Londres

Carta del cooperante: mata el sida pero también las desigualdades

Mi nombre es Jess y soy enfermera. Nací y estudié en Londres, donde me especialicé en cuidado de pacientes con VIH/ Sida y hace pocas semanas comencé a trabajar con MSF en Zimbabue, donde permaneceré más o menos un año... aunque esta es mi primera salida con MSF, no es mi primera experiencia en terreno, pues en los últimos años también he estado con otras organizaciones en Gambia, Sierra Leona y Botswana.

Farmacia de la clínica. © Jess Cosby
Farmacia de la clínica. © Jess Cosbylarazon

Esta experiencia está apenas comenzando para mí: en estos primeros días estoy aprendiendo el idioma y familiarizándome lentamente con el paisaje y cada día intento adaptarme lo mejor que puedo a un clima que me hace tiritar de frío en la mañana y correr a buscar la sombra al mediodía... aunque la verdad es que aún me cuesta bastante... También hago un esfuerzo por memorizar los rostros, aprender los nombres y conocer mejor a mis nuevos amigos y compañeros de trabajo. Nada más llegar a mi destino visité los hospitales, clínicas rurales y oficinas públicas del distrito de Gweru. Ya me he reunido con médicos, enfermeras, trabajadores sociales y líderes de la comunidad en las oficinas del distrito y bajo los árboles y poco a poco voy adentrándome en la forma de vida de esta población y concentrándome aún más en el trabajo. Cada mañana mis compañeros y yo tomamos el camino que sale de Gweru hacia la zona rural del Distrito, más allá de la represa. Allí está Ntabamhlope, una de mis clínicas favoritas, no solo por el nombre fascinante que tiene, sino por el paseo maravilloso que damos de camino hasta allí. En la esquina del edificio hay un viejo árbol de tronco muy ancho, alrededor de cuya base alguien ha plantado flores y se toma la molestia de cuidarlas.

Es curioso ver cómo la farmacia de la clínica está casi vacía, y sin embargo los medicamentos almacenados allí están siempre cuidadosamente apilados en las estanterías y en orden alfabético. Las enfermeras de la clínica son muy hábiles y eficientes, pero no tienen ningún problema en aceptar mis consejos y siempre están deseosas de aprender todo lo que yo pueda aportarles (aunque a decir verdad, muchas veces soy yo quien aprendo de ellas). ¡Tendríais que ver sus uniformes! ¡son los más blancos que he visto en mi vida! A nuestra llegada, muchos pacientes ya están reunidos bajo la sombra del techo de paja del hospital. La mayoría llega a pie, otros en carros tirados por burros. A menudo, los más enfermos llegan en carretillas. Un pequeño grupo de pacientes espera el resultado de las pruebas de VIH/ Sida que les hemos hecho hoy. Les miro a los ojos, les sonrío. Les pido sus nombres y les doy el mío. Extraigo un poco de su sangre con una aguja y una jeringa.

Mientras lo hago, pienso en que, estadísticamente hablando, dos de cada seis pruebas arrojarán positivo. Aún no sé cuáles: quizá la de un niño de siete años que aguantó valientemente el pinchazo... o la del joven de veintidós años con sonrisa tímida... o tal vez la de la abuela que rebozaba de alegría cuando intenté saludarla en Ndebele. Conozco las probabilidades estadísticas, pero la verdad es que quisiera que todos los resultados de las pruebas fueran negativos. No quiero que nadie contraiga este pequeño virus corrosivo, que empieza erosionando la confianza y la intimidad de quien lo sufre y que en esta caso son personas que están ahí delante, en carne y hueso.No estoy acostumbrada a esto. En el hospital de Devon (donde trabajo cuando no estoy en el terreno) los largos pasillos, puertas y batas blancas me alejan físicamente de los pacientes. Allí los resultados se devuelven sin comentarios y estos se ven como figuras estériles en la pantalla del ordenador. Sin embargo, aquí veo la sangre y los resultados inevitables, de difícil solución. Si levanto la mirada de la mesa, veo por la ventana la tranquila multitud de pacientes que espera sentada en un banco bajo la sombra del árbol, pendiente de saber si su vida está a punto de cambiar. Me cuesta mucho aceptar la muerte de pacientes con VIH/ Sida. "Esto sucede, Jessica, sucede", me dicen a veces con una resignación que me sobrecoge y enfurece. Pero no sucede a todos, ni en todas partes: algunas personas tienen más probabilidades de morir jóvenes o de perder a alguno de los suyos. Lo que les hace morir no es sólo el virus, sino la desigualdad... eso es lo más doloroso. La vida es dura, sí, pero es más difícil para unos que para otros.

Esa es la razón por la que mis compañeros de MSF y yo estamos aquí en Zimbabue: para intentar evitar al máximo todo el sufrimiento que podamos y dar testimonio de lo que sucede aquí. Intentar que las personas portadoras del VIH/ Sida reciban una excelente atención médica gratuita y accedan a los medicamentos esenciales que a muchos de sus hermanos africanos se les niega. Os mando un saludo lleno de esperanza desde Zimbabue porque estoy segura de que con la ayuda de todo el mundo conseguiremos cambiar esta situación y que todos aquellos que lo necesitan puedan acceder al tratamiento.¡Hasta pronto!