Reino Unido

Johnson arriesga al apostar por la inmunidad colectiva

El «premier» británico prioriza la economía y retrasa el estado de alerta

FILE PHOTO: Britain's Prime Minister Boris Johnson looks out from an ambulance during a visit to Pilgrim Hospital in Boston, Britain August 5, 2019.
El "premier" Boris Johnson en una ambulancia durante la visita al hospital Pilgrim de Boston/REUTERSPOOL NewReuters

El “premier” Boris Johnson se convierte, una vez más, en el centro de la polémica. Pese a las medidas drásticas impuestas a ambos lados del Atlántico ante la pandemia global del coronavirus, Downing Street, al cierre de esta edición, seguía apostando tan sólo por decir a los británicos que se laven con frecuencia las manos y que aquellos que tengan síntomas leves se queden en casa por siete días. Los colegios permanecerán abiertos, así como universidades, teatros y pubs. Los expertos que asesoran al Ejecutivo quieren conseguir “cierta inmunidad colectiva” en la población y defienden que obligar ahora a la gente a estar en sus casas sería contraproducente a largo plazo.

La situación en Reino Unido, de momento, no es tan crítica como en España. No obstante, en 24 horas, las muertes por el COVID-19 se habían duplicado. El sábado por la noche, ya había 21 fallecidos, todos ellos con complicaciones previas de salud y mayores de 60 años.

Los casos identificados ascendían a 1.140, entre ellos, una mujer y su hijo recién nacido en Londres, convirtiéndose éste último en el más joven registrado. La mujer había acudido al hospital estando embaraza con síntomas de neumonía y posteriormente dio positivo en las pruebas. Con todo, los expertos descartan que el contagio al bebé se haya producido por darle el pecho.

Por su parte, la aerolínea Jet2 obligó ayer a dar la vuelta a los aviones que se dirigían a España y canceló todos los vuelos tanto a la península como a las islas. Asimismo, las estanterías de los supermercados quedaban ayer casi vacías a primera hora de la mañana.

Con todo, el Gobierno sigue sin imponer el estado de alarma. Lo cierto es que al primer ministro siempre se le ha acusado de populista. Sin embargo, ante la gran crisis del COVID-19, que sin duda alguna es el mayor reto de su carrera política, ha dejado la batuta de Downing Street a científicos y son ellos los que están marcando los tiempos.

No obstante, según los medios, la próxima semana podrían anunciarse un nuevo paquete de medidas para dar a la Policía el poder de detener a personas infectadas, acelerar las cremaciones y entierros y prohibir, como ya está haciendo Escocia, las reuniones de más de 500 personas, incluidos partidos de fútbol, conciertos y festivales.

Por otra parte, se esperan también nuevas medidas para que el Gobierno pueda exigir la apertura de escuelas y guarderías si los responsables de estos centros las cierran “innecesariamente” hasta que los expertos determinen que se ha llegado al pico de la pandemia en el país.

En cualquier caso, el Ejecutivo anunció el pasado viernes que se posponían por un año las elecciones locales previstas para el próximo 7 de mayo en Inglaterra -donde está en juego la importante alcaldía de Londres- debido a la situación del coronavirus.

Aunque desde el Número 10 la versión oficial sigue siendo que la pandemia no retrasará el periodo de transición post Brexit, algunos ministros comienzan a ponerlo ya en duda en conversaciones off the record con los medios locales. No en vano, la segunda ronda de negociaciones entre Londres y Bruselas, prevista para la próxima semana, ha sido cancelada. El Reino Unido salió oficialmente el pasado 31 de enero de la UE, pero continúa a efectos prácticos dentro de unión aduanera y mercado único (con la libertad de movimiento que eso conlleva) hasta finales de año, mientras se negocia un futuro acuerdo comercial.

Por su parte, tanto la reina Isabel II (94 años) como el heredero, el príncipe Carlos, han suspendido sus viajes oficiales para las próximas semanas como medida de “precaución”.

Los expertos que están asesorando al Ejecutivo son los doctores Chris Witty, director médico del Gobierno, y Patrick Vallance, asesor científico jefe. Éste último asegura que el objetivo ahora es “reducir el pico de la epidemia, aplanar la curva, no eliminarla por completo”. “La inmensa mayoría de los contagiados sufrirá trastornos leves y de ese modo conseguiremos construir cierta inmunidad colectiva para que más y más gente sean resistentes a la enfermedad y reduzcamos el número de casos”, matiza.

De este modo, el experto considera que “se está protegiendo a los más vulnerables” ante lo que adelantó que “muy posiblemente se convierta en una infección estacional anual”. Respecto al cierre de las escuelas, considera que “es una forma muy efectiva de lidiar con la gripe pandémica”, pero con el coronavirus, “el papel de los niños es menos claro en términos de propagación de la enfermedad”.

En definitiva, la idea de contener el pico -o según versión de Johnson “aplastar el sombrero”- se basa en la suposición de que, ya que el virus no se puede detener, es necesario que una cierta proporción de la población se infecte antes de que el virus se debilite. Pero no todo el mundo está de acuerdo con esta teoría.

En China y gran parte del sureste asiático no han aplanado la curva, la han cortado completamente. Prohibieron las reuniones, cerraron escuelas, detuvieron el transporte público y mantuvieron a las personas aisladas en casa. La epidemia se detuvo. Sin embargo, en el Reino Unido el lema sigue siendo, de momento, “business as usual” (todo sigue igual).

Richard Horton, editor de la prestigiosa revista “The Lancet”, pide a las autoridades “la implementación urgente de políticas de distanciamiento social y cierre”. “El Gobierno está jugando a la ruleta rusa con los británicos”, matizó. Martin Hibberd, de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres, también considera que la respuesta del Gobierno “claramente no está siendo suficiente”.

Sin embargo, Keith Neal, profesor emérito de Epidemiología de la Universidad de Nottingham, asegura que los planes son “muy sensatos”. “Siempre resulta fácil decir que es necesario hacer algo más, pero existen pocas pruebas que sostengan cualquier decisión”, destaca. Y su colega Roy Anderson, del Imperial College de Londres, matiza que existe realmente un dilema. “Se trata de una decisión muy difícil. No son solo los funcionarios del Gobierno los están luchando con esto. Los epidemiólogos están divididos sobre qué camino tomar”.