Terrorismo yihadista

Las cárceles: caldo de cultivo para islamistas

Las políticas de reinserción penitenciaria en casos de islamismo radical han demostrado no ser efectivas

El terrorista austriaco Kujtim Fejzulai, en su perfil de Instagram
El terrorista austriaco Kujtim Fejzulai, en su perfil de InstagramTERRORISTA on the ground at thLa Razon

Las cárceles, lejos de rehabilitar a los yihadistas o delincuentes comunes de origen musulmán, contribuyen a su radicalización. Son varios los casos que se han registrado en Europa; el último, en Viena. En España, se han tenido que realizar varias operaciones en centros penitenciarios para desmantelar organizaciones dedicadas a fanatizar a los reclusos. Kujtim Fejzulai, el terrorista abatido en Viena, con doble nacionalidad austriaca y de Macedonia, era, a sus 20 años, un conocido de las Fuerzas de Seguridad por ser seguidor del Estado Islámico. En abril de 2019 fue condenado a prisión por intentar viajar a Siria para unirse al grupo terroristay el pasado 5 de diciembre fue puesto en libertad condicional anticipada. ¿De qué ha valido esa medida de gracia?

Los resultados hablan por sí mismos. Desde luego, su estancia en la cárcel sólo sirvió para reafirmarle en su militancia yihadista. Casos como el de Fejzulai se han repetido en otros países del Viejo Continente como Reino Unido, donde se han dado hasta cuatro situaciones similares. En el mes de junio, en la localidad de Reading, un ciudadano libio, Jairi Saadalá, de 25 años, fue detenido después de asesinar, cuchillo en mano, a tres personas y dejar a otras tres malheridas. Él también estado un largo periodo en prisión, donde se radicalizó a través de las redes islamistas que «captan» a potenciales terroristas.

En enero, dos reclusos yihadistas atacaron con armas blancas a cuatro funcionarios en la cárcel de Whitemoor, en Cambridgeshire. Uno de los agresores era Brusthom Ziamani, de 24 años, declarado culpable de preparar un acto terrorista en 2015. Dos meses después, Sudesh Amman, de 20 años, que había sido puesto en libertad hacía apenas diez días, tras haber cumplido la mitad de una pena de tres años y cuatro meses por delitos de terrorismo, perpetró otro atentado en el sur de Londres. Llevaba un chaleco explosivo y atacó a tres personas antes de ser abatido por los agentes policiales. Era un fanático seguidor del Estado Islámico y de los atentados indiscriminados.

En noviembre del año pasado, fue Usman Khan, otro ex convicto recién salido de la cárcel, donde cumplió sentencia por delitos de terrorismo, el que atacó a puñaladas, de manera indiscriminada, a viandantes que paseaban por el Puente de Londres. Mató a dos personas y otras tres resultaron heridas. Había sido condenado en 2012 por actos terroristas y salió de la cárcel en diciembre. De igual modo, el autor del atentado contra el mercado navideño de Estrasburgo en 2018 que dejó cinco muertos, Chérif Checat, había sido condenado en 27 ocasiones por robos y actos violentos y había pasado dos veces por la cárcel en Francia, además de otras en Suiza y en Alemania. Su radicalización se produjo tras pasar por prisión. Sus lazos con la «yihad» pasaron inadvertidos por la Ingeligencia.

Hay más casos que sirven para acreditar que las políticas de reinserción penitenciaria que ponen en práctica los países occidentales no dan resultado en el caso de los yihadistas. Y así lo reconocen varios especialistas en la materia que han sido consultados por LA RAZÓN. La única medida práctica que debería ser implementada dado el problema que se suscita en las sociedades occidentales, es que, una vez que cumplan condena, sean expulsados a sus países de origen (los extranjeros) o someter a los nacionales a un férreo control, autorizado por los jueces, para evitar que vuelvan a delinquir. No se trata de limitar sus derechos sino de salvaguardar los de los demás, en especial el derecho a la vida, a no sufrir agresiones de individuos fanatizados.