Sevilla

Prokofiev viaja a Sevilla

La Razón
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Temporada del Palacio de las Artes

«Esponsales en el monasterio», de Prokofiev. V.Voynarovski, A.Jenis, L.Petrova, A.Durseneva, V.Grivnov, K.Rohrer, V.Matorin, V.Anastasov, V.Ivanov. R.I.Hopkins, escenografía y vestuario. R.Fisher, iluminación. D.Slater, dirección escénica. D.Jurowski, dirección musical. Palacio de las artes. Valencia, 30 -I-2008

La programación es sin duda un arte. Los títulos no pueden sucederse en un teatro sin más razón que la aleatoria. Tras «La bella y la bestia» de Philip Glass, convenía «aligerar» las cosas, y el Palacio de las Artes lo ha abordado con inteligencia. Ha acudido a «Los esponsales en el monasterio», un Prokofiev tardío (1940) cuya partitura chispea tanto como su argumento, una comedia de enredo que se desarrolla en Sevilla.

Parodias de sí mismo

Nadie duda de la firma de la música, pues rezuma Prokofiev de la primera a la última nota. El genio ruso da rienda suelta a su ingenio para divertir con las notas tanto como con la escena y no faltan parodias hasta de sí mismo. La lucha con espadas entre don Antonio y don Fernando recuerda un tanto a la muerte de Tebaldo. Funcionó muy bien la producción y entretuvo e hizo sonreír con frecuencia al público. No podía ser de otra forma viniendo de Glyndeborne. Daniel Slater acentúa escénicamente el carácter, un tanto de «musical», de la obra, cuidando muchísimo el trabajo actoral. El formidable don Mendoza de Vladimir Matorin es buen ejemplo de ello. La producción posee una gran virtud adicional: sólo precisa un descanso entre sus cuatro actos con más de dos horas y media de música y los cambios de cuadro resultan de gran fluidez, no perdiéndose ni un minuto en ellos. Todo redunda en una gran agilidad visual, que encuentra adecuada réplica en la animada dirección de Dmitri Jurowski.

Su hermano Wladimir, quien dirigió en Glyndebourne, habría podido emplear una paleta de colores más contrastada, pero el trabajo es meritorio y de nuevo la Orquesta de la Comunidad Valenciana vuelve a deslumbrar en tutti y solos. Cumplió el reparto como se debe cumplir en este tipo de obras y producciones, con homogeneidad, nivel medio muy digno y una adecuada combinación escénico-vocal. Gran éxito para una obra del siglo XX prácticamente desconocida para el gran público. Hay que saber acertar al programar.