Racismo

La muerte de un afroamericano a manos de un policía aumenta el malestar racial en EE UU

Rayshard Brooks murió tras resistirse ante un agente a las puertas de un restaurante en Atlanta antes de que fuera disparado

Former Atlanta Police Department officer Garrett Rolfe searches Rayshard Brooks in a Wendy's restaurant parking lot
Former Atlanta Police Department officer Garrett Rolfe searches 27-year-old Rayshard Brooks in a Wendy's restaurant parking lot in a still image from the video body camera of officer Devin Bronsan in Atlanta, Georgia, U.S. June 12, 2020. Video taken June 12, 2020. Atlanta Police Department/Handout via REUTERS. THIS IMAGE HAS BEEN SUPPLIED BY A THIRD PARTY.ATLANTA PDReuters

Un hombre murió tiroteado en la noche del viernes en Atlanta. Rayshard Brooks falleció a consecuencia de los disparos de un policía de Atlanta. Brooks estaba en el aparcamiento frente a un Wendy´s y su muerte ya le ha costado el cargo al agente que disparó y al mismísimo jefe de policía de Atlanta, que ha dimitido.

La muerte de Brooks ha renovado la polémica por las actuaciones policiales. Desde luego que no ha serenado los ánimos la muerte de un ciudadano de origen hispano por disparos de un policía de tráfico en California. Pero no está en absoluto claro que ninguno de los casos tenga que ver con el presunto sesgo racista que los activistas sociales denuncian en la policía.

Entrevistado por Face the nation, el popular programa de televisión de la cadena NBC, el senador republicano Tim Scott, a la sazón negro, explicó que «la situación es ciertamente mucho menos clara que la que vimos con George Floyd y varios casos otros en todo el país». En su opinión resulta imperativo disponer de los datos reales de muertes de civiles a manos de la policía. Algo que, de momento, dista mucho de estar a disposición de los investigadores y legisladores.

En Nueva York el gobernador, Andrew Cuomo, anunció el viernes que el estado proporcionará a partir de ahora una información completa y detallada de los casos de violencia policial, muchas veces inaccesibles. Las medidas tomadas en Nueva York distan de ser las únicas: en todo el país los legisladores locales y estatales prometen reformas, prohíben las llaves de detención en el cuello, intentan desviar los fondos policiales a otras partidas, asumen como inevitable la renegociación a cara de perro de los convenciones con los sindicatos policiales o cuestionan abiertamente la tendencia a conceder un pase casi universal a las acciones de la policía en situaciones de riesgo.

El problema, según el senador Scott, es que muchas veces nadie sabe bien de qué habla cuando habla de un supuesto racismo sistémico. «Cambia según las conversaciones», exclamó el senador, al tiempo que recomienda observar los datos y averiguar en qué casos los sesgos raciales podrían traducirse en una distinta aplicación de la ley. «No hay duda de que los resultados parecen tener un componente racial», añadió, «y por eso estamos trabajando para obtener toda la información, que nos permita luego garantizar la capacitación de los agentes, así como despedir a los oficiales de policía que tienen un patrón de mal comportamiento».

El país más violento

Lo que Scott no dice abiertamente es que parece existir una relación profunda entre la violencia y el número de armas, y entre la violencia y la disparidades económicas y sociales. De hecho EE UU es uno de los países más violentos del mundo, mucho más si el observador escruta las estadísticas de los países desarrollados. Los ciudadanos estadounidenses, blancos o negros, mueren por disparos de la policía en unos números abrumadoramente más altos que los ciudadanos, blancos o negros, de muchas otras naciones.

También se matan entre ellos en unas proporciones muy superiores, sin necesidad del concurso de los agentes. Los negros mueren a manos de la policía en unas cifras porcentuales muy superiores a las de los blancos. Pero también los hombres están mucho más representados en las estadísticas que las mujeres, y los afroamericanos se matan entre ellos con una frecuencia alarmante.

De fondo sobresalen las enormes disparidades económicas del país, así como los ciclos de marginación y crimen propios de los guetos, donde resulta inevitable que los niños y los jóvenes, hijos de unos hogares desestructurados, acaben en el menudeo de drogas y, por ende, tengan encuentros potencialmente violentos con las fuerzas del orden.

En cuanto al debate sobre estrangular o no los presupuestos policiales, el senador demócrata James Clyburn, también afroamericano, ha pedido centrar los términos y huir de las hipérboles. Entrevistado por la CNN ha explicado que una cosa es reformar la policía y otra, muy distinta, defender su supresión. De lo que se trata, dice, es de «reestructurar las fuerzas policiales, reimaginar la vigilancia».

En el Washington Post el profesor en Princeton y reconocido investigador de la violencia urbana, Patrick Sharkey, escribe que «la policía es efectiva en la reducción de la violencia» y que debilitarla sin más, respondiendo a golpe de lema a un problema multifactorial, acabará por «tener consecuencias imprevistas y desestabilizará las comunidades». Dicho en corto, aumentará la violencia.