Francia

Cannes piensa en Malick

«El árbol de la vida», del director americano y protagonizada por Brad Pitt, es la favorita en todas las quinielas.

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Lo recordaremos como el año del «affaire» Von Trier, como el año en que la película de Malick convirtió la platea del Grand Theatre Lumière en una batalla de aplausos y abucheos, el año en que Almodóvar decidió presentar un «giallo» que pareciera dirigido por Fritz Lang. El festival de Cannes cierra una edición marcada por un manojo de películas que diseccionan los conflictos paternofiliales –ha sido el principal eje temático de la sección oficial, empezando por «Tenemos que hablar de Kevin» y acabando por «This Must Be the Place»– y por una predilección, escándalo obliga, por la perversión sexual –«Sleeping Beauty», «La piel que habito»– haciendo parada en la pedofilia –«Polisse», «Michael»– y el sexo en venta – «L'Apollonide»-.

Con un jurado presidido por Robert de Niro, acompañado por Uma Thurman y Jude Law, con Olivier Assayas como cabeza pensante y Johnnie To como brazo ejecutor, es fácil prever que «The Tree of Life» se llevará la Palma de Oro. Las dimensiones épico-cósmicas de la quinta película de Terrence Malick la convierten en perfecta candidata para el premio más codiciado. Su sola presencia aplastaba las posibilidades de sus competidores. Cannes ha esperado dos años para tenerla en competición y los críticos americanos han hecho piña para defenderla –el de «Variety» llegó a llamar «payasos» a los que silbaron en el pase de prensa–. El jurado puede galardonar las infinitas ambiciones del filme, que demuestra que aún es posible, incluso en el contexto de la industria americana, la existencia de una mirada poética como la de Malick.

Inventiva y lugares comunes
Ante la metafísica de «The Tree of Life», todas las películas encogen los hombros. Desde registros opuestos, «Le Havre», de Aki Kaurismäki, y «La piel que habito», de Almodóvar, se pelearán por el Premio Especial del Jurado. Ambas se benefician de que los Dardenne tienen dos Palmas de Oro, porque, de lo contrario, la cosa aún estaría más reñida. «The Artist» es la única película que podría hacerles sombra, no sólo por su inventiva, que revisita los lugares comunes del cine mudo, sino porque está avalada por Harvey Weinstein, el Vito Corleone del cine americano.

Sería tan injusto que Michel Piccoli no ganara el premio al mejor actor por «Habemus Papam» como que Tilda Swinton se fuera de vacío por «Tenemos que hablar de Kevin». Hay miedo de que a De Niro le guste la lamentable interpretación de Sean Penn en «This Must Be the Place», porque se parece a la que él perpetró en «Despertares». Malas lenguas otorgan el premio a la mejor actriz a Kirsten Dunst por «Melancholia». Sería rizar el rizo de la «polémica Von Trier»: podría interpretarse como una broma que el jurado le gasta al festival o como la compensación a Dunst por aguantar las pullas que le lanzó el cineasta danés en la rueda de prensa.

Una de cal y otra de arena
La sección oficial se cerró ayer con la notable «Once Upon a Time in Anatolia», del turco Nuri Bilge Ceylan, y con la patética «La source des femmes», de Radu Mihaileanu. La primera recorre la pista de un cadáver, que se debate entre la investigación policial y el colorismo costumbrista, para desdramatizar la relación de la especie humana con la muerte. En la línea populista de «El concierto», Mihaileanu celebra, con ocasionales desvíos sentimentaloides y una equivocada predilección por el exotismo de guía turística, el «girl power» de una comunidad árabe.