Covid-19

El mundo después del coronavirus y la revolución de la conciencia

Así como la llamada Peste Negra significó el fin de la Edad Media y la llave que abrió la puerta al Renacimiento, el Covid-19 podría servir de catalizador para una nueva era

Closed Swiss-German Border at Konstanz during Coronavirus Pandemic
La frontera entre Constance (Alemania) y Kreuzlingen, SuizaRONALD WITTEKAgencia EFE

La actual crisis del coronavirus ha colocado a gran parte del mundo en un confinamiento obligatorio con fines preventivos para ralentizar su propagación y ganar tiempo hasta que la ciencia genere una vacuna. Aunque esto tan solo parece estar comenzando, desde ya se presume que el mundo después de la pandemia no será el mismo de antes, no solo por la inevitable crisis económica mundial, sino también en lo que respecta a los paradigmas sociales y políticos de cara a las nuevas tecnologías y sus aplicaciones.

Así como la llamada Peste Negra significó el fin de la Edad Media y la llave que abrió la puerta al Renacimiento, el Covid-19 podría servir de catalizador para una nueva era. Este paralelismo histórico no es caprichoso, debemos recordar que aquella pandemia de hace casi setecientos años generó una crisis económica que culminó en la sustitución del feudalismo por el capitalismo imperante hasta hoy. Luego de la muerte de más de la mitad de la población conocida en euroasia, el mundo nunca fue el mismo y Occidente comenzó a rescatar el pensamiento clásico de la antigüedad para desarrollar las ciencias en busca de respuestas terrenales a los problemas de la civilización. Rezar no fue suficiente y la ciencia se abrió paso para cambiar la historia para siempre.

En la Edad Media la conducta oficial era aceptar la voluntad divina y asumir la muerte como el fin del castigo terrenal y el comienzo de la vida eterna como premio. Pero ya existían conocimientos y métodos que se fueron abriendo paso no solo para entender y combatir enfermedades, sino para intervenir inteligentemente en todos los aspectos de la vida humana. Fue el pistoletazo de salida de una carrera tecnológica que nos trajo hasta acá con posibilidades que van desde la ingeniería genética hasta la inteligencia artificial. Así como el pensamiento científico sustituyó el dogma religioso a partir del trauma generado por una pandemia, ahora pueden haber paradigmas que mueran para ser sustituidos por otros, revolucionando la historia.

Ya van varios meses de desarrollo de esta pandemia y a donde se mire se evidencia el error humano, la improvisación y la dispersión propia de un mundo lleno de fronteras ficticias que no detienen el virus. Pasan las semanas y cada país sigue por su lado, sin que se consolide una fuente de datos oficial y global para beneficio de toda la humanidad. Funcionarios de Estados Unidos han clamado a otros países por datos confiables que puedan servir como insumo a la ciencia para controlar la situación, lo que no deja de ser una paradoja en la era del “Big Data” en la que existe tecnología capaz de recabar y procesar datos en tiempo real y tomar decisiones con inteligencia artificial.

Los gobiernos de todas partes están tomando decisiones tarde, sin procesar todos los datos posibles y con sesgo ideológico. Nada nuevo, es verdad, solo que antes no había mejor alternativa.

Hasta antes de esta pandemia había resistencia ética a los algoritmos que disponen de nuestros datos digitales personales para tan solo ofertarnos productos de nuestro interés. Pero eso es apenas la punta del iceberg. Es cuestión de tiempo para que se pueda anticipar cualquier enfermedad tan solo colocando un chip dentro de nuestros cuerpos para que una máquina, y no un doctor, nos diga qué hacer. Ese mismo chip también puede hoy con geolocalización proveer información de donde hemos estado antes de entrar a un país específico. ¿Vamos a pensar igual después del coronavirus? Después de esta pandemia el debate sobre el manejo de la data se profundizará, como muchos otros necesarios para sentar las bases de una nueva era de progreso inimaginable.

