Coronavirus

Ramadán: 1.700 millones de musulmanes entre el confinamiento y la fe

El mes sagrado pone a prueba la cuarentena y el toque de queda impuestos por las autoridades de muchos países árabes. Líbano es un espejo de cómo encaran los creyentes la pandemia

El Ramadán está dejando una imagen inusual alrededor del mundo musulmán. El coronavirus ha cambiado las prácticas tradicionales de los 1.700 millones de musulmanes que desde ayer cumplen con uno de los cinco pilares del Islam. El Ramadán es tiempo de introspección religiosa, de mostrar la fe a través de pruebas difíciles como el ayuno, pero también es un momento de reuniones, de celebración familiar o con los vecinos en las mezquitas del barrio.

Durante este mes sagrado musulmán no habrá rezos en las mezquitas, ni los tradicionales iftar (ruptura del ayuno) en sitios públicos, ni maratones de recitadores del Corán ni noches de Ramadán con luces de colores y recitales en las plazas o parques públicos. El gran desafío no será el ayuno, sino que los musulmanes cumplan con el confinamiento preventivo y el toque de queda impuesto en muchos países árabes.

En el Líbano, donde el toque de queda se ha extendido hasta el 10 de mayo, los jeques religiosos de Dar Al Fatwa (máxima institución religiosa suní) han llamado a los fieles a quedarse casa durante el Ramadán y a practicar la fe de una manera diferente.

“Si hay que quedarse en casa, estaremos en casa”

“Si necesitamos quedarnos en casa, entonces nos quedamos en casa, y si Alá quiere que estemos en otro lugar, entonces estaremos", dice Asaal, un voluntario de la mezquita de Hamzah, en la intersección de Cola, centro neurálgico de Beirut que sirve de punto de unión entre la capital libanesa, y el sur del país, que en estos días parece estar en modo hibernación.

A escasos metros, el ruido de pasajeros en las atestadas furgonetas ha dado paso al silencio que se escora debajo del puente, que sirve de hogar para vagabundos y afectados por la crisis económica. Y en sus filas ya no hay solo sirios, hay varias familias libanesas que lo han perdido todo a raíz de la hecatombe económica a la que se suma ahora la crisis sanitaria.

Los vagabundos esperan con resignación a que los voluntarios terminen de empquetar las cajas de comida que repartirán entre los más necesitados como suele hacerse durante el Ramadán. “La crisis económica ha golpeado muy fuerte el país. Es ahora, en estos días, cuando tenemos que apoyar más a las familias que no tienen nada, a los más necesitados”, asegura Asaal mientras acaba el recuento de cajas.

“Hago un llamamiento a aquellos que tienen dinero y que solían organizar eventos caritativos para alimentar a los pobres que mantengan estas acciones, tal vez proporcionando comidas gratis a sus casas”, anhela. Estas ayudas con productos imperecederos como lentejas, garbanzos, sopas instantáneas y dátiles servirán de sustento para alimentar a familias numerosas durante los próximos seis días.

Mezquitas cerradas, avenidas vacías sin vendedores ambulantes de zumo de dátiles y obleas con azúcar o mil, calles desnudas sin adornos de ramadán como los tradicionales fanus (farolillos) de colores que decoran los comercios, o se cuelgan en cuerdas para adornar las calles. Así es la nueva estampa que deja el coronavirus en Ramadán.

Si bien la mayoría de las mezquitas permanecerán cerradas en el mes sagrado musulmán, algunas podrían abrirse. “No todas las mezquitas siguen las indicaciones de Dar al-Fatwa. Las que reciben donantes privados, tal vez permanecerán abiertas”, dice a LA RAZÓN el jeque Rami, en Sidón. No obstante, insiste en que "el interés público es lo primero y los principios del islam son claros en relación con el Covid-19”.

Un trabajador prepara dulces 'Kalage' en un puesto de Beirut, el primer día del Ramadán
Un trabajador prepara dulces 'Kalage' en un puesto de Beirut, el primer día del RamadánWAEL HAMZEHAgencia EFE

Las noches de Ramadán tienen una atmosfera única, especialmente en la ciudad de Trípoli, la segunda ciudad más poblada del Líbano y de mayoría musulmana. Lugares como Bab al-Ramel, en el casco histórico de la ciudad, suelen estar llenos de vida. Después de las oraciones de taraweeh, los tripolitanos se reúnen en los cafés a fumar shisha (pipa de agua), jugar a las cartas, charlar o comerse un helado. Muchos se quedan despierta hasta el amanecer.

“Las noches son especiales durante el mes sagrado musulmán. Tras la ruptura del ayuno al ponerse el sol, es tiempo de reuniones familiares, con amigos, en las mezquitas Todas estas cosas, no vamos a celebrarlas este año. Aun así intentaré mantener las tradiciones y hábitos del Ramadán", explica a LA RAZÓN Habib, un taxista de Trípoli que ha visto mermar el número de pasajeros por las restricciones.

Crisis económica

A pesar que el coronavirus no está golpeando fuertemente el país del cedro, con 696 casos hasta ayer, las medidas de contención para luchar contra la pandemia han empobrecido aún más a los libaneses. La libra libanesa sufrió este viernes una caída histórica, perdiendo el 120% de su valor frente al dólar, es decir que un dólar al cambio son 4.000 LL, lo que hace la vida de los libaneses más cuesta arriba.

Toque de queda, comercios cerrados y la reducción de los vehículos por la nueva normativa de circulación, según matrícula, días pares o impares, dibujan un paisaje anodino en estos días.

Para Abdul Reda, un vecino de Hamra, barrio suní de Beirut, lo más difícil será no poder visitar a su familia, especialmente a su tía, que vive en pueblo fuera de la ciudad. Abdul Reda está preocupado por que las medidas de confinamientos se mantengan hasta Eid Al-Fitr, la celebración que sigue al final del Ramadán. “Ojalá se pudiera posponer el Ramadán por un par de meses”, exclama en tono de broma. Y es que la pandemia ha hecho cambiar las prácticas de fe de los musulmanes.