París

Los secretos del duque de Windsor al descubierto por Jesús Mariñas

Podría decirse que es casi un expolio de la intimidad real. Estos días, la boutique Santa Eulalia de Barcelona expone seis trajes del ambiguo duque de Windsor, quien dejó de reinar por amor a Wallis

El duque de Windsor, en una instantánea de 1937
El duque de Windsor, en una instantánea de 1937larazon

Es el destino final de una subasta, ejemplo de elegancia clásica, no exenta de osadía impropia de aquel tiempo que permanecía distante, inalcanzable o mitificado, pero que hoy puede ser tocado en otra especie de destronamiento. Sin duda, vidas enigmáticas cuyos secretos llegan al mejor postor. Lo mismo que la de Victoria Eugenia, una de las pimeras que pignoró un importante tesoro de brillantes chatones como nueces que crecían en cada cumpleaños, de los que también vivió hasta su muerte Lyz Taylor. Ni los de la actriz se salvaron de los coleccionistas de recuerdos que expenden el legado con el pretexto creíble de beneficios contra el sida, por lo que la actriz luchó tanto en vida. «La peregrina», un nombre como predestinado para un perlón de tan movible redondez, sale al mercado estos días con otros souvenirs de quien tuvo los más bellos ojos violetas del cine.

También es reseñable el caso de Melina Mercouri, la actriz griega que llegó a ministra de Cultura y que se rendía ante Sara Montiel. Trágica donde las haya, Mercouri estuvo a la altura drámatica de sus compatriotas Irene Papas o Katina Paxinou e impactó en la música, lo mismo cantando a Theodorakis que los bellísimos poemas de su hijastro Dassin, Goufas y Hadjidakis, cuyos «Niños del Pireo» realizó en teatro y cine. Fue su consagración junto a «Fedra», al lado de Judith Anderson, que no disimulaba su lesbianismo, y Anthony Perkins.

Melina marcó una época; lo mismo al frente de la cultura helena, insistiendo en que Gran Bretaña devolviese a su país las paredes del Partenón que están en el Museo Británico, que en un París rendido a su elegancia de belleza y causticidad clásica. Y aunque la expulsaron de Grecia, su pena quedó reflejada en una autobiografía titulada «¡Nací griega!». Sin duda, otra gloria a la que nos aproximan deshaciendo su guardarropa en una subasta en París, donde se descubren desde importantes colecciones sin valor numismático, junto a diseños de Saint Laurent, Chanel, Valentino Boutique. Casi cincuenta trajes de St. Laurent Rive Gauche, cada uno con precio de salida fijado en 40 euros, mezclados con sombreros de Dior, varias medallas con su signo de capricornio, un brazalete del histórico Mellerío proveedor de Eugenia de Montijo y muchos gemelos porque era adicta a las camisas inglesas de corte varonil. De quien fue adelantada en usar el oro blanco también se venden relojes de Fred, dos Legiones de Honor y hasta la Cruz de Isabel la Católica. Grandeza reducida en pequeños lotes, un final del que no se salva ningún grande del cine. Tristísimo.