Berlín

Thielemann en la mejor tradición

Ciclo IbermúsicaObras de Brahms, Beethoven y Bruckner. Solistas: Hélène Grimaud. Filarmónica de Munich. Director: C. Thielemann. Auditorio Nacional. Madrid.

La Razón
La RazónLa Razón

¡Quién lo diría! Hace treinta años Christian Thielemann (Berlín, 1959) era un pianista repetidor que pasaba en la ópera de Karlsruhe, con cara de aburrimiento, la «Francesca de Rimini» de Zandonai que dirigía Giancarlo del Monaco. Ahora está casi en lo más alto de su carrera y digo casi porque aún le queda un paso definitivo tras sus muchos éxitos en Bayreuth o Munich y ese paso es ser nombrado titular de la Filarmónica de Berlín. Llegará a ello porque nació en la capital y, sobre todo, porque la orquesta necesita recuperar lo más sólido de la tradición alemana y posiblemente hoy sea Thielemann su mejor exponente, en línea directa de solidez con Klemperer o Karajan.

No siempre he salido totalmente rendido de los conciertos sinfónicos del berlinés, pero he de reconocer que esta vez sí y sin apenas matices. Inició el primero de los dos conciertos con unas transparentes «Variaciones sobre un tema de Haydn», para continuar con el «emperador» beethoveniano con Hélène Grimaud.

«Apoteosis de la danza»
Cierto es que la contundencia de Thielemann habría conjugado más con un solista de mayor fuerza al teclado y que hay frases en las que los ataques han de revestir mayor potencia, pero también que la forma en que ambos expusieron el «adagio» fue técnicamente perfecta y emocionalmente arrebatadora. Terminó con la «Séptima» del mismo autor y pocas veces se ha podido comprobar mejor la calificación de Wagner a la obra como «apoteosis de la danza». Fortaleza desde el primer tiempo para desembocar en un pletórico «allegro con brio» tras el remanso de un «allegretto» de desarrollo muy bien pergeñado. Una dramática obertura «Egmont» coronó un concierto para el recuerdo.

Los abonados de la serie Barbieri corrieron con un programa menos popular, la «Quinta» de Bruckner, obra que Thielemann adora especialmente y se comprenden los motivos. Admirable que la Filarmónica de Munich haya podido tocar esta partitura con la misma perfección en dos aproximaciones tan distintas como las de Celibidache y Thielemann. Aquél se deleitaba en los espacios sonoros, éste en su fortaleza, sin que esto implique olvidar su lirismo, porque lo mejor –aparte del siempre impactante estallido final- fue la concentración del «adagio» en la que las tres repeticiones del tema principal fueron a cada cual más bella e intensa. ¡Bravo!