Alcohol

Avalancha mortal

La Razón
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Habrá que esperar a que el Grupo de Homicidios de la Policía termine la investigación sobre la tragedia, ocurrida durante la celebración de una macrofiesta de Halloween en el Madrid-Arena de la Casa de Campo, para reclamar las responsabilidades a que haya lugar. En principio, y sin rechazar las alegaciones de la empresa organizadora del festejo, cuyos responsables afirman que se cumplió en todo momento con el protocolo de seguridad previsto, que no se superó el aforo permitido y que todas las salidas estaban abiertas y custodiadas por personal de seguridad, es imposible sustraerse al hecho confirmado de que se permitió el acceso de menores a la sala y de que en la mayor parte de los casos no se llevaron a cabo controles de seguridad que impidieran la introducción de objetos peligrosos como cohetes, bengalas y petardos. Numerosos testigos coinciden en que el control de acceso se limitó a la presentación de la entrada, sin demanda del DNI y sin registro de bolsos o mochilas. De determinar el alcance de estas omisiones se encargará la investigación judicial, pero parece claro que fueron el lanzamiento de una bengala y el disparo de petardos en uno de los vomitorios atestados de jóvenes, por parte de unos irresponsables, los causantes directos de la avalancha humana que provocó la muerte de tres adolescentes y heridas gravísimas en otras dos, una de ellas menor de edad. Pero cuando se alega que es prácticamente imposible ejercer un control eficaz de todos y cada uno de los asistentes a un espectáculo multitudinario como el de la madrugada del jueves –para el que, según fuentes de la empresa organizadora, se habían vendido 9.650 entradas de las 10.600 disponibles–, se entra, en realidad, en el punto esencial de los hechos: la imposibilidad de garantizar la seguridad de una multitud confinada en un recinto y con el umbral de alerta disminuido a causa del alcohol, el ruido y el calor. No es la primera vez que sucede una tragedia de este tipo y mucho nos tememos que no será la última pese al endurecimiento de las medidas de prevención exigidas por las autoridades municipales. La fortuna de que la avalancha se produjera en un pasillo, sin que se apercibiera de lo que estaba ocurriendo el grueso de los asistentes, permitió la eficaz reacción de los servicios de seguridad y de la Policía, limitando los daños. Pero estremece pensar qué hubiera ocurrido si las bengalas y los petardos hubieran causado el pánico en mitad de la sala atestada. Se impone, de una vez por todas, una reflexión sobre la conveniencia de limitar este tipo de fiestas a los espacios abiertos o, en su defecto, exigir de los organizadores unas medidas de control de acuerdo con el peligro potencial que representa el manejo de multitudes.