Estados Unidos

El presidente Trump, la Constitución y el Ejército

Ni legal ni moramente tiene derecho el mandatario de EE UU para utilizar tropas en activo contra ciudadanos norteamericanos

Fuerzas de seguridad portegen el Capitolio de Minnesota
Miembros de la Guardia Nacional y las fuerzas estatales protegen la sede del Capitolio de San Paul, Minnesota, Estados UnidosCRAIG LASSIGAgencia EFE

Cuando un militar con máximas responsabilidades tiene que elegir entre seguir las órdenes de su jefe político o bien defender la esencia constitucional de la Nación que ha jurado proteger, estará sin duda sufriendo enormemente. Por este calvario debe estar transitando el General Milley –el JEMAD americano- que el lunes 1 de junio se dejó fotografiar, como decoración de fondo, en una lamentable sesión propagandista del presidente Trump en Lafayette Square, enfrente de la Casa Blanca.

Pero el núcleo de la polémica no es esta foto sino más bien si las protestas por el asesinato de George Floyd por parte de unos policías de Minnesota son una expresión legítima de la sociedad americana contra la discriminación racial amparada por la ley o bien constituyen unos graves motines que deben ser reprimidos a cualquier precio; incluso empleando tropas regulares contra ciudadanos norteamericanos.

Para cualquier observador imparcial el nivel de las protestas no ha alcanzado -ni de lejos- el nivel en que la policía y la Guardia Nacional (unos reservistas locales en tiempo compartido con su trabajo civil) no puedan controlar. Pero el Sr. Trump no es exactamente un observador imparcial sino más bien una persona que busca desesperadamente ser reelegido el próximo noviembre como confirmación de que siempre ha tenido razón. Así que Trump ordenó, o permitió, que se despejara por la fuerza a unos manifestantes pacíficos para montar a continuación una chusca sesión fotográfica. Con Milley en uniforme de campaña detrás.

Esta manipulación fue la gota que colmó el vaso del General Milley, que ve acercarse la posibilidad de que tropas equipadas y adiestradas para combatir enemigos exteriores se enfrenten a sus propios ciudadanos, es decir a aquellos que nutren sus filas y pagan con sus impuestos los ejércitos. El daño que esto puede hacer a unas Fuerzas Armadas que aún recuerdan con horror la impopularidad –que he presenciado personalmente allí- de los tiempos de la guerra de Vietnam, es enorme.

Ni legal, ni moramente tiene derecho el presidente Trump para utilizar tropas en activo contra ciudadanos norteamericanos. Y mucho menos con el nivel actual de las protestas. Muy claro lo debe ver el General MIlley cuando ha salido en público pidiendo disculpas por haberse prestado a servir de comparsa en la operación fotográfica de Trump.

Pero el fondo del asunto –repito- no es la foto sino poder emplear o no los ejércitos como instrumento político sectario. Además este desencuentro se une a una larga serie de polémicas sobre conservar nombres y símbolos confederados, es decir de aquellos que se levantaron contra la unión de la Nación y con numerosas interferencias de Trump en la justicia militar y en la conducción de las operaciones en el exterior.

Desde octubre el General Milley está tratando de conservar un equilibrio entre seguir las órdenes de Trump y no dañar al ejército. Pero está llegando al límite pues estas escusas públicas de Milley las interpretara el presidente como insubordinación por más que su destitución pueda quedar aplazada por su impacto negativo en la elección presidencial de noviembre.

En Mark Milley ha tenido que influir mucho la opinión de sus antecesores, entre ellos la del General retirado Jim Mattis –de enorme prestigio- y el Almirante Mike Mullen, del que soy amigo personal. Tras haber sido su secretario de Defensa, Mattis ha dicho que Trump busca la división de los norteamericanos. Mullen algo parecido. Otros varios los han seguido, así que Milley ha encontrado fuerzas para quitarse la careta de la obediencia debida. Debida, sí, pero no a cualquier precio. La Constitución esta antes que el presidente. En los EEUU y en España.