Ultra izquierda

La incertidumbre crece en Perú tras la primera semana de Castillo como presidente

El presidente se debate entre el ala radical de su partido y la moderación prometida en campaña y siembra dudas sobre la viabilidad de su mandato

La primera semana de Pedro Castillo en la presidencia de Perú ha agravado las dudas sobre la orientación y viabilidad de su Gobierno. En poco más de siete días en el cargo, Castillo se ha enfrentado ya a la primera crisis de calado, alimentado los rumores de una posible destitución prematura por parte del Congreso y enviado señales contradictorias a los peruanos y a los mercados que aguardan expectantes si cumplirá las promesas de moderación que repitió durante la campaña electoral.

La primera señal no pudo ser más alarmante.

Castillo designó como primer ministro a Guido Bellido, un congresista sin apenas experiencia de gestión, conocido por sus posiciones machistas y homófobas. Bellido cree que Cuba no es una dictadura y la Fiscalía lo investiga por un presunto delito de apología del terrorismo por su homenaje en las redes a Edith Lagos, activista de Sendero Luminoso muerta en un enfrentamiento con la Policía en 1982.

El sangriento legado de Sendero Luminoso sigue siendo una herida abierta en Perú y el nombramiento de Bellido desató una tormenta política que llevó a medios y analistas a especular con una posible acción del Congreso para tumbar al presidente, como con los ex presidentes Martín Vizcarra y Pedro Pablo Kuczysnki.

Bellido es un dirigente cercano a Vladimir Cerrón, fundador de Perú Libre, el partido de Castillo. Extremista formado en Cuba, es uno de los más oscuros e impopulares políticos peruanos. Condenado por corrupción, Cerrón no pudo ser candidato, pero Keiko Fujimori repitió en la campaña que sería él quien mantendría el control de Perú Libre y obligaría a Castillo aplicar en Perú el desastroso programa del chavismo.

Tras conocerse el nombramiento de Bellido, la cotización del sol peruano frente al dólar cayó y distintas fuerzas parlamentarias anunciaron su rechazo al nuevo Gobierno, para el que Castillo necesita del visto bueno del Congreso.

Al día siguiente, en un aparente intento de minimizar los daños, Castillo dio otro viraje y convenció de que se incorporara al gabinete a Pedro Francke, reputado economista liberal que había sido el asesor económico de su candidatura. Francke se pasó la campaña tratando de convencer a inversores y electores de que Castillo aplicaría en Perú una política económica sensata, pero, según los comentarios publicados en la prensa peruana, se negó a integrar un ejecutivo tras conocer que Bellido lo encabezaría. Solo las promesas de Castillo de que tendría autonomía total convencieron a Francke de aceptar finalmente el cargo de ministro de Economía, pero al jurarlo no dejó de lanzarle pullas a su primer ministro. Juró su cargo, por «la igualdad de oportunidades sin distinción de género, identidad étnica u orientación sexual», y lo hizo además con un imperdible con los colores del movimiento LGTBI prendido en la solapa.

El primer ministro publicó a su vez un tuit conciliador en el que afirmó que Francke cuenta con «todo su respaldo» para la aplicación de la política económica.

Todo el episodio, aunque momentáneamente resuelto a favor del moderado Francke, revela las tensiones en la alianza gubernamental, que amenazan con lastrar todo el mandato de Castillo tanto o más que un Congreso hiperfragmentado en el que ni cuenta con la mayoría ni está claro que tenga el control de su bancada. Según el analista Hernán Chaparro, del Instituto de Estudios Peruanos, «el equilibrio en Perú Libre va a ser muy difícil porque Castillo necesita llegar a acuerdos en el Congreso y no está claro que Cerrón vaya a permitírselo».

El drama continúa de lo más enredado y sus críticos no creen que Castillo cuente con la experiencia para resolver el endiablado rompecabezas de la política peruana. En busca de la estabilidad institucional que aún no atisba, Castillo renovó la cúpula militar. Aunque el movimiento suscitó algunos recelos, es habitual que cada nuevo presidente releve a los altos mandos. El cesante jefe del Comando Conjunto, César Astudillo, declaró que ya había solicitado al presidente saliente, Francisco Sagasti, su salida del cargo.

Ayer, Castillo fue reconocido por las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional como su jefe supremo. El mandatario llamó a la unidad, acompañado de los ministros de Defensa, Walter Ayala, y de Interior, Juan Manuel Carrasco. La jerarquía castrense peruana ha dejado claro hasta el momento que no se inmiscuirá en el proceso político, por más que hayan circulado por redes llamamientos a derrocar a Castillo de uniformados y sectores cercanos al fujimorismo.

Con mandos de su confianza, las cosas deberían ser más sencillas para el nuevo presidente, pero la verdadera batalla le aguarda en el Congreso. Pese a los anuncios iniciales del Partido Morado y otros de que vetarían la formación del nuevo Gobierno, en los últimos días gana enteros la posibilidad de que solo se les niegue la requerida confianza parlamentaria a algunos ministros.

El giro responde a la creencia extendida de que Cerrón busca un enfrentamiento abierto con el Congreso con Castillo como peón interpuesto. Si el legislativo rechaza al gabinete, el presidente puede proponer otro, pero si es rechazado por segunda vez puede entonces disolver la Cámara y llamar a elecciones legislativas. Muchos temen que eso es lo que busca Cerrón, un choque institucional total que le permita reforzar su ahora precaria mayoría y avanzar en su soñada Asamblea Constituyente para reconfigurar el Estado, para lo que ahora no cuenta con los apoyos necesarios.