Las religiones no desaparecieron, la gente todavía llena las iglesias, pero el mundo no se rige por sus dogmas. Igualmente los Estados y los Gobiernos, seguirán existiendo, pero cada vez habrán más cambios en la forma que se toman las decisiones políticas. Así como la ciencia significó una alternativa ante el dogma religioso, hoy los algoritmos y la inteligencia artificial representan cada vez más una alternativa concreta ante dinámicas políticas clásicas que comienzan a lucir obsoletas. Es bastante posible que en un futuro cercano lo correcto e incorrecto no lo determine una ideología, un consejo de ministros, o un debate parlamentario; sino el procesamiento de datos en tiempo real y la evidencia científica de lo que funciona y lo que no. Y es que el verdadero motor de la historia ha sido la tecnología y el progreso social, desde la dominación del fuego hace un millón de años.

En los últimos siglos se ha masificado el pensamiento científico revolucionando nuestra cultura y acelerando el desarrollo de la humanidad a niveles impensables. Sin embargo, los paradigmas sociales no se han adaptado todavía a dichos hallazgos científicos, dejando a la humanidad con pocas herramientas para digerir el progreso moderno y ubicar su propósito dentro de él. La contemporaneidad se ha estancado en ideologías dogmáticas que no resuelven los dilemas actuales y polarizan las sociedades para abono de nuevos populismos retrógrados. En tiempos en los que entendemos nuestra propia evolución y el origen del universo, debemos reinterpretar y redefinir nuestra existencia.

Hoy tenemos “súper poderes” y somos capaces de prolongar nuestra propia vida, así como de autodestruirnos. El Ser Humano, gracias a su conciencia, ha superado sus límites biológicos y ha intervenido inteligentemente en su propio destino y en el de su entorno. Nuestra herencia científica nos hace reconocer nuestra ignorancia y buscar la verdad objetiva de las cosas. Al tiempo que nuestra herencia religiosa nos impulsa a buscarle sentido a la realidad y a valorarla subjetivamente. No tenemos que escoger entre una perspectiva y otra. Nuestra conciencia es un todo y debemos usarla como herramienta al igual que nuestros antepasados prehistóricos comenzaron a usar las piedras y otros utensilios con el fin de crear nuevas cosas.

Ya superamos la etapa del mundo estático en la que se veía nuestra existencia como un tránsito pasajero e intrascendente por el mundo terrenal que solo tenía sentido como castigo antes de la vida plena y eterna en una dimensión desconocida. Y estamos a punto de superar también el pensamiento desarrollista y explotador que en nombre de la ciencia ha ocasionado tantas injusticias. La síntesis para superar esa contradicción histórica se está dando espontánea y globalmente. En apenas pocas décadas se evidencian cambios culturales acelerados como está sucediendo con temas como el de la diversidad sexual, la igualdad de género, la conservación del medio ambiente y la defensa de los derechos de los animales, entre muchos otros.

La opinión pública está cambiando radicalmente sobre estos temas imprimiéndole valores a nuestro rol de especie dominante en el planeta. Sin duda estamos en plena transición cultural y luce cada vez más claro que el destino inevitable de la humanidad es superar la dualidad y consolidar un conocimiento objetivo con un sentido moral y ético.

Es hora de superar el obsoleto dilema entre izquierdas y derechas para arroparnos ya no con ideologías sino con principios como la legalidad, la transparencia y la responsabilidad, sustituyendo los dogmas por políticas públicas medibles y valoradas en base a resultados. También es preciso entender de una vez por todas, que la democracia es un modelo de convivencia cuyo resultado final es la igualdad jurídica, la libertad política y la limitación efectiva del poder del Estado frente a los derechos fundamentales de los ciudadanos. Es un medio y no en fin, o sea, no es un dogma en sí mismo sino todo lo contrario, la superación del dogma en beneficio de la pluralidad, la diversidad y la libertad de conciencia individual. Es hora de pasar la página del siglo veinte para mirar de frente al futuro bajo la sabiduría socrática de admitir que frente a él todavía no sabemos nada.

El mundo después del coronavirus, será lo que nosotros queramos que sea, gracias a la revolución de la conciencia.

JOSÉ IGNACIO GUÉDEZ

Presidente de la Asociación Causa Democrática Iberoamericana (ACADEMIA)

Twitter: @chatoguedez