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La Razón
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El campo de Brasil salió adelante y el de Chile se estancó. En los dos países, en los años 60, se impusieron precios agrarios tasados. Pero los funcionarios brasileños fueron poco transparentes y poco exigentes en el cumplimiento de las normas. Los chilenos cumplieron con su deber y, aparentemente, con su honestidad castigaron al país. El caso fue utilizado hace un par de años por el economista Nathan Leff para argumentar, en una publicación de Oxford, que no siempre la actuación de los servidores públicos conforme a lo establecido por la Ley es conveniente. Es evidente que el problema no es el buen comportamiento de los funcionarios, sino lo sofocante que puede llegar a ser la actuación de la Administración si regula mal, si gasta de forma ineficiente. Estudios como los que hace habitualmente Transparency International o las conclusiones de la World Business Environment Survey reflejan que hay una relación directa entre transparencia de la gestión pública y mayor desarrollo. En cualquier punto del planeta. Pero en España el ejercicio de rendición de cuentas es especialmente relevante. En nuestro subconsciente colectivo tenemos instalada una actitud demasiado condescendiente con la actuación del Estado. Es consecuencia del modo en que creció nuestro sistema del Bienestar. Lo puso en marcha el franquismo y la izquierda española de Felipe González lo consolidó. En ese proceso se alimentó un concepto demasiado amplio de servicio público. Desde mediados de los 80 la presencia de todas las administraciones en la vida social ha sido excesiva. El servicio público, según la mentalidad que se construyó en la segunda mitad de nuestro siglo XX, tiene que ser directamente gestionado por parte de la Administración. Por eso quien ahora se atreve a sugerir que la atención social o la sanidad, si dejan de ser pública, pueden estar en manos de hospitales, colegios o cooperativas creados por la iniciativa social es considerado un «malvado privatizador». Una mayor transparencia en cómo se gasta el dinero público nos va a ayudar a comparar. Compararemos qué cuesta una cama en un hospital de gestión pública y qué cuesta en uno de gestión social. A lo mejor empezamos a pensar de otro modo.