Literatura

San Luis

Variaciones al gusto Francisco NIEVA

No hay que desdeñar ninguna lectura, sino tener ánimo turístico 

Hanry Rousseau
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Cervantes confiesa – no sé si en el prólogo al Persiles– que cuando iba por la calle recogía cualquier trozo de papel escrito que se arrastrara por el suelo, como fragmento de un mensaje. Cervantes sabía que –ya que podemos leer– hay que leerlo todo: lo malo, lo bueno, lo entreverado, lo que está pasado de moda, lo sofisticado, lo mentecato. Y utilizarlo todo, para sentirnos en la piel de todos, para viajar por todo el panorama humano y ver los mismos paisajes que vieron los humanistas, los barrocos, los románticos, los realistas.

¿Que no se tiene tiempo para tanto? Ya lo sé. Pero hay que ser prácticos, informarse primero y hacer una selección del conjunto. Tenemos muy a la mano diferentes muestras de todo. Y a mí me interesa saber cómo late el corazón de una dama sabia y «licurga» del siglo XVII y el de una componente de la Sección Femenina, en tiempos de Franco.


No debemos desaprovechar
Para satisfacer lo primero, no tengo más que leer una novela de María de Zayas y, para lo segundo, una «novela rosa» de la editorial Molino. Yo he leído mucha literatura mala, para saber lo que no debo hacer. Pero también lo he hecho con afecto y curiosidad, porque en la simpleza se esconde a veces un descubrimiento esencial. Les voy a poner un ejemplo: ¿Por qué apreciamos la pintura «naif»? ¿Por qué el Aduanero Rousseau es un maestro museal y cotizadísimo? La simpleza simplifica. Es decir, que tiene un extremo poder de síntesis y, como los niños, los locos y los borrachos, en muchas ocasiones dicen la verdad. No toda la verdad, sino algunas de lo más atinado y justo, que no debemos desaprovechar. Así lo hicieron los más grandes maestros contemporáneos con Rousseau. Reconocieron en el «gran naif» todo un mundo de magia plástica, de un insospechado refinamiento, una síntesis poética y mirífica de la realidad que nos rodea.

Esta simpleza es magistral, y ya no puedo juzgar a dicho pintor como un «naif», sino como un maestro universal. ¿Se dan ustedes cuenta de la trasmutación? Esto puede ocurrir cuando leemos una supuesta literatura mala. A veces, esa genial simplificación, que aporta a la cultura un argumento más.

Yo no lo he leído todo, pero sí bastante, y esto me ha otorgado la franquicia de viajar por toda la literatura, con ánimo turístico y deseos de conocer e integrarme sugestivamente al terreno que estoy visitando. Esto será siempre un placer. No voy a ser un visitante desdeñoso –que también los hay– de los que se dicen: «Esta gente no está a la altura y tiene mucho que aprender». Esos turistas, sin criterio histórico, son «la parte idiota» de cualquier expedición.

Pero supongamos que ya siento empacho de leer a Proust o a Henry James, y quiero dejar la compañía de unos señores tan sofisticados y a quienes ya he valorado bastante, y deseo buscar la compañía de una dama del siglo XIX, una dama romántica que, habiendo nacido de padres alemanes, escribe en un castellano delicioso, que está impregnada de cultura popular –es decir, de conocimientos románticos– que, con un tierno humor, recoge refranes, letrillas y canciones, con el mismo interés por el conocimiento con que los maestros de París encontraban virtudes esenciales en la pintura de Rousseau.


Una recomendación
Entramos en un ambiente femenino y romántico, festivo y melancólico, nimbado de un gracejo especial. Y nos centramos en una novela de Fernán Caballero que se titula «Tres almas de Dios». Supongo que mi compañero Arturo Pérez Reverte, que ha escrito un libro sobre Cádiz, la habrá leído ya.

«Tres almas de Dios» es graciosa y triste, tierna y optimista y, sobre todo, poética. Es la historia de tres viejecitos que ocultan a un joven soldado francés, gracioso, insolente, burlón…, y al cual sólo vuelven a ver cuando se produce la llegada a Cádiz de «Los cien mil hijos de San Luis». Esta vez convertido en un poderoso y respetable general. El encuentro de estos cuatro… Léanla, y ya me darán cuenta de si no lo han pasado bien. Vale.