Opinión

El desprestigio de los Juegos Olímpicos tras Sochi en 2014

El verdadero ganador de las Olimpiadas no han sido las superpotencias, sino Europa

Unas personas practican patinaje sobre silla en la superficie helada de un lago en el parque Taoranting en Pekín, China
Unas personas practican patinaje sobre silla en la superficie helada de un lago en el parque Taoranting en Pekín, ChinaWU HONGAgencia EFE

Mañana comienzan en Pekín los XXIV Juegos Olímpicos de Invierno, con la asistencia de decenas de jefes de Estado y de Gobierno a la ceremonia, abandonada por muchos otros. Las Olimpiadas, muy desacreditadas tras los juegos de Sochi 2014 en Rusia, marcados por un escándalo de dopaje sin precedentes, se han convertido en los últimos años en un asunto de intensa competencia interestatal que pone en entredicho los ideales del movimiento olímpico (yo diría que no sólo la extraordinaria actuación de Rusia en los juegos de invierno de Sochi en 2014, sino también la única victoria de China en los juegos de verano en Pekín en 2008 merece una especie de investigación).

Durante décadas, Estados Unidos, la Unión Soviética/Rusia y, más recientemente, China han competido por las condecoraciones olímpicas tratando de “ganar” los Juegos, pero yo diría que la bandera olímpica no presenta símbolos nacionales, sino que celebra la unidad de los continentes. Sin embargo, nadie ha prestado atención al hecho de que los verdaderos ganadores de los juegos no fueron las superpotencias, sino... Europa. Si se toma el número de medallas ganadas por los actuales Estados miembros de la Unión Europea en todas las competiciones olímpicas se verá el dominio total de Europa en el mundo del deporte (las 27 naciones ganaron 7.938 medallas frente a las 2.934 de Estados Unidos y las 1.789 de Rusia [si se añaden el Reino Unido, Suiza y Noruega a la lista de Europa, el Viejo Continente sumaría más de la mitad de todos los premios olímpicos]).

El equipo unido de la UE, si existiera, no dejaría ninguna oportunidad a ningún competidor en ninguna prueba olímpica.

Además, yo diría que las tradiciones existentes del movimiento olímpico difieren mucho de las tendencias que surgen en los deportes contemporáneos. Los equipos de fútbol y hockey más exitosos están compuestos por jugadores de muchas naciones; las parejas internacionales dominan el tenis masculino y femenino de dobles.

¿Quizás haya llegado el momento de celebrar en el deporte no tanto el orgullo nacional como los logros individuales, volviendo así a la misión del deporte consistente en promover la paz y la unidad, y no la competición interestatal?

La excelencia, la amistad y el respeto -tres virtudes olímpicas básicas proclamadas por el Barón de Coubertin- no tienen ninguna relación con los estados o las naciones; al contrario, son los mejores instrumentos que permiten trascender las divisiones nacionales. Por supuesto, no hay casi ninguna esperanza de transformar las Olimpiadas en una competición de pueblos o continentes en lugar de naciones, pero creo que el camino hacia la verdadera paz y el humanismo debería construirse en esta dirección.