos hace descubrir la verdad de muchos horrores. Para demostrar «el declive de la violencia y sus implicaciones», como reza el subtítulo, Pinker analiza acciones y emociones, poniendo en primer plano antiguos hábitos sociales, militares y judiciales, dando cuenta de có-mo ciertas brutalidades –torturas, matanzas, genocidios, esclavitud– eran constitutivas de la psicología del hombre en función de la época y el lugar. El punto de inflexión sería lo que da en llamar «la revolución humanitaria», asentada en el autocontrol y la empatía y en la que tiene una función vital la expansión de la cultura, aun algo tan discreto como la costumbre de leer novelas, iniciada en el siglo XVIII, lo cual fue «el invernadero de nuevas ideas sobre los valores morales y el orden social».
Entretenimientos callejeros
Es en el Siglo de las Luces cuando este «humanismo ilustrado» cuaja para plantear que la violencia cotidiana es indigna y se empiezan a abolir prácticas públicas milenarias de ensañarse en el daño, muchas tan metidas en el tejido social que eran entretenimientos callejeros, con el amparo de la legalidad y el consentimiento de reyes.
Desde el año 8000 a. C. hasta 1970; de 1970 hasta hoy. Tales serían las dos descompensadas partes en que Pinker divide la presencia de la violencia entre los humanos. No en vano, «creo que muchos también se sorprenderán al enterarse de que, de las veintiuna peores cosas que los individuos se han hecho unos a otros (de las que tengamos constancia), catorce tuvieron lugar antes del siglo XX», dice en el capítulo «La larga paz». En un gráfico vemos có-mo las conquistas de los mongoles en el siglo XIII o la rebelión y la guerra civil de An Lushan en el VIII son superiores en muertos a las atrocidades recientes, más si cabe cuando la población mundial era menor, con lo que la incidencia de la mortandad era más impactante. La larga paz aludida se prolonga durante la segunda mitad de siglo XX, excepto los sesenta y setenta, cuando hubo un repunte de la violencia, y llega hasta ahora salvo en numerosos países musulmanes, «que parecen haberse perdido la revolución humanitaria», por culpa de «la superstición religiosa», y «una hiperdesarrollada cultura del honor». Al principio Pinker, cuando habla de que la violencia tiene tres causas: el beneficio, la seguridad y la gloria, demuestra que «el móvil más citado para la guerra es la venganza». Somos una especie vengativa, ¿alguien puede dudarlo?, pero el ángel que llevamos dentro ha hecho de «la prudencia, la razón, la ecuanimidad, el autocontrol, las normas, los tabúes y las concepciones sobre los derechos humanos» nuestra hoja de ruta pacífica.