Donald Trump
El muro de Trump puede esperar
Fue la gran promesa en su campaña de 2016, pero durante su presidencia solo se han levantado 48 kilómetros de barreras con México
Donald Trump llegó a la presidencia con un mensaje claro respecto a la inmigración. Levantaría una muralla digna de la dinastía Ming. Pero si bien los muros pueden ser necesarios para frenar las oleadas de inmigración ilegal y el tráfico de sustancias ilegales, no es menos cierto que la inmensa mayoría de los trabajadores sin papeles que llegan a EE UU lo hacen a través de sus aeropuertos. Llegan para quedarse unas semanas o meses, con permisos temporales o en calidad de turistas, y ya no regresan.
Sea como sea Trump había jurado sellar la raya. Y el contribuyente estadounidense no pagaría un céntimo, pues la construcción de su tronante fortificación correría a cuenta de los mexicanos, esos mismos a los que el día de su presentación como candidato acusó de cruzar el Río Grande en furiosas oleadas de narcotraficantes y violadores.
En 2017, según un reciente informe recopilado por Bloomberg, existían seis barreras que iban desde cercas de hierro de 18 pies de alto hasta muros improvisadas para vehículos y alambre de púas, que se extendían alrededor de 1052,51 kilómetros entre Estados Unidos y México. La frontera entre ambos países tiene 3.210 kilómetros y una notable parte de los tramos sin sellar son propiedad privada, por lo que «el gobierno federal tendría que comprarla o apoderarse de ella para construir barreras. Esto sin contar las ciudades, tierras agrícolas rurales, desiertos, arroyos, montañas escarpadas y reservas de vida silvestre».
Y de nuevo según Bloomberg, que citaba el informe de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de EE UU, a 7 de agosto de 2020 apenas se han levantado 48 kilómetros de barreras donde antes «no existía ninguna». También es cierto que hay otros 394 kilómetros de frontera en los que la administración ha «construido mejores barreras primarias y secundarias para reemplazar los «diseños dilapidados y/o obsoletos». De ahí que la Casa Blanca presuma de 450 kilómetros completados, sumando las reparaciones y mejoras de los viejos y los completamente nuevos.
En sus discursos del muro Trump siempre ha tratado a la mano de obra extranjera con una retórica digna del cariño que a buen seguro derrocharon los cronistas imperiales del siglo XV sobre las temidas tribus nómadas de Mongolia y Manchuria. Pero más allá de las barbaridades e improperios latía el sentido político de un candidato que supo radiografiar las verdades del descontento y el desamparo de la clase obrera.
La globalización, patrocinada por el «establishment» de los dos grandes partidos, presenta grandes logros, y uno de los principales es el de haber sacado de la desesperación y miseria a cientos de millones de personas en Asia, Hispanoamérica y África; un prodigio económico que, de paso, ha servido para ampliar y fortalecer a una clase media determinante para la consolidación de los sistemas demoliberales en todo el mundo.
Pero en casa, en la Pensilvania del carbón y el Chicago del South Side, en los talleres de Brooklyn y en los muelles de Baltimore desaparecieron muchos de los viejos empleos en la industria estadounidense. Ciudades emblema del milagro americano, como la floreciente Detroit, son ya una ruina que por momentos incluso parecía incapaz de pagar el sueldo de sus bomberos y hasta llegó a plantearse vender los cuadros que cuelgan de las paredes de los museos municipales.
La clase media es un puro precariado y no ha catado un aumento salarial en condiciones desde hace medio siglo. Los trabajadores menos consolidados pelean por cuenta ajena para corporaciones como Uber. Y a diferencia de lo que sucede con los gremios de los titulados universitarios, léase cirujanos, abogados o maestros, nadie protege a los empleados menos formados de la competencia desleal y el desplome en los sueldos que acarrea la inmigración de los pobres.
Como escribe en la revista «Quilette» Jeff Rubin, autor de «The expendables: How the middle class was screwed by globalization»: «La clase media, que alguna vez fue la mayoría dominante en la sociedad estadounidense y el volante constante de su economía, ahora está asediada, encogida y con movilidad descendente. Como todos los demás, expresan su miedo e inseguridad en un lenguaje político que a menudo es malsano y, a veces, odioso. Nada de esto excusa los actos de racismo. Pero el problema no se resolverá con hashtags. A medida que el uno por ciento dorado ocupa más espacio económico, la competencia por lo que queda se vuelve más encarnizada. En cierto modo, el mensaje que traigo es de armonía racial: se están jodiendo a todos».
Ejército de mano de obra
En cuanto a Trump, añade, explota la rabia, la inseguridad y el vértigo del electorado, «pero también traiciona los intereses de su propia clase. La mayoría de los plutócratas, ahora y en el pasado, han estado fuertemente a favor de la migración, ya que una fuerza laboral más grande les proporciona un grupo más grande para contratar ejércitos de trabajadores con salarios bajos (incluidas, por ejemplo, las camareras y los trabajadores de cuidar el césped que trabajan en los campos de de golf de Trump)». No sorprende, de hecho, que quien pudo ser su gran rival, el senador Bernie Sanders, también haya hablado de forma repetida contra el idealismo de las fronteras abiertas y críticara los tratados de libre comercio suscritos entre su país y México, Canadá y etc.
Como buen socialista de la vieja escuela Sanders pone el énfasis en las desigualdades del dinero y menos en las del color. Unas objeciones marcianas para las clases acomodadas, sobradamente preparadas y tecnificadas que apoyan a los demócratas teóricamente más a la izquierda, obvios ganadores del proceso globalizador y cada día más lejos de las demandas de quienes antaño personificaban el núcleo del partido demócrata en muchos Estados.
Para ellos, y para calmar su indefensión y sus interrogantes, habló y habla Donald Trump del muro en la frontera, mientras intelectuales como Rubin, o como el Mark Lilla de ‘El regreso liberal’, denuncian el elitista globo en el que navegan las huestes de Alexandria Ocasio-Cortés y otros.
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