Cataluña

Amadeu la última butifarra por J A Gundín

La Razón
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Cuando Cataluña cojea, España tropieza. El músico Amadeo Vives, que arrastraba penosamente la pierna derecha desde la infancia, lo comprendió rápidamente cuando abandonó su pueblo natal al pie de Montserrat en busca de la gloria que Madrid habría de darle como compositor de zarzuelas. Para los nacionalistas, Vives cojeaba de españolismo, y para los madrileños jacobinos, renqueaba de catalanista. A los primeros les regaló «L'emigrant», «La balanguera» y el Orfeó Catalá; a los segundos, «Doña Francisquita», «La generala» y la SGAE. Pero todos estaban insatisfechos. De ahí que después de 80 años sus venerables huesos no hayan encontrado reposo en su propia cuna porque CiU, ERC y PSC dudan de su limpieza de sangre. Es la maldición del nacionalismo renco y necio, que por mirar con un solo ojo no puede ver que las personas tienen dos piernas y dos brazos. Todo esto viene a cuento del musical «Amadeu» que acaba de reponer Albert Boadella en Madrid. Puesto que el dramaturgo catalán sabe de lo que habla porque a él mismo lo ven en Cataluña como un diablo cojuelo, el resultado es una obra de intachable factura artística, transgresora y con abundantes cargas de profundidad.

Boadella coloca sobre el escenario a dos catalanes de distinta época, el propio Amadeu (Antoni Comas) y Jordi (Raúl Fernández), un periodista barcelonés de hoy, pero unidos por la misma hemiplejia, pues para los nacionalistas el plumilla es un «charnego» necesariamente sospechoso. Entre ambos reconstruyen la peripecia vital y musical del artista, tan apasionante como dolorosa: tras subir al cielo del éxito y hundirse en el infierno del desamor, Vives agoniza en Madrid rezando un Padrenuestro en catalán con la sensación de morir en tierra de nadie. Boadella desenmascara cómo los prejuicios ideológicos y el sectarismo de la tribu se imponen para estigmatizar a un músico excepcional. La última escena es reveladora: con Vives de cuerpo presente, Jordi, que descubre el personaje y logra escribir una semblanza objetiva, es despedido del periódico por su osadía y por haber llegado a la conclusión de que no hay español más genuino que un catalán. La respuesta del periodista es una «butifarra» dirigida al redactor jefe nacionalista, gesto al que se suma el propio Vives pese a la rigidez cadavérica. A Boadella se le notan las ganas que tenía de escenificar un corte de mangas intergeneracional contra los que negaron el pan y la sal a Vives, que son los mismos que se la regatean a él. Cuando la presidenta madrileña le nombró para dirigir los Teatros del Canal hubo quien lo consideró una provocación con fecha de caducidad. Pero está más que justificado, aunque sólo fuera por «Amadeu», pues nada acerca tanto a catalanes y madrileños como un exorcismo en plaza pública de los demonios que maquinan para separarlos.