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La fiesta de todos

La Razón
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La elección del día doce de octubre como Fiesta Nacional de España entronca directamente con la formación de la nación española, fruto de la integración en una monarquía única de los reinos de Castilla y Aragón y, posteriormentre, de Navarra, pero, también, del comienzo de la expansión por el mundo de nuestra cultura, que se mantiene vigorosa en el continente americano. Ha sido desde hace más de quinientos años una fecha cargada de simbolismo y, por lo mismo, objeto de polémicas interesadas, surgidas casi siempre al vaivén de acontecimientos marginales, por perecederos. Somos, pues, una vieja nación a la que la historia no siempre ha tratado bien, pero que ha sabido sobreponerse a las dificultades. La prueba es que la España que hoy celebra su Fiesta Nacional es ejemplo en la extensión y defensa de las libertades individuales, es parte destacada en la conformación del mundo occidental y su Constitución plasma una de las sociedades más abiertas y libres en el concierto mundial. Conviene recordarlo, sobre todo en este tiempo de graves dificultades que opaca las virtudes y llama al desánimo. Y conviene recordarlo, especialmente, frente a quienes desde posturas disgregadoras retratan en blanco y negro un país cuajado de colores.
Ayer, en el Parlamento, el ministro de Exteriores, José Manuel García-Margallo, tuvo que recordar lo evidente frente a un nuevo exabrupto soberanista que daba por enterrados los consensos constitucionales: que plantear discusiones que están claramente fuera de la Constitución supone «abrir un periodo de incertidumbre, que es lo peor que cualquier país sensato puede hacer en unos tiempos tan volátiles». No es ociosa la advertencia. Valga como prueba la rebaja del «rating» de España aplicada por S&P, que ha dejado el nivel de nuestra deuda a largo plazo a sólo un escalón del «bono basura»; decisión basada, según la agencia de calificación, en la desconfianza que crean las tensiones políticas entre el Gobierno y algunos de los ejecutivos autonómicos. Si ya de por sí es grave el desafío económico y financiero al que nos enfrentamos, las demandas independentistas no hacen más que agudizarlo, amenazando con dejar estériles todos los esfuerzos hechos hasta ahora. Se impone la vuelta al sosiego y a la reflexión porque es mucho lo que está en juego.
Por ello, debería ser este Doce de Octubre una ocasión inmejorable para evidenciar ante todo el mundo la unidad de la nación española y su compromiso con el futuro. Es seguro que la inmensa mayoría de los españoles así lo entiende, aunque algunos de sus representantes políticos no estén, precisamente, a la altura que exigen las circunstancias.