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Zaragoza

La carretera por Alfonso Ussía

La Razón
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En el libro más chismoso, revelador e interesante de cuantos se han escrito de las entretelas del franquismo hasta la fecha, «Mis Conversaciones Privadas con Franco», –Planeta, 1976–, del que es autor su primo y secretario particular Francisco Franco Salgado-Araujo, familiarmente conocido como «Pacorro», se dibuja este paisaje de despacho. Franco tiene decidido designar al Príncipe sucesor a título de Rey. Y le comenta a su primo que en breve tiempo, la carretera que lleva hasta el Palacio de La Zarzuela va a incrementar notablemente la densidad de su tráfico. En aquel tiempo era una carretera casi desierta de movimiento, por la que iban y venían los colaboradores leales de Don Juan Carlos, los colaboradores que espíaban a Don Juan Carlos y Jacobo Cano, que hacía de secretario particular del Príncipe, y que falleció, precisamente en esa carretera, en un tontísimo accidente, pocos años más tarde.
Las carreteras tienen vida propia. Prueba de ello es lo poco que se parecen cuando se toman en una dirección o se circula en la otra. Esa carretera amable del amanecer que se convierte en una tortura cuando termina el horario del trabajo y se siente invadida por miles de coches conducidos por fieras corrupias que desean por todos los medios llegar a sus casas a dentelladas.
Me contaba Antonio Ozores, que en uno de esos atascos, se apercibió de que el coche que circulaba a trompicones a su lado tenía la puerta de la derecha mal cerrada. Y Antonio, muy cordialmente, hizo sonar su bocina para advertírselo al conductor de marras. Así lo hizo, señalando la puerta mal clausurada y el advertido, en lugar de agradecérselo le berreó: «¡Tu puta madre!».
Me temo que una carretera va a incrementar su tráfico en pocos meses, con crecimiento constante y paulatino. Sólo en una dirección. La autovía que une Barcelona con Madrid. Cada día que pasa son más las empresas que anuncian un posible traslado de sede si se cumplen los vaticinios soberanistas del nacionalismo catalán. José Manuel Lara fue el primero en advertirlo. «No es que quiera irme, es que me echan». Ahora se han sumado la Volkswagen, Procter & Gamble y Arbora& Ausonia. Es cuestión de perder el miedo. El llamado efecto dominó. Cae la primera pieza y arrastra a las demás. Una Cataluña abandonada por la industria parece inconcebible, pero las empresas no tienen corazón. Siempre es mejor tener la sede en una ciudad europea que en una ciudad expulsada de la Unión. No discuto el derecho a decidir de los pueblos. Discuto la fórmula que se salta las leyes. Lo ha dejado claro –por una vez, lo cual celebro–, el Presidente del Tribunal Constitucional. «Una demanda de independencia afecta al conjunto de los ciudadanos españoles, ya que el sujeto constituyente es el pueblo español, y la Constitución es bien clara al respecto». El catalán tiene el mismo derecho a votar en un refrendo por la independencia de Toledo que un toledano. Y el toledano el mismo que el catalán si la referencia es Cataluña. Si una parte de mi Patria, España, quiere dejar de tenerme entre los suyos, constitucional e individualmente tengo todo el derecho a dar mi opinión con mi voto.
No obstante, la sensación de crispación va en aumento, y el dinero es egoísta. Es más rentable trabajar y producir donde no hay tensiones políticas que en territorios violentados por el orgullo de la aldea. Autopista hasta Madrid, vía Zaragoza, que también acogerá a las empresas que quieren seguir en Europa. Carretera y manta.