Italia

Draghi renuncia a su sueldo: ¿Populismo o ejemplaridad?

El ex banquero y primer ministro italiano deja de percibir 80.000 euros anuales

El "premier" italiano, Mario Draghi, habla por teléfono antes del comienzo de la Cumbre de París sobre el futuro de África
El "premier" italiano, Mario Draghi, habla por teléfono antes del comienzo de la Cumbre de París sobre el futuro de ÁfricaLudovic MarinAP

Cuando Luis XVIII le mostró a su asesor Charles Maurice de Talleyrand un proyecto de Constitución para guiar en 1815 la Francia posnapoleónica, éste le respondió que faltaba algo. El monarca había considerado que los políticos no debían recibir un sueldo. “Están para servir”, argumentó. Talleyrand, que había sido obispo, diplomático, economista y no tenía demasiados problemas de bolsillo, le replicó: “Más caros nos saldrán”. Desde entonces los diputados empezaron a percibir un salario. La práctica se fue extendiendo por el resto de países, impulsada en Inglaterra por el movimiento proletario cartista, que defendía la profesionalización de la política, porque de lo contrario solo los ricos y los nobles se podrían dedicar a ella.

Hoy Mario Draghi sería lo más parecido a uno de aquellos lores. Esta semana Italia ha retrocedido dos siglos en el tiempo, con la renuncia de su primer ministro a percibir la remuneración que le corresponde.

La cantidad asciende a unos 80.000 euros, después de que su antecesor en el cargo, Giuseppe Conte, decidiera recortarla un 20%. Bajo la influencia populista del Movimiento 5 Estrellas (M5E) y la Liga, que pusieron en pie su primer Gobierno, Conte quiso ofrecer un gesto de ejemplaridad. Él tampoco era un político profesional, sino un abogado. Y ahora Draghi, cuyo estatus de banquero lo coloca un escalafón por encima, profundiza este giro altruista.

Italia está acostumbrada a tener este tipo de primeros ministros “freelance”, pero imaginen qué ocurriría si usted es un profesional de lo suyo y llega alguien con gran autoridad que se ofrece a hacer su trabajo gratis. Peligroso precedente, por mucho que se trate de servir a la patria. O salvarla, como parece ser el caso.

Como a Talleyrand, a Draghi realmente no le hace falta el dinero. El año pasado declaró unos ingresos superiores a los 580.000 euros, a los que añade diez propiedades en Italia y una más en Londres. Su padre ya era banquero y, pese a quedar huérfano a los 19, acudió a las mejores escuelas. Fue al instituto con los jesuitas, a la Universidad en Roma e hizo el doctorado en Cambridge. Trabajó en Goldman Sachs, el Banco de Italia e ingresó en el consejo directivo del Banco Central Europeo (BCE), donde fue presidente desde 2011 a 2019.

Buena parte de sus actuales ganancias proceden de la pensión que le quedó del BCE. En horario laboral, Draghi ocupa las estancias del Palacio Chigi, pero su residencia habitual está en un caserío de Città della Pieve, un pequeño pueblo medieval de la provincia de Umbria, en el centro de la Península italiana.

La renuncia al sueldo no vino acompañada de ningún anuncio oficial, ni alegato parlamentario. Simplemente dejó su nómina en blanco, se publicó junto a la retribución de los ministros en la web de la Presidencia y las redes sociales hicieron el resto.

Mientras en España se hablaba de la coleta de Pablo Iglesias, en Italia el tema del día era la generosidad de Mario Draghi. Fiel a su estilo y celoso de preservar su clase, él no ha hecho mención al respecto. No tiene redes sociales, pero eso no significa que no esté atento a todo lo que se dice de él. Sus colaboradores rastrean cada comentario sobre su figura en la prensa italiana y los grandes medios internacionales. No se trata de hablar, sino de hacer y después observar sus repercusiones. Es una característica que se le presupone a los grandes banqueros.

Existen algunos antecedentes en Italia de primeros ministros que rehusaron aumentar su cuenta, pero siempre fue por acumulación de cargos.Mario Monti podía haber cobrado por ocupar el sillón de la Presidencia en 2011, pero ya le pagaban como senador vitalicio y hubiera estado feo en un tecnócrata que llegó para aplicar los mayores tijeretazos de la historia reciente de Italia. Lo mismo ocurrió con Paolo Gentiloni en 2016, quien ya percibía un salario como diputado, cuando la dimisión de Matteo Renzi lo llevó de forma inesperada al Palacio Chigi.

El discurso de la casta, introducido por el M5E, había calado fuerte en la opinión pública italiana. Tanto que un partido surgido de la nada consiguió en menos de diez años ganar las elecciones y gobernar, con un programa que tenía como prioridad acabar con los privilegios de los políticos. Un parlamentario en Italia puede ganar unos 19.000 euros brutos al mes, contando desplazamientos y otros gastos, casi el triple de lo que reciben en España.

El M5E ya impulsó un referéndum, aprobado por abrumadora mayoría, para recortar en un tercio el número de diputados y senadores. Resulta llamativo que quien completa esta obra sea el tecnócrata Draghi, el mayor producto del ‘establishment’ que ha fabricado en este siglo la factoría política italiana.