Otro mundo
Ahmad Shah Qadiry se enteró de lo ocurrido en Nueva York cuando tenía once años. En su casa siempre se hablaba del asunto, pero hasta ese momento no se dio cuenta de la envergadura de lo ocurrido, de lo que significó para su país y, a la larga, para su propia vida. Hoy, veinte años después de los atentados de Al Qaeda, este joven afgano de etnia tayika está escondido en Kabul. Los talibanes lo buscan a él, a su padre y a sus hermanos mayores por haber colaborado con las fuerzas de seguridad del anterior régimen.
«Están dando caza a jóvenes que procedan de Parwan, Kapisa y Panshir, las provincias del norte. Los talibanes fueron a mi casa a por nosotros para encarcelarnos o intercambiarnos por combatientes suyos. No solo he perdido toda esperanza y los proyectos de futuro, mi vida corre un serio peligro. Se acabó la Universidad para mí o la posibilidad de encontrar un buen trabajo», explica a LA RAZÓN a través del correo electrónico. Ahmad era un bebé de meses cuando derribaron las Torres Gemelas. Una vez que tuvo uso de razón y pudo ver las imágenes en la televisión, quedó completamente horrorizado. No podía creer que alguien «fuera capaz de cometer semejante atrocidad contra otros seres humanos».
Reconoce que muchos afganos creen que aquello les abrió la puerta a una nueva vida: «Está claro que, de no ser por el 11-S, EE UU no habría invadido Afganistán y los islamistas habrían seguido en el poder. Nadie en mi familia, por ejemplo, habría podido ir a la escuela o habría acceder a un trabajo decente. Disfrutar, al fin y al cabo, de una vida relativamente feliz». Ahora, dos décadas después, todo ha vuelto a dar un giro de 90 grados y Ahmad se teme que a los afganos les aguarda una «larga, dura y muy cruenta guerra civil». «Aquí todos esperan un futuro muy negro. La mayoría ha colaborado con la Administración anterior de una u otra forma y todo el mundo está escondido para salvar la vida».
La madre de Jorge Martín tampoco va a olvidar nunca aquel martes de septiembre. Justo en el momento en que el primer avión se estrellaba contra la torre norte, minutos antes de las tres de la tarde en España, ella daba a luz a su primer hijo. Jorge, que ahora estudia Administración y Dirección de Empresas en Madrid, venía al mundo en un quirófano en el que, según le contó Lucila, los médicos no perdían de vista lo que sucedía a través de la televisión. A ella le parecía «como una película de acción con muchos efectos especiales, en realidad no se enteró que lo que había pasado hasta varios días después».
Como él dice, «mi cumpleaños fue un día malo en general para todos». Él no recuerda el momento exacto en que se dio cuenta de esta coincidencia tan extraña e improbable, solo que «lo fui integrando poco a poco, es algo que venía de fábrica conmigo». Sus amigos y compañeros de Universidad «no tienen una opinión muy formada sobre las implicaciones de lo sucedido, seguramente porque, aunque nacimos ese año, no lo vivimos en primera persona». Ellos crecieron en un mundo post 11-S y no aciertan a imaginar, por ejemplo, otra forma de viajar que no sea la que a otros tanto nos costó asumir. La paranoia, el miedo, la obsesión por la seguridad son indisociables de su rutina, nacieron conocedores de que «la amenaza de atentado islamista siempre está ahí».
Telmo Lee-Ciganda vino a este mundo el 6 de octubre, apenas 24 horas antes de que EE UU lanzara la invasión de Afganistán como respuesta a los ataques de Al Qaeda. Mientras habla con este periódico desde Nueva York, donde estudia Ingeniería Mecánica, tiene delante el «skyline» huérfano de las Torres Gemelas. Su sensación es que su generación «se toma el 11-S de una manera menos personal, sin tanto sesgo, creo que buscamos más las causas de por qué ocurrió lo que ocurrió». Quizá se deba, opina Telmo, a que «somos más inclusivos y empáticos, tenemos una mayor conciencia».
A pesar de la desastrosa retirada de Afganistán, este joven de nacionalidad estadounidense y origen coreano-español cree que «había que hacerlo sí o sí, fue un error estar allí». «La democracia y las libertades no son algo que se puedan exportar. Tienen que salir desde dentro. Los afganos no quieren a los talibanes, irán haciendo este camino por sí mismos», concluye.