Historia

Barcelona

El nuevo destape de los españoles

De Alfredo Landa a Victoria Vera, de Fraga a Carrillo, de Jesús Vázquez a María José Cantudo. Un centenar de españoles cuenta sus experiencias con el sexo en un libro escrito por el colaborador de LA RAZÓN David Barba

El nuevo destape de los españoles
El nuevo destape de los españoleslarazon

Cuando algunos ministros de la Dictadura insistieron en que Luis García Berlanga era un anarquista y un bolchevique, Franco se limitó a decir de él:–Berlanga no es un comunista, es mucho peor que eso: es un mal español.El director de «El verdugo» es uno de los personajes que aparecen en «100 españoles y el sexo», cuatro años de trabajo durante los cuales he entrevistado a unas 150 personas y he leído docenas de libros sobre historia, sexo, sociología y relaciones personales para acabar concluyendo que, para hacer una obra como ésta, no se puede ser ni académico ni correcto. «La corrección suele llevar a la ruina y al aburrimiento», me dijo Berlanga la tarde de 2005 en que le entrevisté en su despacho. Así que me ha salido un libro incorrecto –ustedes perdonen– para el que he tenido la oportunidad de entrevistar a muchas personas relevantes de nuestra boyante –ahora menos– sociedad celtíbera globalizada; personas de todas las edades, tendencias, profesiones y costumbres sexuales.Normas moralesY todo para concluir en la idea inevitable de que España sigue siendo un país rarito en el que conviven –o malviven– todo tipo de obsesos sexuales. Unos se dedican al cine porno, otros tratan de vendernos coches con señoras de bandera tiradas indolentemente sobre el capó, algunos tratan de imponer sus arcaicas normas morales al resto –un conocido líder de opinión español ha llegado a declarar que la Península vive una epidemia de «pansexualismo» (sic)–. «100 españoles y el sexo» (Editorial Plaza y Janés) nace, precisamente, de ese batiburrillo de progres y carcas, obscenos y «antiphisis», erotómanos y reprimidos que conviven y se reparten la tortilla de la Prensa, la educación y la moral pública a partes más o menos iguales en la España del siglo XXI, una tierra de contrastes donde hemos pasado de la más aplastante represión de la sexualidad al zapeo a medianoche por cualquiera de los canales locales que emiten porno de saldo; o, dicho de otra manera, de una España moralmente equiparable al Irán del ayatollah Jomeini a otra donde la presencia del sexo y el cuerpo desnudo en los medios de comunicación y la publicidad está hasta en los spots de sopa.No cabe duda de que ahora ya no hay tantas dificultades para acceder al sexo como en el franquismo, pero la publicidad y los medios de comunicación ejercen, por exceso y sobreexposición, una forma nueva y sutil de negar, ignorar y suprimir el sexo, como antes por negación y ocultación hicieran censores, confesores y directores espirituales.A favor o en contra, el sexo nunca había estado tan presente en la vida pública española. Si los bailes de antaño contaban con su ristre inevitable de viudas, carabinas y rodrigonas, hoy priva el cuarto oscuro de la disco gay, el swinger para parejas liberales o las innovaciones masturbatorias que posibilita el cibersexo. La nueva moralidad posmoderna se superpone a la victoriana y el resultado es un potaje social donde el coito con camisón de agujero convive con el «bondage» sadomasoquista y la concurrida misa del gallo con el lleno total en los festivales eróticos. Los programas de sexoTodo ello hace cundir la sospecha de que atravesamos un «segundo destape» –acaso jamás salimos del primero– caracterizado por un auge de los programas de sexo, las páginas web de contactos, el consumo de juguetes sexuales, el aumento del número de abortos adolescentes, el constante descenso de la edad de iniciación sexual de los jóvenes, las llamadas de los obispos a la abstinencia o incluso la publicación de libros como «Cien españoles y el sexo».Personas como Berlanga han vivido desde el punto de vista del observador participante ese viaje de la negación al empacho en el que –dicen los sociólogos– España ha experimentado el cambio de costumbres más grande de la Historia. Hoy, con 87 años, el «mal español» de antaño se ha convertido en un venerable pícaro