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Las cosas horribles por Francisco Nieva

La Razón
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Divagación esquizofrénica y desesperada. Nos estamos volviendo locos: las cosas horribles que suceden en Albacete nos parecen todavía más horribles porque suceden en Albacete. Ya es una pena que una ciudad tan interesante y culta tenga ese nombre diminutivo y hasta «minusvalorativo», despectivo... Ahora que todo anda revuelto y no se sabe lo que se hace bien o mal, se debiera aprovechar para cambiarle de nombre oficialmente. Es como el que da un pequeño «golpe de estado» para salvarla de un injusto oprobio. Que se llame «Alba de la Mancha» o «Alba del Prado» o algo así. Algo poético. Que se convoque un concurso de ideas a partir de las sílabas alba. Al fin, yo soy manchego y me encanta encontrar en Albacete una pequeña galería comercial modernista, al estilo de las de Milán o París, me encanta una revista literaria que allí se publica, me sorprende la influencia de arquitectos y decoradores valencianos –de la «Belle-époque»–, que allí se percibe con agrado y sorpresa, y hasta me gusta el frío que allí hace en invierno, lo más parecido a Siberia. En suma, yo me decanto por esta opinión: si se considera necesario cambiar o retocar la Constitución, ¿por qué no cambiar o retocar el nombre de Albacete?
Pero apartemos este litigio, porque cosas horribles están pasando por todas partes, y si suceden en Burgos o en Córdoba, no suceden en Burguete ni en Cordobita. Pero, dejémonos de bromas, porque esto es serio. Recobremos un poco la razón: hay gente que se ahorca por el desahucio de su piso, enteras familias de la pequeña burguesía caídas casi en la mendicidad. Es aterrador. ¿Cómo salvar a la población española de un bajón tan tremendo, de un hundimiento estremecedor? En todo, en cultura, en investigación, en la supervivencia de la Universidad... Rozamos la desesperación. Sin ser una alarmita, estoy seriamente alarmado, indignado, asustado. Porque, si bien lo vamos a juzgar, al mismo tiempo que nos pasan esas cosas horribles en la presente «situación anómala», siguen sucediendo las muchas cosas horribles que ya suceden en lo que suponemos «normalidad». Es como el copete de nata que se le pone a una copa dulce y helada. El acabose: robos, crímenes, accidentes, la irresistible violencia de género... Pero... ¡Ah...! todavía peor es una guerra. ¿Tenemos en cuenta lo que en muchos países árabes y africanos está sucediendo? Estamos mal, pero aún podríamos estar peor y la esperanza nunca se pierde. Si el hundimiento no llega a ser total, hay que pensar que algún día comenzará a ir mejor, aunque sigan pasando cosas horriblemente normales en la realidad, dichos crímenes, robos, prevaricación, violencia de género, así como imponderables desastres de todo tipo. Ciertamente, pero en conjunto, todo irá a mejor, y yo me hago esta pregunta: - «¿Cómo será el mundo, la sociedad occidental después de la catástrofe? ¿Será muy diferente, será mejor o volverá a ser lo mismo? ¡Ah! qué cosa tan horrible».
Entre las muchas cosas horribles que podamos presentir, la más horrible de todas es que vuelva a ser lo mismo, como un drogadicto reincidente, a pesar de los tratamientos de choque que se le hayan podido aplicar. La droga del mundo es la vida misma, la lucha por el placer, la riqueza y el poder. Así se levantan y caen muchas de las humanas empresas. Ni el razonamiento filosófico ni la religión ni los avances de la ciencia pueden hacer al mundo mejor, ni mitigar la carga de lo horrible que comporta la vida misma. Esto puede ser filosofía barata, tópica y simplista, pero tampoco deja de ser verdad que la cara amable y gratificante de la vida, cualquiera que sea la situación, siempre estará ahí y siempre acude, como una solícita enfermera, a aplicar el tratamiento de recuperación al drogadicto de la vida, para que recobre la estabilidad... Y para que, ya fortalecido, vuelva a caer en el supremo vicio de vivir. Nos estamos volviendo locos, sí. Pero no dejemos de pensar que niños, borrachos y locos dicen la verdad.