A fondo

Pedro Castillo instala a Perú en la ingobernabilidad

La última renovación del Ejecutivo abre una crisis interna con su partido que le acusa de traidor mientras en el Congreso su continuidad pende de un hilo debido a la fragmentación

Peru's presidential candidate Pedro Castillo addresses supporters, in Tacabamba, Peru June 6, 2021. REUTERS/Alessandro Cinque
Peru's presidential candidate Pedro Castillo addresses supporters, in Tacabamba, Peru June 6, 2021. REUTERS/Alessandro CinqueALESSANDRO CINQUEREUTERS

Se temía que empujara a Perú al socialismo, pero hasta ahora ha tenido bastante con tratar de mantenerse en el poder. Pedro Castillo es presidente de Perú desde el pasado 28 de julio y todavía no se sabe hacia dónde quiere enrumbar el país. En precario por la exigua mayoría que lo sostiene en un Congreso muy dividido, Castillo ha ido dando bandazos desde que sorprendió a todos con su victoria en las elecciones. Si en la campaña insistió en sus promesas de justicia social y una nueva Constitución, tras llegar al poder aumentó sus guiños a la moderación y nombró a colaboradores promercado para desterrar el miedo de los inversores.

Cuando había logrado convencer a algunos, designó primer ministro al radical Guido Bellido, investigado por apología del terrorismo de Sendero Luminoso, entre otros asuntos, lo que provocó temor a una nueva deriva radical. Y esta semana, en un nuevo giro, liquidó a Bellido y otros ministros y nombró una primera ministra, Mirtha Vásquez, a la que se percibe más abierta y moderada.

El presidente habla a través de mensajes insustanciales en Twitter y rara vez se expone a las preguntas de la prensa, así que los peruanos siguen preguntándose que Perú quiere. De momento, vive políticamente en el alero y con múltiples frentes abiertos.

Cuchilladas en su propio bando

Castillo llegó a la presidencia como candidato de Perú Libre, un partido de ultraizquierda hecho a imagen y semejanza de su creador, el polémico Vladimir Cerrón. La decisión de Castillo de prescindir de Bellido, hombre de la máxima confianza de Cerrón, ha abierto la lucha interna. Cerrón reclamó de inmediato que se respetara el peso del partido en la composición del nuevo gobierno y su hermano Waldemar, portavoz en el Congreso, no dudó en calificar el último movimiento de Castillo de “traición”.

Ya cuando Castillo llegó al poder, Hernán Chaparro, psicólogo social de la Universidad de Lima, advirtió que “el equilibrio con Perú Libre va a ser muy difícil”. Según él, el presidente iba a necesitar llegar a acuerdos con otras fuerzas para sostener su gobierno y el programa radical de Perú Libre iba a dificultarlos.

Quedó claro con la dimisión del ministro de Exteriores Héctor Bejar por unas declaraciones en las que vinculó a la Armada con el origen de Sendero Luminoso y escandalizaron al mando militar. Cerrón defendió a Béjar, pero el titular de Defensa, Walter Ayala, cercano a Castillo presionó para que saliera. Su maniobra contra Bellido seguramente le ha granjeado enemistades en su propio bando y esas pueden ser las más difíciles de manejar.

Una economía sumida en la incertidumbre

Castillo llegó al poder con la promesa de curar las heridas provocadas por la pandemia en uno de los países más afectados y alcanzar el reto de la justicia social. Sus mensajes de campaña, en la que abogó por una renegociación de los contratos con las multinacionales mineras, hicieron temer a muchos que podría optar por una política económica que ahogara la iniciativa privada.

Pero más de dos meses después, aún no está claro su plan. El gobierno estima que el PIB cerrará 2021 con una recuperación cercana al 10%, lo que revela por un lado la magnitud de la caída en el primer año de pandemia y por otro que la economía peruana conserva aún las bases del dinamismo que la hicieron un ejemplo de crecimiento en la región. Quizá porque Castillo aún no ha tomado ninguna medida de calado, esa inercia se mantiene, aunque ha habido indicios de una incipiente fuga de capitales.

La designación de Pedro Francke, economista liberal al frente del Ministerio de Economía, que le costó algún roce con el sector más radical de Perú Libre, así como la confirmación de que el respetado Julio Velarde continuará al frente del Banco Central son señales de que el presidente ha comprendido que el primer requisito de una política económica exitosa es la sensatez.

Pero las señales no bastan y en un contexto mundial marcado por el auge de la inflación, los peruanos sufren las consecuencias de la pérdida sostenida de valor del sol, la moneda nacional, que está encareciendo el coste de la vida sin que el gobierno haya dado hasta ahora respuesta al fenómeno. Tampoco a diseñar un nuevo modelo sostenible de explotación de las materias primas ahora que el abandono de los combustibles fósiles hace que aumente la demanda de minerales como el cobre y otros que abundan en Perú.

Una oposición sin tregua

Aunque la caída de Bellido ha suavizado el rechazo que despertaba el gobierno, Castillo sigue pendiendo de un hilo en el Congreso. Fuerza Popular, el partido de la derrotada Keiko Fujimori, aguarda el momento de lanzarse a la yugular del presidente y ahora compite con otras formaciones por el apoyo del votante de derechas, lo que ha contribuido a endurecer su discurso. Sus seguidores se manifiestan casi a diario y la tensión se mantiene. Sus escasos apoyos exponen a Castillo al peligro permanente de sufrir una vacancia presidencial, una rareza de la Constitución peruana que permite destituir al presidente por “incapacidad moral” y que explica en parte por qué el país ha tenido cinco en los últimos cuatro años. Un paso en falso de Castillo podría ser el último.