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La Vuelta

La Razón
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En 1995, Miguel Indurain ganó su quinto y último Tour y la Vuelta debutó en septiembre. El cambio de fechas, huir de la pluviosa y en ocasiones fría primavera, fue una decisión meditada y delicada, nada fácil. Los hermanos Franco, Enrique, desaparecido y siempre recordado, Tito y Felipe Sainz de Trápaga, propietarios de Unipublic, consultaron, encuestaron, debatieron y comunicaron el traslado. Hein Verbruggen, presidente de la UCI, padre del ciclismo moderno y responsable principal de la desaparición de carreras ciclistas tradicionales por su incomprensible afán de llevar las bicicletas a un nuevo mundo, respiró tranquilo. A cambio, se comprometió a que el Mundial se disputara siempre después de la Vuelta –pronto se descubrió que la ronda española serviría también de preparación a los cazadores del arcoí ris– y a que los equipos punteros se inscribieran en ella con sus figuras...

Las figuras, en un deporte tan agónico, sacrificado, imprevisible y arriesgado como éste, encuentran mil y una excusas para ausentarse. Ya ocurría en abril-mayo, cuando costaba millones negociar los carteles y el exquisito elenco internacional exigía el impuesto revolucionario. No bastaba con el disfrute de hoteles muy superiores a los que les acogían en Francia o en Italia. La Vuelta nunca fue el Tour ni lo será. Ni en primavera ni en el ocaso veraniego. La Vuelta se codea con el Giro porque padece idénticas vicisitudes y soporta parecidas vanidades.

El paso de la primavera al verano supuso mejorar el clima y desterrar plantones como aquellos que protagonizaron Saronni, Moser e Hinault para evitar la nieve de los Pirineos. Congelarse en el Gavia o en el Stelvio y temblar de frío en el Tourmalet son retos asumidos; una tenue nevada en Jaca, un atentado... La Vuelta era antes un punto de partida en la preparación de citas venideras y ahora es la tabla de salvación de quienes por unas u otras causas no brillaron en el Tour. Y, como el Giro, el objetivo de sus corredores; la dificultad añadida para la ronda española es que los suyos son los ciclistas punteros, los mejores, desde los tiempos de Indurain, salvo el paréntesis de Armstrong.

Pero este año algo ha cambiado, sin Contador, Valverde ni Samuel Sánchez, sin Evans ni los Schleck, la Vuelta de Cobo ha sido, posiblemente, la más entretenida, espectacular y emocionante desde 1995. Javier Guillén recogió el testigo de Víctor Cordero y, con Olano y Giner, ha mejorado el producto. Imposible hacer más con menos. La imaginación, al poder.