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El Barça vuelve a citarse con Wembley

Sentado en la tribuna de prensa del Camp Nou, trabajando para una cadena de televisión, Ronald Koeman siguió atentamente el partido. El holandés es una referencia obligada cuando se habla de Wembley y del Barça.

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Un derechazo suyo en el minuto 111 de la prórroga hace 19 años supuso la primera Copa de Europa que entró en las vitrinas del museo azulgrana, donde también reposan las botas que utilizó aquel día. Koeman pasó a la historia del club del mismo modo que lo está haciendo el equipo de Pep Guardiola, que ayer selló su presencia por segunda vez en tres temporadas en la final de la Liga de Campeones. Será la séptima ocasión en que los azulgrana luchen por el cetro europeo, que han ganado ya en tres ocasiones.

El último partido antes de llegar a Wembley se jugó más en las salas de prensa y en los despachos que en el campo. «Ya se acaba», repetía Guardiola en la previa. Y es que tenía muchas ganas de que este maratón de clásicos, cuatro en 18 días, tocara a su fin. Los duelos contra el máximo rival han supuesto un duro desgaste físico y psicológico para todos.

La crispación que se había generado en los días previos dejaba en el aire el ambiente que se respiraría en el Camp Nou. El recuerdo de lo sucedido hace tan sólo un año con el Inter de Mourinho no hacía presagiar nada bueno, pero la afición «culé» demostró haber aprendido la lección y mostró un comportamiento ejemplar, sólo manchado por el idiota de siempre, que encendió una bengala cerca de la zona de aficionados blancos. A él no se le espera en Wembley.