Campaña electoral

Asaltadores y payasos por Alfonso Merlos

La Razón
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¡Ahora sí que estamos salvados, señores! Después de haber cambiado el asalto y la ocupación al Congreso por un rodeo o acercamiento, ha entrado en escena un Ejército Clown de Liberación Democrática. O sea, que quienes hasta ahora se presentaban así mismos como fieros y pundonorosos salteadores, ahora se transforman en payasos. ¡Eso es progreso!

Por fortuna han renunciado estos héroes de nuevo cuño a presentarse en la Plaza de Neptuno cargados de palos, punzones, escudos, mazas, adoquines o centenares de kilos de piedras. Pero es de opera bufa que la nueva vanguardia del 25-S esté instigada por quienes consideran que no hay mayor acto revolucionario que conservar la alegría, por quienes dicen defender la armonía creativa, por quienes disfrutan expandiendo cánticos pacifistas o juran la bandera blanca de la regeneración. ¿Se puede ser más friki?

No está este país para gansadas. Y es muy respetable, pero la democracia no se vigoriza empapelando los aledaños de la Carrera de San Jerónimo de propuestas, pancartas, octavillas y creaciones comunistoides englobadas en una presunta estrategia de resistencia anticapitalista. Menos todavía, cuando esas ocurrencias tienen como meta el debilitamiento de los partidos, esenciales para articular la vida política, producir leyes y generar un cierto orden y concierto en la escena pública.

Nadie ha dicho que los ciudadanos estemos para votar, pagar y callar. Porque eso es una locura y porque así no vamos a ninguna parte. Pero una cosa es controlar implacablemente el ejercicio del poder y protestar airadamente, y otra, hacer convocatorias más o menos estrafalarias perfectamente prescindibles. Porque en el peor de los casos derivan en episodios de destrozos y violencia. Porque en el mejor son una simple distracción de las tareas y el esfuerzo que como españoles tenemos por delante. Y porque, en definitiva, ayudan a retratar una España de pandereta y desmadrada que sólo a nuestros enemigos fascina.