cuyo nombre suena a tótem tanto en las cinematecas como en los festivales eróticos. Dedicado en cuerpo y alma a sus peculiares aficiones carnales, el presidente de la Academia del Tacón de Aguja me contó cómo nació su pasión fetichista por el calzado. A este paso, y gracias a García Berlanga, el zapato femenino acabará por convertirse en una de las bellas artes. –Es muy probable que mi madre tenga alguna responsabilidad en ello. Cuando era niño, se reunía con sus amigas alrededor de una mesa camilla. Yo me escondía debajo y me pasaba la tarde viendo medias y zapatos. Nada se veía más allá de unos tobillos a menudo inflamados por las caminatas. Pensándolo bien, el calzado que usaban debía ser horroroso. Pero a mí me ponía muy cachondo.–Señor Berlanga, ¿es usted un pervertido?–No, no soy un pervertido. Lo que pasa es que este país trata mal a los aficionados al fetichismo. Tan sólo se trata de una pulsión esteticista que no hace daño a nadie. Más bien al contrario: existe un Premio Berlanga a la mujer mejor calzada de España. Se lo hemos dado a gente como Paz Vega, que tiene una zapatería en Madrid y es una fanática de los zapatos de tacón.–No debía ser fácil colmar su amor al zapato en el franquismo.–Perdone, pero en los tiempos de Franco también se follaba. El sexo no se inventó en la Transición, como parece pensar todo el mundo ahora. Aunque era difícil si no era pagando.–¿Pagó por su primera vez?–¡Ni un céntimo! Y eso es porque me fui con una puta coja en una pensión del Barrio Chino de Barcelona. Me desvestí y me dispuse a montarla con tanta prisa que tuve un debut horrible. Entre la espantosa borrachera que tenía encima y la precipitación por penetrarla, comenzaron a entrarme calambres en las piernas, seguramente porque era la primera vez que hacía una gimnasia como aquella. ¿Cómo se llama la primera vez que...?–Desvirgarse.–Sí, me desvirgué. Y rapidito. Cuando me vestía, noté que me faltaba la cartera. Le eché una bronca tremenda a la chica, y la pobre se quedó allí llorando y sin cobrar. A las pocas calles me encontré con mis amigos en una tasca y me dijeron: «Aquí está tu cartera, te la cogimos para que no la perdieras o te la robaran». Se me pasó la borrachera de golpe. Me pasé la noche buscando a la pobre puta coja por las Ramblas, pero no hubo manera. Me he pasado media vida contando esta anécdota a todo el mundo. Una vez, me llamó una mujer y por fin creí que había dado con mi puta coja. Nos citamos y hasta llevé el dinero que le debía. Pero en cuanto la vi caminar hacia mí supe que no era ella: sus andares eran como los de todo el mundo, no era coja. Concebido como un viaje oral a través de nuestras costumbres amorosas y sexuales, «Cien españoles y el sexo», que se edita esta semana, arranca en una época en que el burdel era casi un ritual de paso para los jóvenes celtíberos. Continúa en los tiempos en que los sueños de libertad sexual de los hippies y el mayo francés llegaban a España con su eco amortiguado. Se adentra en las contadas excepciones libertinas de la España franquista, como el círculo barcelonés de la «Gauche Divine» o la Ibiza hippy. Corre paralelo al fastuoso despertar sexual de los años setenta, al pairo de las películas clasificadas «S», las musas del «Destape» y una modernización a trancas y barrancas que acaba en el carnaval de la Movida madrileña, cuya memoria he situado deliberadamente como fin de fiesta de la Transición.Todos estos momentos estelares de nuestra historia reciente merecían sin duda ser analizados en un libro que no hablara sólo de sexo, sino también de familia, religión, dinero, amistad, pedagogía, política, relaciones sociales y, especialmente, de relaciones humanas.Una liberación sucedáneaY qué mejor que hacerlo a través de las voces de algunos de sus principales protagonistas, testimonios de primera mano en el tránsito de una España que ha viajado desde el culto a la personalidad del franquismo hasta el actual culto al cuerpo, o del rezo del rosario en familia del Padre Peyton al «edredoning» de los concursantes de Gran Hermano, pasando por los dos rombos, la portada de Marisol en «Interviú», las chicas «Chin-chin», la venta de consoladores a domicilio y otros hitos de una liberación sucedánea.