Literatura

Barcelona

Marsé: «Soy un catalán que escribe en castellano Nunca vi nada anormal en ello»

Valiente y duro, el autor de «Si te dicen que caí» trabó un discurso de gran factura y aristas comprometidas.- Lea en el documento adjunto (sobre la imagen) el discurso de Juan Marsé

El rey Juan Carlos entrega al escritor barcelonés Juan Marsé el Premio Cervantes
El rey Juan Carlos entrega al escritor barcelonés Juan Marsé el Premio Cervanteslarazon

ALCALÁ DE HENARES- Nervioso y sobrecogido al principio; firme y contundente, después, Juan Marsé acometió el discurso del Premio Cervantes. Apartó la timidez inicial, la que sobreviene con los aplausos y resplandece en los «flashes», para evocar, con humor, ternura, rabia o nostalgia, los recuerdos de la infancia, su formación como escritor y los amigos que le han acompañado: Gil de Biedma, Carlos Barral, José María Valverde, Ángel González o Carmen Balcells –«Mi agente literaria de toda la vida. Me has dado tantas alegrías que tengo ordenado que, cuando me muera, que me incineren y te entreguen el diez por ciento de las cenizas». «Escritor obrero»Con humor, pero también con seriedad. Este novelista que pudo ser, y no fue, ese «escritor obrero» que faltaba en los catálogos, arremetió con dureza contra aquello que no comparte y, con talante crítico, mostró las púas de intelectual. «Nadie se para a pensar en los contenidos de esa televisión ni en su nefasta influencia cultural y educativa. La mitad de lo que hoy entendemos por cultura popular proviene y se nutre de lo que no merece ser visto ni oído en la televisión. En la lengua que sea». Remontó sus palabras sin eludir ni rehusar los problemas. «Soy un catalán que escribe en lengua castellana. Yo nunca vi en ello nada anormal». No cejó. «Con el nombre que tengo nunca he querido representar a nadie más que a mí mismo». Y más aún. «La dualidad cultural y lingüística de Cataluña, que tanto preocupa, y que en mi opinión nos enriquece a todos, la he vivido desde que tengo uso de razón, en la calle, en casa, con la familia y con los amigos, y la sigo viviendo». Juan Marsé se autodefinió: «No me considero un intelectual, solamente un narrador». Un preámbulo para añadir: «Los planteamientos peliagudos, la teoría asomando su hocico impertinente en medio de la fabulación, el relato mirándose el ombligo, la llamada de la metaliteratura, son vías abiertas a un tipo de especulación que me deja frío y me inhibe». Y sirvió en bandeja su propia receta literaria para los que quieran adentrarse en ese «laberinto»: «Procura tener una buena historia que contar, y procura contarla bien, esmerándote en el lenguaje; porque será el buen uso de la lengua, no la singularidad, la bondad o la oportunidad del tema, lo que va a preservar la obra del moho del tiempo». La lengua, la literatura y la historia: «Hay una memoria compartida que no debería arrogarse nadie, una memoria que fue durante años sojuzgada, esquilmada y manipulada. El lenguaje oficial había suplantado al lenguaje real». Marsé ha tejido su obra con el material del pasado, con todas esas imágenes hacinadas y de las que no quiere desprenderse la retina. Por eso afirmó: «Sabemos que el olvido y la desmemoria forman parte de la estrategia del vivir, tanto en la sociedad civil como en los estamentos del poder, sabemos que hablar de ello en nuestros días conlleva para muchos, todavía, una carga de dolor y resentimiento, suspicacias y malentendidos». Subrayó el escritor cómo, entonces, se incendiaba de tergiversaciones el idioma: «Las palabras vivían bajo sospecha, muchas parecían no tener nombre, porque nadie se atrevía a nombrarlas, otras se habían vuelto equívocas y apenas podía uno reconocerlas». ImposturasPor eso advirtió contra la manipulación: «Afectadas por el expolio y el descrtédito, sometidas a la censura y al escarmiento, o destinadas a la impostura, de pronto perdían su referente, enmascaraban su verdadero sentido y cambiaban de significado». Y Marsé, exhausto, remató con una frase de final: «No hay literatura sin memoria. La advocación "hay que olvidar el pasado", no se aviene con la escritura». De esa época, en la que «hasta los espejos mentían», surgió el germen de narrador. Marsé explicó qué determina escribir en una lengua o en otra.«Fueron los tebeos, los cuentos que elegíamos, las películas y todo aquello que iba conformando nuestra educación sentimental, las poesías y el teatro de aficionados». Una inclinación que recalcó: «Fue el vuelo solitario de la imaginación que hace imitar y copiar a los autores que lee cuando, de manera natural y espontánea, la lengua que se impone es la predominante, la de los sueños y las aventias, la lengua en la que uno ha mamado los mitos literarios y cinematográficos, la que ha dado alas a la imaginación». Marsé voló, de nuevo, sobre la hoguera en la que se prendían libros para mantener la seguridad y en la que ardió algún volumen de niñez. Quizá, por eso, insistió: «Ante todo soy un lector de ficciones».

El chaval «peliculero» del barrioMarsé no infravaloró ayer la repercusión narrativa del cine. «Era insoportablemente peliculero. Lo propició que durante cuatro años entrara sin pagar en los cines». Su padre, contó, trabajaba en el Servicio Municipal de Higiene, Desinfección y Desratización, y conocía a porteros y acomodadores. «Gracias a las ratas de Barcelona, el cine redobló mi tendencia a la fabulación». El novelista reconoció la deuda: «Algunas estrategias narrativas de la novelística contemporánea tienen su origen en el arte cinematográfico». Pero no ahorró críticas veladas entre los elogios: «Antes del auge y el abuso de la tecnología, el cine estableció con la novelística una alianza para intercambiar formas y contenidos, palabras sabias, mitos y hasta unos hábitos de comportamiento». Admitió que «la novela asumió la impronta visual de la narrativa cinematográfica» y que en el imaginario de sus personajes favoritos están «Harry Lime y Viridiana».