Europa

Asturias

Refugio natural a los pies del Naranjo de Bulnes

En Asturias, cumbres de más de dos mil metros de altura compiten en protagonismo con profundas gargantas y prados de un verde intenso donde las vacas pastan plácidamente

La Razón
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Tiene nombre de queso y da cobijo a algunas de las cumbres más emblemáticas de la Cordillera Cantábrica. Entre el mar y la montaña, –literalmente, pues está a menos de 20 kilómetros de la costa y a los pies de los Picos de Europa–, el asturiano concejo de Cabrales se presenta como «el recibidor» perfecto para iniciar uno de los recorridos obligados de todo trotamundos que se precie: adentrarse a pie en el Parque Nacional de los Picos de Europa.
La «base de operaciones» de la imponente ruta que nos aguarda en tierras asturianas será Arenas de Cabrales. Este coqueto pueblo, de casas de colores y poco menos de mil habitantes, presume de un amplio abanico de alojamientos y restaurantes en los que hacer parada y fonda. Y también cuenta con tiendas dedicadas a los montañeros en las que el caminante podrá equiparse con todo lo necesario para «patear» con éxito las sendas que le esperan. Pero antes de echarse a andar, no hay que desaprovechar la oportunidad de contemplar una panorámica única de los Picos de Europa. Para ello hay que ascender hasta la aldea de Asiego, donde el mirador Pedro Udaondo regala una vista privilegiada del Naranjo de Bulnes, una de las cumbres más representativas de la Cordillera, con más de 2.500 metros de altura. Y, si es posible, resulta más que recomendable recorrer los recovecos de esta aldea y sus alrededores a lomos de un caballo. En el mismo Asiego puede contratarse una excursión que le permitirá, durante una hora y media, contemplar el armonioso paisaje al son del trote de las herraduras.

A orillas del Cares
Ahora sí. Después de observarlo de lejos, llega el momento de penetrar en el corazón del Parque Nacional de los Picos de Europa. Cuentan los viejos del lugar que el nombre de estas hermosas montañas lo pusieron los marinos que, a su regreso, era lo primero que veían de su país.
Desde Arenas de Cabrales, tomando la carretera AS-264, el viajero llegará a Poncebos. Esta pequeña pedanía es el punto de inicio de una de las excursiones ineludibles para quienes llegan a este concejo. Se trata de la ruta del Cares, un inolvidable viaje a pie de cerca de seis horas por las angostas gargantas que este río forma en el interior de los Picos de Europa. Aunque cualquiera puede afrontar esta aventura, pues gran parte del recorrido es llano, existen algunas pendientes con cierta dificultad. Sin embargo, el esfuerzo merece la pena, ya que el sendero a seguir atraviesa parajes que quedan grabados en la retina. Las imposibles formas de las rocas, vestidas de encinas, abedules y hayas, por las que campan con soltura las cabras no le dejarán indiferente. Eso sí, los que sufran de vértigo, mejor que no se acerquen en exceso a la orilla, pues algunos tramos se encuentran a una altura superior a los mil metros sobre el nivel del río.
Tras recorrer unos doce kilómetros, pequeños túneles excavados en la roca –en los que resulta una gozada dejarse mojar por el agua que recorre la cueva–, indican que el final está próximo. En pocos minutos el río Cares estará a la altura de los pies del caminante y éste llegará a Caín, ya en la provincia de León. Allí, recuperar fuerzas tumbado en el verde «prao» es inexcusable, pues aún quedan las tres horas de vuelta hasta Poncebos.
Conseguida la meta, y con la satisfacción de haber recorrido uno de los rincones más bellos de nuestra geografía, es el momento ideal para subir a Bulnes, una de las localidades más escondidas de España. Para ello hay que tomar un teleférico en Puente Poncebos, aunque los más atrevidos también pueden realizar el ascenso a pie. Una vez arriba, la grandiosidad del Naranjo de Bulnes, vista a apenas un palmo, le dejará boquiabierto.

La Santina y sus lagos
Además de la ruta del río Cares, el descubrimiento de los Picos de Europa tiene otra cita forzosa. Para ello hay que tomar la comarcal AS-114 hasta Soto de Cangas. Allí, una estrecha carretera conducirá al viajero hasta Covandonga, donde la basílica neorrománica de fachada rojiza se alza exultante en el escenario de la histórica victoria de Don Pelayo frente a los musulmanes, allá por el año 722. Imprescindible hacerse una fotografía con la estatua de este noble visigodo que llegó a ser rey de Asturias y hacer una visita a la Santina, patrona de los asturianos. La Virgen de Covadonga se refugia en la Cueva Santa. Ubicada sobre la laguna que genera la cascada del río Deva, para llegar a esta gruta de peregrinación hay que subir cerca de cien escalones. En su interior mora la imagen de la Santina, así como la tumba de Don Pelayo.
 De nuevo, un empinado y sinuoso camino desvelará al excursionista un sugerente paisaje formado por aguas serenas, alfombras de verdes inimaginables donde pastan las vacas y un techo de magníficas cumbres casi al alcance de la mano. Tras recorrer unos doce kilómetros, parece imposible no quedar embelesado con la estampa que nos asalta: el lago Enol, formado, según la leyenda, por la lágrima derramada por la Virgen de Covadonga. Y un poco más allá, a 1.108 metros de altura, el lago de la Ercina, cuya agua pinta con maestría la silueta de los montes que lo rodean. Mientras, la placidez de las vacas nos recuerda que, quizás, el edén también existe en la Tierra. Al menos un pedacito de él parece estar en Asturias.