Estreno

La España de Torrente

La Razón
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¿Llegará a aceptarse un día, sino en el diccionario de la Real Academia, al menos en el lenguaje de la calle, el término «Torrentiano»? Para algunos, el impresentable detective creado por el avispado Santiago Segura es el símbolo de toda la zafiedad, paupérrimo gusto, infamia y basura que dominan hoy en día en la desencajada sociedad española. Para el gran público, sin embargo, que sigue asistiendo en masa a sus películas, es el descacharrante antihéroe que sobrevive entre la escoria en un insensato escenario cargado de sal gruesa. Vapuleado por la crítica, despreciado por los conservadores de la inteligentsia exquisita, uno diría que lo que ha hecho Segura es reinventar la comedia grotesca haciendo un retrato a brochazos fauvistas de la realidad de este país canalla, absurdo, egoísta y torpe cuyo último recurso, aparte de ponerle la zancadilla al prójimo, es reírse de sí mismo pensando que se ríe de los demás.Seguimos las huellas de Valle-Inclán, deformando la vida en los espejos del callejón del Gato. En plena apoteosis del esperpento. Basta contemplar una vez más el verano nacional, para descubrir que el Torrente está en todas partes. Es Benidorm y su caos de indigestión carnal, la paella grasienta con la mosca de adorno, el turista barrigón con braga náutica, el cubata de garrafa y la ventosidad en la piscina. Son los programas estivales que hacen diversión excavando en el vertedero, los gonococos viajeros y el perfume de sobaquina. El suelo alfombrado de embalses de plástico, el timo en la playa y las multas de recuerdo. Los aviones que no vuelan, los barcos que hacen agua y las obras sin terminar. El mondadientes sucio que se retorna al palillero. Y los personajes de cuarta que hacen su agosto como si fueran figuras memorables de la humanidad. No es de extrañar que Segura, con su olfato para la caspa popular, haya contratado para hacer apariciones en su última película a una parada de monstruos del cotorreo como Belén Esteban, Matamoros, Lecquio, la Obregón o el mismísimo Paquirrín en su afán por convertirse en cómico de éxito. Eso sí, es tan listo que ha logrado que pongan el morro sin cobrar un duro. Un caso de habilidad comercial poco frecuente en este universo de mangoneo.Dentro del disparate, hasta podría incluir como personaje a un banco aquejado de estrés, que es la última paradoja que nos presenta esta sociedad desquiciada. Y es que, bien pensado, las películas de Torrente, más que un delirio de ficción, acaban resultando cine documental, fiel reflejo de la miseria en que vivimos.